BUENA MONEDA
El último dique
› Por Alfredo Zaiat
Anoop Singh, el director de Asuntos Especiales del FMI a cargo del caso argentino, estuvo un año negociando la Carta de Intención con las autoridades de Indonesia, cuya economía estalló en julio de 1997. El acuerdo se firmó luego de que ese país del sudeste asiático cumpliera 148 medidas estructurales. En el camino quedaron tres gobiernos: Suharto, Habibe y Wahid. La crisis de Indonesia es muy parecida a la que padece la Argentina. Pero la propia agregó el desborde cambiario y la crisis bancaria que identifica a ambas debacles, la cesación de pagos de una porción de la deuda pública. Indonesia liberó el tipo de cambio por recomendación expresa del Fondo Monetario Internacional, que mediante un comunicado aseguró: “La flotación de la rupia, en combinación con las sólidas bases existentes en Indonesia apoyadas por políticas fiscales y monetarias prudentes, permitirá a su economía continuar con el impresionante rendimiento económico de los últimos años”. La economía de Indonesia se destruyó; la desocupación trepó del 2,2 al 17,1 por ciento y la violencia social y política con cientos de muertos provocó sucesivos cambios de gobierno. Cinco años después Indonesia recién se está recuperando de los consejos aplicados del FMI, de funcionarios ineptos y corruptos, de la flotación libre de su moneda y del derrumbe de su sistema financiero. Con ese antecedente y las similitudes con esa crisis es preferible no estimar cuántos años tardará Argentina en salir de su ciénaga.
Mientras el patriota Mario Blejer se fue a Washington inmediatamente después de que lo convenciera Eduardo Duhalde de permanecer al frente del Banco Central, Roberto Lavagna apuesta a que el corralito sea un factor de reactivación. Uno, que atemoriza con el riesgo de la hiperinflación, y otro, que provoca con la hiperrecesión, corren detrás de un crisis que terminará por barrerlos. El proceso de deterioro económico tiene una velocidad que deja en una situación ridícula tanto a Blejer y a Lavagna en la discusión sobre el corralito. El problema del sistema financiero no lo van a resolver con una u otra receta: con la caída del Scotia y la huida de los franceses del Crédit Agricole (Bisel, Suquía y Bersa), la carrera para salir de la pista del mercado argentino de muchos bancos ha comenzado. El cronómetro de la bomba que inició la cuenta regresiva no es el del corralito, que ya le estalló en la cara a Duhalde, sino el de las reservas internacionales.
Los dólares que tiene el Banco Central son el último dique a la hiperinflación, sin que sean necesariamente un freno para ese desenlace traumático ante el desmadre económico. Pero resultan una defensa imprescindible para intentar, al menos, la misión de evitarla. En lo que va del mes, Blejer rifó reservas por 1577 millones de dólares, una porción para pagar un vencimiento del Banco Mundial y el grueso en una errática y fallida estrategia de intervención en la plaza cambiaria. Quedan apenas 10.594 millones de dólares, según el último parte proporcionado por el BC, divisas que resultan fundamentales para impedir la profundización del caos.
En lugar de discutir como un tema central un nuevo e ineficaz esquema de corralito, Blejer y Lavagna deberían estar preocupados en cuidar las reservas. Puesto que sin ellas no habrá política que valga para el sistema financiero. La situación de los bancos y depositantes pasarán a ser una anécdota si continúa al actual ritmo de goteo de dólares de las arcas del Banco Central.
Las reservas, como la Selección de fútbol, son las únicas verdaderas esperanzas que quedan. Esos dólares, para no caer en el abismo. Los muchachos de Bielsa, para emerger un poco de la angustia que aplasta a muchos.