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› Por Alfredo Zaiat
Editor jefe de Cash - Página/12
“El superávit fiscal, tradicional y erróneamente confundido por los sectores progresistas como una ideología de derecha, se ha convertido en una de las bases más sólidas del programa económico de Argentina.” Esa definición tan contundente le corresponde a Roberto Lavagna, que no sólo establece cuál es el principal sustento del actual modelo sino que también avanza sobre las críticas que más le molestan. El ministro convoca así a un interesante debate que no tiene intensidad precisamente porque el establishment y el pensamiento de derecha, que tienen la habilidad de ir marcando la agenda de la discusión económica, está fascinado con la política del superávit. Es tal la sobredosis del ajuste de las cuentas públicas que, como drogadictos irrecuperables, quieren más y más. Dicen que no es suficiente el inédito excedente fiscal y aseguran que el Gobierno se ha relajado en el manejo del gasto público. Si hay algo que desorienta son los planteos de situaciones irreales, como los de un desborde de las erogaciones o una preocupante disminución del superávit. Como la mayoría de los medios de comunicación repiten informes de consultoras y economistas de la city sin la más mínima verificación de los datos, el debate se presenta como un absurdo. Esa confusión, de la que a veces queda atrapado Lavagna, es la que no permite acercarse a analizar con más detalle el origen y destino del superávit fiscal, saldo de las cuentas pública que no es otra cosa que un extraordinario esfuerzo de toda la sociedad para pagar una deuda que benefició a unos pocos.
Esa frase inicial del ministro forma parte del discurso que pronunció el martes pasado en Montevideo en un evento organizado por la Asociación de Dirigentes de Marketing. Además de resaltar el superávit fiscal como pilar del actual plan económico, detalló la razones de esa relevancia, entre ellas:
· “Aporta independencia en la formulación de la política económica, la independencia propia de quien no debe concurrir a solicitar créditos internos o externos para cubrir las funciones más elementales del Estado”.
· “Por otro lado, al retirarse el Estado como tomador neto de fondos de los mercados financieros libera recursos que quedan así disponibles para el sector privado, tanto en cantidad como en el nivel de tasa de interés”.
· “Cumple, además, con disciplinar u orientar al sistema financiero hacia la atención del sector privado, ya que no cuentan con ese cliente fácil, por qué no decirlo, ese cliente ‘bobo’ que es el Estado en todos sus niveles”.
· “En nuestro caso cumple también con la función de aportar demanda genuina al mercado de cambio, lo cual ayuda a equilibrar presiones que surgen del ingreso de capitales de corto plazo”.
Lavagna precisó así la importancia que tiene el superávit fiscal en el actual modelo económico. Se deduce, entonces, en función de sus propias definiciones que el excedente fiscal tiene una lógica eminentemente financiera y cambiaria, para satisfacer demandas de acreedores para cobrar y de exportadores para operar con un dólar alto. La centralidad de la deuda se presenta así en toda su dimensión y sin falsos discursos en el actual proceso económico. Hacer frente a la aún pesada carga de la deuda pese a la fuerte quita aplicada en el canje de los bonos en default se establece como prioridad, objetivo principal cuyo cumplimiento termina por condicionar la pretensión de satisfacer cualquier otro propósito.
La independencia de formular una política económica no equivale a pagar la deuda, puesto que transitar ese sendero es lo que, en realidad, determina las restricciones del tipo de política que se ha de implementar. Cierta independencia –porque se sabe que no existe la independencia absoluta– se alcanza en la práctica cuando se diseña una estrategia de manejo de pasivos que no implique la absorción desproporcionada de recursos públicos para saldar bastante más vencimientos de deuda que los previstos, como sucede en la actualidad. Además, las funciones elementales del Estado deben ser financiadas con ingresos corrientes y el acceso al mercado de capitales debe servir para refinanciar una porción de los vencimientos de la deuda. En el presente contexto, la presencia del Estado absorbiendo fondos del mercado no desplaza al sector privado del crédito, dado que la mayoría de las empresas ha elegido el autofinanciamiento, ni presiona por lo tanto sobre la tasa de interés de los préstamos. El sistema financiero sigue con una política conservadora en instrumentar líneas de créditos a privados, mientras continúa con comodidad contabilizando abultadas ganancias por la deuda del “Estado bobo” ajustada por CER que concentran en su cartera.
Con la experiencia de la maquinita y el descontrol fiscal de los ochenta y con la del endeudamiento alegre y desorden fiscal de los noventa, el manejo racional de las cuentas públicas es un factor indispensable para la estabilidad. Esa condición no es motivo de discusión luego de las crisis devastadoras de esas dos últimas décadas. En cambio sí lo debería ser cómo se aplica el superávit fiscal, cuál es el origen de ese excedente y qué monto resulta compatible con un crecimiento con equidad.
El destino de gran parte de esos recursos adicionales es el pago de la deuda, absorbiendo un cuota aún mayor debido al costo que implica la “causa nacional” del desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional. Ese excedente se obtiene en gran medida por las retenciones a las ventas externas, lo que implica en los hechos una transferencia de recursos entre dos poderes económicos: dinero que se extrae de los exportadores para girarlos a los acreedores. Por último, la magnitud del superávit es más elevado que el ya de por sí alto fijado en el Presupuesto, en un escenario donde el gasto público en términos reales en el área social es más bajo que el de 1999.
El superávit fiscal no es en sí mismo de derecha o de izquierda, como tradicional y erróneamente confunde Lavagna. Aquí la cuestión no pasa por enredarse en ese mensaje que deja fluir el ministro respecto de que los extremos se juntan en la crítica para frenar lo que él considera el camino del progreso. En todo caso, de acuerdo con los resultados obtenidos hasta ahora, en ese campo lo que se ha unido es pensamiento de derecha con una estrategia fiscal conservadora.
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