BUENA MONEDA
La trampa verde
› Por Alfredo Zaiat
Hace no más de cinco meses 1 dólar era igual a 1 peso. Esta referencia resultaría una broma de mal gusto puesto que, ante el actual descalabro, todos recuerdan con más o menos nostalgia esa paridad. Pero acordarse de ese tipo de cambio sirve para dejar en evidencia que un dólar cercano a 4 pesos no tiene ningún sustento económico, salvo el del pánico financiero. Histeria alimentada por el engendro del corralito, que la flamante versión Lavagna no logrará calmar. No hubo país que entrara en crisis en la década del ‘90, desde el tequila mexicano hasta el caipirinha brasileño pasando por la debacle asiática y rusa, que registrara una suba tan rápida y desesperada del dólar como en Argentina: casi el 300 por ciento en pocos meses. La hiperdevaluación refleja el fracaso y la inconveniencia en las actuales circunstancias de un régimen de flotación, tal como lo exige el Fondo Monetario. La política cambiaria es una herramienta y no un modelo económico, confusión que se generalizó con la convertibilidad y ahora con el dogmatismo ortodoxo del FMI. Un dólar fijo o flotante puede ser una buena o mala estrategia dependiendo de la consistencia del plan económico que la integre. Y esa obvia referencia viene a cuento porque con la disparada del billete está ganando consenso la idea de clavar de algún modo el tipo de cambio. En el Gobierno, por miedo a la hiperinflación, y en el sector privado, porque así no pueden seguir con sus negocios.
A Julio Werthein, presidente de la Bolsa de Comercio, le gusta una paridad 3 a 1 para evitar así que los precios se disparen. Un par de gobernadores le aconsejaron a Eduardo Duhalde una nueva convertibilidad. El nuevo lobby empresario, AEA, mira con cariño anclar el tipo de cambio. Incluso Arturo Acevedo, de Acindar, lo dijo públicamente: “dolarizar, canasta de moneda o convertibilidad, cualquier herramienta que signifique fijar el dólar”. En el Gobierno piensan que después del acuerdo con el FMI, como si a los burócratas de Washington se los pudiera engañar con tanta facilidad, se buscaría una política para frenar al dólar: con una nueva convertibilidad o con una canasta de moneda, que incluya bandas de flotación, con intervención del Banco Central.
Por esos caminos, nuevamente, se intentan atajos para salir del atolladero. En realidad, no existe ni la más mínima idea de lo que se quiere hacer. Ni empresarios, banqueros y ni el Gobierno tienen una visión de mediano plazo. Entonces, buscan salvarse como sea sin importar cómo. Duhalde no quiere ser el presidente de otra híper. El sector privado intenta salir del agobio por sus deudas en dólares y por la caída del mercado interno, debido al derrumbe de los salarios por la disparada de los precios.
Una herejía en el discurso del libre mercado, la intervención estatal fijando el tipo de cambio, está siendo reclamada por gran parte del mundo empresario. No dicen, en cambio, cómo piensan que se puede defender un dólar fijo, cuando muchos de ellos son los principales exportadores que están retaceando divisas en sus compromisos de liquidación.
No es fácil definir cuál es el régimen cambiario más conveniente en esta crisis con características dramáticas: caída de reservas, acumulación de presiones inflacionarias, concentración en la oferta de divisas conseguidas por exportaciones y crac del sistema financiero. A todo esto se le suma que el dólar ha quedado como única opción de reserva de valor ante la inexistencia de alternativas de ahorro financiero. Todos esos factores distorsionan el funcionamiento del mercado de cambios. De ese modo es cierto que la libre flotación sólo conduce a la hiperinflación, con una brutal redistribución regresiva en los ingresos y una desvalorización generalizado de los activos. Pero tampoco resulta evidente que el control de cambios implementado por un gobierno débil sin consenso social la evite.