BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
El domingo pasado más de 18 millones de personas fueron a votar. Depositaron el sobre en la urna con más o menos expectativa de que algo bueno va a venir luego de esa ceremonia. Muchos se presentaron resignados a los lugares de votación pensando que las cosas no cambiarán nada, y otros muchos concurrieron convencidos de que se abre un horizonte favorable para las mayorías. Todos, más allá de cuál haya sido la motivación y la esperanza que tenían, se internaron en el cuarto oscuro para cumplir con el derecho de elegir autoridades. Así, en el día de los comicios, cada uno de los electores ha sido parte de una gran comunidad que definió el rumbo político para los próximos dos años. En el imaginario social aparece entonces la idea de un pueblo que elige en democracia y de esa forma va construyendo su destino. Y en gran parte eso es cierto puesto que ese proceso va dibujando el desarrollo futuro de un país. Pero desde hace varias décadas, y con más intensidad en las últimas dos, la globalización financiera irradia su propia dinámica de democracia en naciones con elevado endeudamiento, con votaciones en las que participan unos pocos pero que tienen influencia sobre millones. Justo el día después de los estratégicos comicios legislativos, en los cuales el kirchnerismo pasó a ser la fuerza política dominante, hubo otra elección. En ella, una sola persona eligió a otra para un cargo clave a nivel mundial, selección que resultó bastante más relevante que una diferencia de 15 o 25 por ciento en la provincia de Buenos Aires: George W. Bush designó al candidato para manejar la Reserva Federal (banca central estadounidense), el académico Ben Bernanke, en reemplazo del todopoderoso Alan Greenspan.
Se puede exagerar diciendo que esa nominación es más importante que cada una de las (des)esperanzas y de todas juntas expresadas en el voto de hace una semana. Sin exagerar, entonces, se puede afirmar que ese cambio en la presidencia de la autoridad monetaria dominante del planeta, que se efectivizará el 31 de enero próximo, es más relevante que las muchas, pocas o ninguna de las expectativas depositadas en las urnas. Esa trascendencia se manifiesta en cuáles pueden ser las perspectivas económicas de los países y, como se sabe por experiencias pasadas y presentes, en Argentina la marcha de la economía determina la mayor o menor fortaleza política de un gobierno. Esa evolución de la economía tiene una variable que influye en gran medida, que no es otra que la tasa de interés internacional de corto plazo. El recorrido de esa tasa, que si bien es doméstica se la denomina internacional por su impacto a nivel mundial, lo va marcando la Reserva Federal según cómo evalúe la salud de la economía de Estados Unidos, en especial en el electrocardiograma de la inflación.
Una tasa de interés baja favorece el flujo de capitales financieros hacia los denominados mercados emergentes, países que son muy dependientes del ingreso de fondos como también de los precios de las materias primas. El nivel de la tasa impacta en el frente especulativo, pero también en el ritmo de crecimiento de las naciones desarrolladas vía una política de contención de la inflación –alza de tasas– o una para salir de la recesión –reducción de tasas–. En general, en un contexto de desarrollo vigoroso de las potencias (Estados Unidos y Europa), el precio de los commodities tiene un sendero positivo, favoreciendo así la balanza comercial y la entrada de divisas, dólares que son estructuralmente escasos en países que cargan una mochila muy pesada con la deuda. En ese concierto, la irrupción de China y también de India como fuertes demandantes de materias primas agrega un factor a considerar, pero todavía no han desplazado a las actuales potencias como motor del crecimiento mundial. Por lo tanto no es irrelevante quién esté al frente de la Reserva Federal. Greenspan la deja luego de 18 años, extenso período en el cual se lo conoció por cómo enfrentó diferentes crisis financieras internacionales, cracs bursátiles de Wall Street, burbujas inmobiliarias y las de las puntocom, y también recesiones y auges de la economía de Estados Unidos. Desde el año pasado, cuando la tasa la ubicó en el mínimo del uno por ciento anual para evitar una recesión prolongada y superó ese riesgo, comenzó a transitar un camino inverso preocupado por la inflación. Ahora, la tasa de corto se encuentra en el 3,75 por ciento anual, y los principales bancos de inversión estiman que antes de fin de año la elevará con dos o tres ajustes de un cuarto de punto a 4,25 o 4,50.
Bernanke adelantó que él será la continuidad de Greenspan para brindar un horizonte de tranquilidad. Pero ¿quién lo puede asegurar? ¿Y si se trata de un monetarista mucho más estricto que lo que se desprende de su currículum? ¿Si se pone nervioso por una suba de precios más intensa que la prevista y, por lo tanto, ajusta para arriba la tasa con más fuerza? Una tasa de corto en alza no es una buena noticia para Argentina, y es una mala si llega al 6 por ciento anual con perspectivas de seguir subiendo. Desde la década del 80 ese nivel de tasas dispararon crisis financieras en países en desarrollo. Hoy ese escenario parece un horizonte lejano, y algunos gurúes dicen que es poco probable. Sin embargo, a esta altura, ¿quién le cree a los gurúes?
Las urnas dieron su veredicto en la democracia argentina. Bush, en tanto, votó por su jefe de asesores económicos y republicano Bernanke para manejar la Reserva Federal. La economía local va a depender mucho más de lo que haga el Tío Ben que de los legisladores que ocuparán sus respectivas bancas a partir del 10 de diciembre.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux