Dom 04.12.2005
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BUENA MONEDA

Una valla y el maratón

› Por Alfredo Zaiat

El objetivo de gestión que se impuso Felisa Miceli tiene una enunciación sencilla. Plantea como meta el crecimiento con equidad. Ese horizonte significa que las riquezas generadas por los diferentes protagonistas del país se distribuyan con criterios justos de acuerdo a la participación de cada uno en esa producción de bienes y servicios. Que un ministro de Economía en la Argentina, teniendo en cuenta la experiencia de los últimos treinta años, se imponga semejante desafío ya es todo un avance. A diferencia de los anteriores que pasaron por ese cargo y afirmaban con más o menos caradurez que trabajaban para el bienestar de la mayoría, todo hace presumir que en verdad ésa es la misión que asumió para su trabajo la flamante dueña de la principal poltrona de Hacienda. Es difícil encontrar una persona con capacidad técnica, ejecutiva y vinculada al Gobierno que tenga ideas más progresistas en materia económica –en los márgenes de estos tiempos– que las que acompañan a Miceli.

Sin embargo, todo no depende de ella. Existe una serie de factores internos y externos que exceden las eventuales cualidades o defectos que tendrá su gestión. Pero eso no hace más liviana su tarea, simplemente habla de su complejidad. En la cuestión del crecimiento económico se debería ser muy bruto para abortarlo dado el espectacular contexto internacional favorable. Puede parecer obvio, pero no lo es. Basta con observar la frustrante experiencia de Lula en Brasil, con una política monetaria y fiscal ortodoxa que deriva en índices de crecimiento paupérrimos teniendo en cuenta que es la décima potencia económica mundial. El tercer trimestre mostró una caída del Producto del 1,2 por ciento, y en el año acumula un magro avance del 2,6, que para Brasil es lo mismo que nada. O sea, la receta para seguir teniendo indicadores macroeconómicos positivos vinculados al Producto Interno Bruto es hacer lo opuesto a Brasil (a propósito, simplemente para recordarlo, ése es el modelo elogiado por el FMI, economistas profesionales del pronóstico errado y por el establishment local). Con bajas tasas de interés internacional y elevados precios de los commodities no debería haber problemas en ese frente. En economías dependientes de divisas por estar altamente endeudadas, divisas que se consiguen por el comercio exterior –dominado precisamente por la venta de commodities–, esas dos variables brindan un oxígeno invalorable. Hay que hacer las cosas muy mal y no aprender del pasado para tropezar.

Por ese motivo, el objetivo de crecimiento con equidad es un salto cualitativo respecto de la gestión que llevaba a cabo Roberto Lavagna, que se sentía cómodo en piloto automático. Por el crecimiento no hay que trabajar mucho, en cambio por la equidad la tarea es complicada, puesto que requiere de esfuerzos mayores, y no solamente del área económica. Se necesita también, fundamentalmente, de audacia, de avanzar sobre medidas que reúnen mucha resistencia en sectores del poder económico.

En ese tránsito, la inflación se presenta como el primer gran obstáculo. En realidad hay dos enfoques para abordar esa cuestión. Una, la específicamente económica, que se explica por el ineludible aunque lento reacomodamiento de precios relativos luego de una violenta devaluación a la salida de la convertibilidad. También porque la canasta de bienes de exportación coincide con la cesta básica de alimentos. Y porque un ritmo de crecimiento muy intenso indefectiblemente provoca tensiones en el sistema de precios. La receta que propone la ortodoxia es enfriar la economía, subiendo la tasa de interés y dejando bajar el dólar. Para no abundar, el decepcionante comportamiento de la economía brasileña ofrece la respuesta a esa propuesta. Sólo vale mencionar que si con el actual crecimiento a ritmo chino resulta muy lenta la caída de la pobreza y la desocupación, frenar el avance del Producto agudizaría la emergencia sociolaboral. La definición más lúcida en ese sentido la dio la propiaMiceli, cuando era presidenta del Banco Nación, para desacreditar esa vía: sería “la paz del cementerio”. Un detalle que no es menor, por último, que permite entender las presiones inflacionarias, es la modorra de las empresas para invertir y así expandir la frontera de producción.

Sin embargo, hay un segundo enfoque, que no es excluyente del anterior, sino que se complementa. La inflación es el mecanismo de apropiación de ingresos de los sectores más vulnerables por parte de los grupos más concentrados. Sólo en esa dinámica, que no es otra cosa que la puja distributiva y no precipitada por los reclamos de los asalariados, es comprensible la exagerada puesta en escena de Néstor Kirchner con los intendentes de la provincia de Buenos Aires para conformar “la liga de seguimiento de precios”. O la excesiva expectativa en la definición de acuerdos de precios con diversas cadenas agroindustriales. Se trata, en última instancia, de una cuestión política que debe ser resuelta en esa área con gestos y estrategias en esa dirección. Por lo tanto, primero se deben esperar resultados políticos para luego determinar si éstos se trasladan a los económicos.

Superar la valla de índices inflacionarios molestos por encima del 1 por ciento mensual será el primer obstáculo de Miceli. Si lo supera, le queda un prolongado maratón por correr.

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