BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
El debate económico que fluye por los medios se ha vuelto tedioso, poco interesante, por una sencilla razón: se discuten cuestiones coyunturales que, luego de años de crisis, ya han sido saldadas. La prudencia en el manejo de las cuentas públicas, el control de las variables monetarias y la abstención por largos años del endeudamiento externo son pilares incorporados, con ciertos matices, por el discurso económico de la mayoría. Entonces el intercambio de opiniones sobre esas bases, que ahora giran alrededor del eje de la inflación, tiene que ver con afinidad o rechazo político al Gobierno más que con sustanciales diferencias. Por caso, uno de los puntos de discordia refiere al fondo fiscal anticíclico. La ortodoxia reclama su formalización como señal de certidumbre a los agentes económicos, de compromiso de las autoridades con la disciplina fiscal y de la existencia de la convicción de que en épocas de bonanzas se deben prever los momentos de sequía. El Gobierno no avanza en ese sentido y constituye en la práctica esa caja de reserva, en una cuenta indisponible en el Banco Nación donde van a parar excedentes presupuestarios, pero sin institucionalizar ese fondo de auxilio. El principal argumento para esa política de las escondidas es que de ese modo evita las presiones sectoriales para aplicar esos recursos. En los hechos se trata de una cuestión de forma, que no resulta irrelevante pero tampoco es fundamental. En cambio, un debate un poco más estructural, libre de la contaminación de la coyuntura, está relegado a un lugar marginal, al ámbito académico, pero sin filtrar a la discusión pública ni generar en el Gobierno el más mínimo interés. Basta recordar la reacción fulminante de Néstor Kirchner con el proyecto de Economía de armar una comisión de análisis de una reforma tributaria.
Esta semana en la Facultad de Ciencias Económicas se reunirán durante tres días decenas de especialistas para hablar sobre estrategias de crecimiento. Con ese mismo objetivo, a mediados del año pasado, en el marco de la Fundación PENT, se desarrolló un interesante seminario sobre estrategias alternativas de industrialización. En ese marco, Pablo Gerchunoff propuso retomar el debate que tenía lugar en la Argentina previo al régimen de alta inflación, endeudamiento, volatilidad y estancamiento iniciado en 1975/1976. Luego de un repaso sobre la historia económica y las discusiones que existían en diferentes etapas del desarrollo del país, recordó los debates entre Guido Di Tella, Marcelo Diamand y Rogelio Frigerio. “Aquella discusión era riquísima”, comentó Gerchunoff, señalando que Di Tella proponía la reindustrialización aprovechando las ventajas naturales, mientras que Diamand sostenía que la industria argentina tenía que ser exportadora, sin ninguna selectividad. Y para ello proponía la aplicación de reembolsos equivalentes al nivel de protección requerida para que la industria se coloque en línea con la productividad agraria. Gerchunoff concluye que “tengo la sensación de que ese tipo de discusiones puede llevarse a cabo en los mismos términos, no necesariamente con las mismas posiciones, en una economía tanto o más trasnacionalizada que aquélla”.
En ese seminario, Fernando Porta destacó que una de las causas de las restricciones al desarrollo argentino se encuentra en “la especialización, fundamentalmente, basada en ventajas naturales, y otra en rentas monopólicas permanentes, que se va recreando en el tiempo”. Ese tipo de especialización productiva “no es neutral en términos de tipo de crecimiento generado y en el tipo de distribución del ingreso que genera”, apuntó. Porta propuso que el proceso de reindustrialización debería orientar a generar actividades que utilicen recursos calificados y que al mismo tiempo los califique; que generen salarios altos y salarios reales crecientes; que esas actividades estén afectadas por un progreso tecnológico significativo; que puedan disponer, usufructuar y generalizar rentas de innovación; y que se muevan en el espacio de mayor calidad y alta gama en términos de productos, en el de la diferenciación de producto y, por lo tanto, en el espacio de la competencia no por precio.
Al respecto, en ese mismo encuentro de la Fundación PENT, Bernardo Kosacoff, advirtió que ese objetivo de pasar a una estrategia de productos sofisticados y diferenciado no es sencillo. “Hay gente que diseña ropa, trabaja en el mundo de papeles gráficos, hace juguetes de madera y miles de otras cosas que tienen diseño y aparecen como productos diferenciados interesantes”, describió, para sentenciar que “nada de eso tiene masa crítica, nada de eso tiene escala, nada de eso si uno lo suma va a generar los 15 o 20 mil millones de dólares adicionales que necesitaremos dentro de tres años para cerrar la cuenta corriente”. Para ello, Kosacoff señaló que se necesita invertir mucho más, puesto que no alcanza con volver a los niveles que existían en promedio durante la convertibilidad porque lo que se requiere es “recuperar el tiempo en que no se invirtió”. “El drama es que el aparato productivo es chico y hay que terminar de modernizarlo, al mismo tiempo que ampliarlo”, indicó. Y aquí aparece una de las restricciones remarcadas por Porta y también por Kosacoff: ¿quiénes son los agentes de ese cambio estructural? El primero expresó una posición más pesimista por las estrategias defensivas, otras rentistas y también “prebendarias” de las organizaciones empresarias. El segundo destacó que “el agente económico más importante que heredamos es la fuerte presencia de filiales de empresas trasnacionales”. Y se esperanza con que “lo que tenemos que mejorar es la calidad de esa presencia”.
Otro de los participantes de ese seminario fue Horacio Aguirre, quien explicó que no hay país que haya desarrollado su industria sin un fundamental requisito de escala, y cuando tal condición no estaba enteramente presente, sí lo estaba el precio bajo de la mano de obra. Aguirre concluye que “los astros, entonces, nunca se han alineado para auspiciar el desarrollo industrial argentino, un país de poca población y por consiguiente un mercado local reducido y con salarios relativamente altos”. Pero no se resigna a ese destino desindustrializador, al proponer “la industrialización especializada, basada en sus ventajas comparativas, que habilite una industria de exportación”.
Puede ser que ese camino no sea suficiente, que haya otros por explorar e incluso que ya exista uno que se está desarrollando sin ser visualizado, pero ya es hora de aprovechar la oportunidad de empezar a debatir otras cuestiones más relevantes que la reiterativa polémica sobre si la inflación anual será del 10 o del 14 por ciento anual.
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