Dom 04.06.2006
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BUENA MONEDA › BUENA MONEDA

La misma película

› Por Alfredo Zaiat

Una película que se proyectó la semana última traslada al pasado reciente, con un guión que parece calcado de un film anterior e incluso con protagonistas que ejercen el mismo papel que otros ex primeros actores, de los que hoy están algunos muertos y otros olvidados. Otra película que también se difundió, en cambio, es un estreno que sorprende por su contenido teniendo en cuenta la historia de los últimos treinta años, y por su originalidad que todavía no ha sido descubierta por la mayoría.

El primer film es la exteriorización del destino frustrado de Argentina. El ministro de Economía compitiendo con el Presidente a lo largo de su gestión, para luego de retirado del gobierno saltar a la arena política con la ambición de desembarcar en la Casa Rosada. El principal activo del candidato es atribuirse la paternidad del modelo económico, con el respaldo del empresariado. Los primeros capítulos de esta historia son idénticos al culebrón encabezado en su momento por Carlos Menem y Domingo Cavallo. Al final, con esta remake habrá que admitir que, en algún sentido, son ciertos esos análisis de laboratorio de investigadores extranjeros que concluyen que la clase política argentina no tiene remedio.

El otro film que se proyectó esta semana muestra otra cara de esa sociedad, increíble por los antecedentes más próximos y, en última instancia, gratificante: una misión del FMI está trabajando en el país y fue casi ignorada por los medios de comunicación, sus encuentros oficiales y con grupos de lobbies fueron intrascendentes y ya casi nadie toma en serio sus repetidas y gastadas recomendaciones. Como sucede, en general, en el mercado cinematográfico, las películas de más taquilla y repercusión mediática son las peores.

¿Qué tienen en común el desarrollista Rogelio Frigerio, el liberal Alvaro Alsogaray, el inclasificable Domingo Cavallo, el neoliberal Ricardo López Murphy y, ahora, el heterodoxo conservador Roberto Lavagna? Todos fueron ministros de Economía, todos tuvieron su momento de gloria, todos eran respetados por el establishment, todos pensaron que el Presidente estaba en deuda con él y todos ambicionaron con ser patrón de la Casa Rosada. ¿Alguna coincidencia más? Ninguno llegó a ser presidente de la Nación.

La historia reciente enseña que sólo la soberbia puede imaginar que un ministro de Economía puede alcanzar en Argentina la Presidencia de la Nación. Y también ilustra que sólo la arrogancia puede llevar a pensar que un ciclo económico favorable se debe exclusivamente al ejercicio del poder por parte del Presidente.

No se trata de una comparación forzada ni de hechos aislados. Es sorprendente la similitud del recorrido de Roberto Lavagna con el de Domingo Cavallo. Ambos desembarcaron en el Ministerio de Economía luego de que sus respectivos antecesores habían realizado la tarea sucia (Antonio Erman González, con el Plan Bonex, y Jorge Remes Lenicov, con la devaluación y la pesificación). Los dos tuvieron juego propio en el gabinete por encima del resto del sus colegas. También compitieron con el Presidente a lo largo de la gestión. Cada uno tuvo en su haber peleas con empresarios, banqueros e incluso con el FMI (Cavallo rompió con las auditorías del Fondo, a mediados de 1994). Uno y otro no perdían la oportunidad para mostrar que la limpieza y racionalidad estaban de su lado, y la suciedad de la política y de los negocios en el resto del gobierno. Cavallo se fue con una estruendosa denuncia de corrupción apuntando al Grupo Yabrán realizada en una sesión histórica en el Congreso. Lavagna se va después de una denuncia de corrupción por sobreprecios y cartelización en la obra pública. Los dos, fuera de la función pública, peleó (Domingo) y pelea (Roberto) por la paternidad del éxito económico y aspiró (Cavallo) y aspira (Lavagna) a la Presidencia de la Nación. En ambos casos, apoyados por el mundo empresario. Demasiadas coincidencias. En realidad, esas similitudes generan un poco de malestar estomacal por esa repetición en tono de comedia de la historia. Es realmente un fenómeno muy particular. No sólo de los ministros de Economía, sino de la clase política argentina. Basta con detenerse en un dato: no hay ningún Presidente, civil o militar, que haya terminado bien su mandato, desde la década del treinta. Es un caso único en el continente. O terminan presos, o fuera del país, o recluidos, o derrocados o se van antes de tiempo. Cada uno que asume odia al anterior. Y no es que no haya gente capaz. Muchos de los integrantes de esa clase dirigente son muy talentosos, brillantes en las carreras universitarias. Pero todas peleadas entre sí y sin conceptos, sin ideas básicas aglutinantes.

Lo cierto es que a lo largo de los últimos 50 años los ministros de Economía han asumido el rol estelar de los gabinetes nacionales al mismo tiempo que las crisis se iban extendiendo y reiterando. Pero el poder político, o sea el Presidente, con más o menos habilidad ha marcado el rumbo principal. En muchas ocasiones se confunden los roles por la excesiva e interesada influencia del establishment en la (de)formación de consensos sobre lo que hay que hacer para ser un “país normal”. En realidad, lo bueno o lo malo que hicieron los dueños transitorios de la poltrona del Palacio de Hacienda se debió en gran parte a la política definida en la Casa Rosada. Así fue con la dupla del parco Juan Vital Sourrouille-Raúl Alfonsín, con la del todopoderoso ministro Domingo Cavallo-Carlos Menem, con la del desangelado José Luis Machinea-Fernando de la Rúa, con la del modesto Roberto Lavagna-Eduardo Duhalde y también con la del soberbio Roberto Lavagna-Néstor Kirchner. En cada una de esas experiencias se encuentra que el eje central de la gestión económica es política, desde el Plan Austral pasando por la convertibilidad, y desde la búsqueda del mítico investment grade vía ajuste fiscal hasta el plan del dólar alto con superávit fiscal.

Por suerte, durante esta semana, también se proyectó la otra película, que podría titularse “¿FMI?, al fondo a la derecha”. Es el film relevante para una sociedad que busca reconstruirse desde las cenizas y que no se merece que en la pantalla aparezca la secuencia de una historia con guión y final conocido.

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