BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Un ejecutivo muy vinculado con las principales empresas que operan en el país sostiene que la mayoría de las compañías está ganando mucho dinero. Ese mismo directivo afirma a la vez que el gobierno de Kirchner no es del agrado del mundo empresario. Las razones de esa opinión negativa que recogió en sus habituales recorridas por las oficinas top son varias: ese rechazo se da por ideología (“gorilismo”, resume), por escasa simpatía por cuestiones de formas (“no les gusta el saco cruzado”, describe), porque el Gobierno elige como referencia a un reducido grupo de empresarios (“los deja afuera”, explica), porque ahora el Estado quiere meterse en la estructura de costos por el tema precios (“es intervencionista”, apunta) o, simplemente, porque el tradicional lobby no puede filtrarse en la Casa Rosada (“dicen que no hay con quién hablar”, define). Esta situación es traducida en varios medios de comunicación como ausencia de “clima de negocios”. Con más sofisticación, ciertos analistas de la city destacan que el Gobierno no tiene una actitud “promercado”, lo que genera escasa confianza en aquellos que tienen que definir inversiones. Esa posición es reflejada con fidelidad y compromiso militante por los gendarmes de los buenos modales. Más allá de lo que inicialmente se presenta como una contradicción para el sentido común (empresas que ganan mucho dinero con una política que impulsa un gobierno que no quieren), existe en los hechos ese rechazo y, por lo tanto, esa percepción de clima anti-mercado. Y aunque parezca una idea rebuscada, puede ser que el estado de ánimo de la empresas y la sobreactuación del Gobierno para convalidarlo sea una de las claves –no la única– para entender primero la rápida recuperación y luego el actual recorrido positivo de la economía.
Por ese camino transitó Dani Rodrik, profesor de política económica internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, cuando planteó que en países como la Argentina existe una incompatibilidad básica entre tres cosas. La primera es una democracia plena, la segunda es conseguir la confianza de los mercados y la última es tener una estrategia de crecimiento orientada a reducir la pobreza. Esa postura revela a Rodrik como integrante de los críticos sobre el proceso de globalización y sus efectos sobre las economías de los países menos desarrollados. “Creo que Argentina está atrapada en una situación en que esas tres cosas no son fácilmente compatibles en el corto plazo. Y hay que ser muy cuidadoso en elegir a cuál de esas tres se renuncia”, había afirmado Rodrik cuando el gobierno de Fernando de la Rúa estaba sujetado al salvavidas de plomo de Domingo Cavallo. Hoy, ese dilema vuelve a estar presente pero con un gobierno que ha optado por renunciar –por voluntad propia, en el caso de la renegociación de la deuda, o por decisión ajena, cuando el empresariado resiste políticas de intervención del Estado– a conseguir la confianza de los mercados.
“Creo que se ha aprendido de Argentina que manteniéndose dentro de la democracia, respetando el modo de funcionamiento del sistema político, no se pudo proponer (en el gobierno de De la Rúa) una estrategia de crecimiento, con todos los elementos de experimentación y heterodoxia que esto implica, queriendo ganar al mismo tiempo la confianza de los mercados”, señaló Rodrik, cuando pasó por Buenos Aires invitado por la Universidad de San Andrés y conversó con Observatorio Social sobre pobreza y globalización. Como la opción de renunciar a la democracia no está en la agenda, puesto que cuando se eligió esa vía fue una tragedia con consecuencias que todavía se sigue padeciendo, la opción que recomienda ese investigador es la de dejar de lado la confianza de los mercados si el objetivo es tener una política de crecimiento. Rodrik afirmó: “Esto implica decir con firmeza: Este es nuestro programa, orientado al crecimiento, esto es lo que vamos a hacer, pero recién vamos a lograr sostenibilidad en el mediano o largo plazo”.
En la práctica, es lo que ha hecho Kirch-
ner con el controvertido modelo del dólar alto, criticando las estrategias del ajuste que proponen los economistas de la city y el FMI, representantes de lo que se denomina “mercado”. La experiencia de la política del “déficit cero” que impulsó Cavallo en el gobierno de De la Rúa fue el camino inverso. En ese caso, la opción fue deshacerse del objetivo de crecimiento para ganar la confianza del mercado. Y así les fue. Con reacciones exacerbadas de los mercados ante cualquier acción –hasta la más irrelevante– del gobierno, que generaba un escenario donde era imposible conducir la economía con políticas viables. Porque en ese momento la idea del déficit cero era un ajuste insostenible. Hoy el “mercado” quedó fuera del centro de la escena y no se generan repercusiones magnificadas con impacto en la economía. Lo que existe son quejas por ese desplazamiento.
Para Rodrik ese reclamo encierra una elevada cuota de hipocresía. “Por un lado se les dice a los países que necesitan instituciones sólidas, participación democrática, deliberación, libertades civiles, pero por otro, cuando los países están actuando de acuerdo a esos principios (con el objetivo de crecer y reducir la pobreza) son constantemente penalizados por los mercados porque ellos quieren una política tajante (de ajuste) que se lleve adelante con firmeza y que no de lugar al disenso. En ese mundo no pueden esperarse resultados razonables”, concluye Rodrik, que es un experto en desarrollo económico.
La idea dominante en el mundo empresario es que Kirchner no es “promercado”. Y esa posición, en lugar de castigar al Gobierno, que es el objetivo de esa crítica, termina siendo funcional a la gestión de la actual administración. Es una respuesta similar a la que existe en el frente fiscal, como se explicó en esta columna. Hace tres domingos se señalaba que la principal crítica apunta al aumento del gasto público por encima del incremento de los recursos que va erosionando el superávit fiscal. Los cuestionamientos eran inconsistentes desde la ortodoxia frente al ortodoxo manejo del superávit fiscal record. De ese modo, las observaciones sobre el aumento del gasto público, en realidad, terminan siendo funcionales al conservadurismo fiscal de Kirchner. El Gobierno muestra en ese frente una audacia que no es tal gracias a críticas sin fundamentos. Eso mismo pasa con “la confianza del mercado” y el desfavorable “clima de negocios”. Lo que le permite al Gobierno presentarse como un aguerrido disciplinador del “mercado” en un contexto donde la mayoría de las empresas está registrando utilidades muy elevadas, y en algunos casos como nunca antes.
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