BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
La Argentina es un laboratorio casi perfecto para los profesionales entretenidos por estudiar economía. No es una novedad que se trata de un caso especial analizado a nivel internacional, pero igualmente no deja de sorprender que todavía siga brindando bastante material en ese sentido. No se puede decir en ese aspecto que el país no es fiel a sí mismo en desorientar y poner a prueba hasta a los más entusiastas. En un recorrido corto, dejando de lado el antecedente primario de que perteneció al lote de las top ten a comienzos del siglo pasado y que quedó fuera de ese tren, la economía argentina pasó por el experimento del enfoque monetario de la balanza de pagos con la tablita de Martínez de Hoz, por el descontrol fiscal y monetario que derivó en la hiperinflación de Alfonsín, por la entrega del manejo del Palacio de Hacienda al Grupo Bunge & Born con Menem y luego la repetición del esquema del atraso cambiario con la convertibilidad de Cavallo, por el posterior estallido y megadevaluación que la hundió en una impresionante crisis, hasta el actual momento de acumular el ciclo de crecimiento sostenido a tasas altas más importante de su historia. Puede ser que por esos antecedentes turbulentos y la sucesión de pronósticos fallidos las evaluaciones sobre lo que está pasando tengan una cuota de dramatismo exagerada. Hoy, el “problema” es cómo administrar la abundancia, no la escasez, ni la inminencia de un caos por desequilibrios macro. Sin embargo, la mayoría de los economistas presenta la actual situación con tantos fantasmas como si la película fuera de terror. Y lo peculiar es que ignoran o minimizan precisamente las debilidades del actual modelo, que tienen que ver con consolidar mercados oligopólicos y una matriz de distribución del ingreso desigual.
La tensión máxima en el sistema energético nacional como la presión sobre los precios refieren a estructuras de determinados mercados que no están preparados para acompañar un sendero de crecimiento. Esos dos frentes de tormenta (energía e inflación) no contienen ingredientes de las crisis del pasado sino que se explican en que el sector privado no invierte al ritmo que marcha la economía, y, si lo hace, es con rezago, protegiendo tasas de ganancias muy elevadas. En un interesante informe para el debate del economista Miguel Bein (Aquiles también tenía un talón...) se indica que “el tipo de cambio excepcionalmente alto generó una fenomenal transferencia de recursos, inicialmente vía la licuación de pasivos y luego vía transferencias de rentabilidades de los sectores primarios y de servicios a la industria”. Agrega que, sin embargo, “no generó, al menos por ahora, la reinversión de esa súper renta que imaginaban los hacedores de política”. Con ese diagnóstico, expone tres preguntas: 1. “¿Qué se puede esperar de esta dinámica a medida que el tipo de cambio vaya perdiendo su excepcionalidad y se encamine a uno alto, ma non troppo, en los próximos tres años?” 2. “¿Tendrá el Gobierno la capacidad para generar una nueva agenda de incentivos estables a la inversión para poner la rueda en marcha?” 3. “¿Enamorará la Argentina al capital industrial en una unión duradera?”
Las respuestas a esos interrogantes pueden ofrecer pistas sobre el comportamiento futuro de las principales variables, puesto que luego de una veloz recuperación hasta alcanzar elevados niveles de utilización de la capacidad instalada, la economía ha quedado inversión-dependiente para extender la frontera de producción y así sostener un ritmo acelerado de crecimiento. Pero esas preguntas y respuestas aún desconocidas se presentan incompletas debido a que se deposita exclusivamente la responsabilidad en las señales que debería emitir el Gobierno. Resulta evidente que es esencial el rumbo que se indica desde el Estado para incentivar al sector privado. En ese sentido, Aldo Ferrer suele explicar con suma claridad que los empresarios reaccionan a los estímulos que desde el Estado se emiten. Uno de los economistas del Plan Fénix provoca diciendo que si en las décadas del ’80 y del ’90 se hubieran traído al país a emprendedores japoneses, coreanos o estadounidenses, al cabo de seis meses hubieran estado especulando en lugar de transitar el camino de la producción. Pero eso no explica todo. También juega el compromiso del sector privado en un proyecto de desarrollo, lo que motiva también tres preguntas: 1. ¿Qué se puede esperar de la clase empresaria argentina que no puede definir cuál es su lugar en un proyecto de país, más allá de buscar subsidios del Estado, conseguir rápidas y elevadas tasas de ganancias y polemizar un corto plazo ideologizado? 2. ¿Tendrán los emprendedores locales la capacidad para generar una cultura industrial y de trabajo? 3. ¿El capital industrial se convencerá de que el mercado interno tiene que ser abastecido para la mayoría en cantidades suficientes y precios estables y, por lo tanto, sus proyectos de inversión que buscan ganar mercados externos no tienen que desplazar al doméstico?
Ambos integrantes de ese matrimonio tienen que ofrecer las respuestas respectivas para esta “oportunidad única” que brinda un contexto internacional favorable. No es sólo el Gobierno el sujeto que estaría desaprovechándola sino también el sector privado que, en no pocas ocasiones, queda atrapado de discusiones irrelevantes. Si se pierde esta oportunidad, será responsabilidad de ambos miembros de esa pareja. Bein lo dice a su modo: “Paradójicamente, hoy en la Argentina los mayores problemas que debe manejar la política económica surgen de la dificultad que enfrenta la gestión para administrar las buenas noticias que vienen del escenario internacional, caracterizado por la tendencia ‘secular al alza’ que siguen mostrando los términos del intercambio y la fenomenal liquidez, que presiona aún más sobre el recorrido del tipo de cambio real vía precio del dólar, como ocurre en Brasil, o vía aceleración de la inflación como en el caso argentino”.
Quedar encerrados en debates repetitivos (tipo de cambio, situación fiscal y política monetaria) que, a esta altura, deberían estar saldados o, por lo menos, en un segundo plano, tanto para unos y para otros, refleja, simplemente, que las respuestas a esas incógnitas no son fáciles de encontrar. Si esa búsqueda sigue siendo deficiente, la mochila de la oportunidad perdida por no haber sabido administrar la abundancia la deberán cargar varios sobre la espalda.
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