BUENA MONEDA
Sendero peligroso
› Por Alfredo Zaiat
El destino político de fracaso, pero también el personal de un trabajo bien remunerado en el sector privado, de los economistas conversos resulta previsible. Más aun a partir de la experiencia de José Luis Machinea, que en esa materia puede ser guía. Falló en la estrategia de recuperar la economía luego de renegar en la función pública de la heterodoxia que defendió por años. Aunque también puede entenderse ese brinco del cerco hacia la ortodoxia simplemente como un reaseguro laboral fuera del Estado. Machinea se recupera de la frustración por su gestión en el Palacio de Hacienda en un cómodo conchabo, con salario en dólares, en el Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington. Roberto Lavagna parece que aspira a caminar ese mismo sendero. Este tipo de economistas cuando empiezan a hacer agua con su herrática política buscan en forma desesperada ganarse la simpatía del establishment y, fundamentalmente, de los organismos internacionales. La torpe embestida de Lavagna sobre la banca pública va en ese sentido. ¿Quién puede imaginar que hoy se pueda vender el 10 por ciento de los bancos públicos en la Bolsa, mercado pequeño y destrozado?
Se sabe que el ministro abrevó de la fuente de la heterodoxia, que no es un hombre del sistema financiero ni un economista del establishment de la city. Sin embargo, está dando todas las señales necesarias, ahora de ortodoxia, de que es un hombre “confiable” para la burocracia internacional. Comportamiento que tiene como objetivo que en su carpeta de antecedentes figure que hizo todo lo posible para que la Argentina no quede aislada de la comunidad internacional. Machinea consiguió así luego trabajo. Pero en esa meta Lavagna tiene fuertes restricciones, además de que su antecesor, Jorge Remes Lenicov, ya ocupó su lugar en Bruselas, como embajador argentino ante la Unión Europea.
Lo que sucede es que el ministro quedó atrapado de la sádica estrategia del Fondo. En una primera etapa, hasta fines de mayo, ese organismo tuvo una estrategia “egoísta” de presionar para que la Argentina cuidara sus reservas con el excluyente objetivo de garantizarse el cobro de sus acreencias. Por eso exigió un mercado de cambio libre y sin intervención del Banco Central para evitar la sangría de dólares para atender la demanda de plaza. Se perdieron de esa forma unos 4000 millones de dólares por no aplicar un control de cambios en un mercado desestabilizado, que recién pudo recuperar cierta tranquilidad cuando se fijó un piso para las reservas, en unos 9000 millones de dólares. Con esa limitación, se inició la fase de la política de refinanciación de vencimientos mes a mes, estrategia gatillada a partir de la extensión de la crisis a Brasil y Uruguay. Al empezar a dudar de la tesis de que la Argentina no contagiaba su virus a la región, el Fondo frenó el hostigamiento, generando la ilusión en Lavagna de que podría alcanzar un acuerdo para su plan económico.
Esa luna de miel fue muy breve. Los burócratas del FMI piensan, como es habitual erróneamente, que Brasil y Uruguay se han podido estabilizar gracias a los paquetes de auxilio que han otorgado. Entonces, han vuelto a explicitar una posición de dureza con la Argentina, que aleja la posibilidad de un acuerdo. Ante ese escenario quedan opciones poco alentadoras. Si el país declarara la cesación de pagos con los organismos internacionales, alternativa que Lavagna resiste, dejaría de pertenecer a la comunidad internacional, a la vez que el ministro tendría problemas en conseguir un empleo de su agrado. En cambio, si el Gobierno de Duhalde cumple con los pagos impostergables con el FMI, Banco Mundial y BID tal como Lavagna aspira, la Argentina empezaría a perder reservas. En ese caso, simplemente dejará de ser.