Dom 31.08.2008
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BUENA MONEDA

La opción brasileña

› Por Alfredo Zaiat

Brasil, socio mayor del Mercosur y líder regional, reúne esa atracción ambivalente de competencia y reconocimiento de sus vecinos por esa convicción de atribuirse la histórica promesa de alcanzar la categoría de potencia mundial, como la ya lograda en el fútbol. Su intenso recorrido en materia económica brinda argumentos tanto a ortodoxos como a industrialistas para que cada uno divulgue, en defensa de su propia comarca, la recomendación de imitar a la nación verdeamarelha. Durante la década del noventa, de predominio de la estrategia neoliberal de desestructuración productiva, los críticos de esa etapa destacaban que Brasil no cometió la torpeza de bombardear su base industrial pese a la hegemonía de la ideas del Consenso de Washington. Ahora, luego del estallido de ese modelo de ajuste y atraso cambiario, en una etapa de impulso neodesarrollista con un dólar alto, los censores desde la ortodoxia a esa vía de crecimiento enfatizan que el esquema económico de Lula de tipo de cambio apreciado y tasas altas permiten un sendero de estabilidad de precios, ingresos de capitales y confianza de los mercados. En unos y en otros se trata de una utilización interesada de un proceso económico-político complejo como el de Brasil, país inmenso y con contrastes mayúsculos, con el objetivo de sumar consenso a su propuesta para el tránsito esquivo del desarrollo argentino. Pero como enseña la historia de los países exitosos, éstos consiguieron ingresar en ese lugar distinguido, en un proceso de prueba y error, aprendiendo de experiencias ajenas para adaptarlas a la propia.

Por eso mismo es una tarea saludable evitar la confusión de las críticas al actual ciclo de crecimiento sostenido de la economía argentina confrontado con la evolución del programa brasileño, que para la city es virtuoso y consistente. A esta altura, resulta evidente que el plan basado exclusivamente en el dólar alto tiene debilidades y hoy se encuentra en una encrucijada por el alza de precios domésticos, pero su superación no es el retroceso de abrazar la opción brasileña. Alternativa que se basa en diseñar un esquema de apreciación del tipo de cambio y tasas altas como ancla de las expectativas inflacionarias, a las que se subordinan todos los otros objetivos de política económica. Ese esquema es aplaudido por el sistema financiero y padecido por el industrial, como lo reflejan los más recientes indicadores de la economía de Brasil.

El sector bancario fue el que obtuvo las mayores ganancias entre las empresas de capital abierto de ese país en el primer semestre del año, según un estudio de la consultora Economática. En el primer semestre del año los 25 bancos más importantes del mercado encabezaron la lista con ganancias de 10.234 millones de dólares, 13,1 por ciento más que en el mismo período de 2007, cuando habían ganado 9047 millones. En tanto, dos de cada tres empresas brasileñas que compiten con productos importados redujeron su participación en el mercado nacional, y la mitad de las exportadoras perdió espacio debido a la fuerte valorización del real, de acuerdo a una encuesta realizada por la Confederación Nacional de la Industria. “La valorización del real redujo la competitividad de los productos brasileños y provocó daños a la posición de mercado de las industrias”, afirma en un documento la poderosa CNI. El impacto fue especialmente fuerte en textil, indumentaria y calzados.

El plan brasileño alienta un fuerte ingreso de capitales especulativos que aprovechan las tasas de interés en dólares, que se anotan entre las más elevadas del mundo. También registra una entrada intensa de dólares por exportaciones agropecuarias y mineras, beneficiadas por los altos precios de las materias primas, en un sorprendente proceso de reprimarización de sus despachos externos. La estrategia del Banco Central, conducida desde enero de 2003 por el ex director general del BankBoston, Henrique Meirelles, mimado del mercado financiero internacional como el líder en el combate mundial contra la inflación, como lo definió un reciente artículo del The Wall Street Journal, redujo la paridad real-dólar de casi 4,0 a fines de 2002 a 1,6 de la actualidad. Tasas reales muy positivas, que en los últimos meses subieron al 13 por ciento anual, permiten rentas financieras extraordinarias.

Ese modelo que tanto seduce a la ortodoxia, entusiasmo que se entiende por quienes son los ganadores, se traducirá en que Brasil registrará déficit de la balanza comercial en este año y aumentará considerablemente el saldo negativo de la cuenta corriente, que se financiará con ingreso de capitales especulativos e inversiones extranjeras en áreas de negocios vinculadas a materias primas (petróleo, minería, agro y biocombustibles). Estos desequilibrios macroeconómicos, bien conocidos en la Argentina de la década del noventa y del período de la dictadura militar con Alfredo Martínez de Hoz, advierten sobre riesgos de corto y mediano plazo. Pese a ello, Brasil tiene una consideración muy buena en la evaluación de inversores, de bancos, organismos financieros internacionales y calificadoras de riesgo, selecto grupo de analistas que son implacables en cambio con otras experiencias.

Como el proceso brasileño es complejo sería un error caer en exámenes lineales y simplistas, tan usuales en los economistas de la city, sobre la probabilidad de su éxito o fracaso. La aún poderosa base industrial y de infraestructura, el desarrollo de grandes firmas nacionales estatales (Embraer y Petrobras) y privadas (JBS-Friboi, Camargo Correa, Odebrecht, Santista) y la presencia activa de un banco de desarrollo (Bndes) que financia a las empresas constituyen una estructura de soporte que le permite eludir por ahora los obstáculos de la apreciación del tipo de cambio. Condiciones de las que carece la economía argentina, aspecto esencial para reflexionar cuando se realiza cualquier tipo de similitudes entre ambos países. Esto implica que la opción brasileña de atrasar el dólar con tasas altas para contener la inflación puede servirle a Lula, pero para la Argentina es el conocido camino que tarde o temprano termina guiando a la economía a una crisis.

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