BUENA MONEDA
Poroto de culto
› Por Alfredo Zaiat
Con tantas crisis y destrucción de riquezas colectivas muchos se terminaron de convercer de que Dios no es argentino. De todos modos, en algunas ocasiones se presenta como un pariente muy cercano que posa su mano redentora sobre ese territorio denominado Argentina. En esta oportunidad, como el maná arrojado del cielo al pueblo hebreo en su travesía de liberación de 40 años a través del desierto, otra semilla es motivo de veneración por sus virtudes salvadoras. La soja es la receptora de la adoración de productores agropecuarios, de la devoción de las multinacionales proveedoras de esa semilla y de la idolatría del Gobierno. En la cadena de la felicidad que se construyó alrededor del culto a ese poroto, los hombres del campo tiran abajo montes frutales, se olvidan del algodón y la caña, destruyen tambos y desplazan otros granos debido a la rentabilidad extraordinaria que brinda la soja. Los abastecedores del paquete tecnológico semilla transgénica-siembra directa-agroquímico glifosato han modificado un proceso ancestral de vinculación del agricultor con su producción, que ya no se aprovisiona de la semilla de su propia cosecha sino que ha perdido autonomía al depender de la asistencia de la multinacional proveedora. Por su parte, Roberto Lavagna recauda por las exportaciones de soja, que cotiza en valores record en el mercado internacional, la mitad de los ingresos fiscales por retenciones. A la vez, la abundancia de dólares que inundan la plaza local por esas ventas externas mantiene controlada la sensible plaza cambiaria. Ahora bien, ¿ese maná del siglo XXI servirá para liberar o para esclavizar?
Ese interrogante resulta irrelevante para aquellos que disfrutan de un ciclo extraordinario de ganancias crecientes. El Estado, en cambio, pese a compartir esa bonanza tiene la responsabilidad de abordar esa cuestión. Como bien enseña el desarrollo capitalista, no es útil una estrategia de enfrentamiento a los cambios tecnológicos que alteran las formas de producción. La habilidad se encuentra en cómo aprovecharlos sin caer preso de esos avances de la ciencia. La soja, entonces, a nivel económico, con el consecuente impacto en lo social, se presenta como un debate urgente. El riesgo reside en que Argentina pase de ser el “granero del mundo”, con diversificación de producción, a transformarse en una típica área agroexportadora especializada en un solo cultivo.
En el voluminoso trabajo realizado por la Cepal bajo la dirección de Bernardo Kosacoff sobre “Una estrategia nacional de desarrollo”, se explica que “a lo largo de la década de los ‘90, la agricultura argentina experimentó un proceso de modernización y crecimiento sin precedentes en los últimos tiempos, en un marco de expansión de la oferta disponible de tecnologías y de profundos transformaciones técnico-productivas”. Y se destaca que “se incorporaron tecnologías de nivel internacional que estuvieron disponibles en la Argentina sólo con un breve retraso respecto de su lanzamiento en los países de origen”. Pero alerta respecto del monocultivo, al indicar que esa “situación plantea importantes riesgos en el futuro acerca de la sustentabilidad de los ecosistemas”.
El camino del monocultivo soja, racional en la lógica de rentabilidad presente del productor individual aunque no tan razonable por el desgaste del suelo que adelanta menor rentabilidad futura, resulta peligroso también para la economía en su conjunto. Ya de por sí un modelo sustentado en el agro es vulnerable por la tendencia de largo plazo a la baja de los precios internacionales de los commodities. Y si, además, ese modelo muda a uno de monocultivo, la vulnerabilidad externa alcanza niveles máximos. La economía pasa a ser dependiente del vaivén de la cotización de la soja en el mercado de Chicago, del mismo modo que de las plazas de destino de esa oleaginosa. Mientras la ola es positiva, esa amenaza es minimizada. Pero es precisamente en ese momento cuando el Estado debe intervenir para evitar consecuencias desagradables cuando la taba se dé vuelta. Basta con realizar un simple ejercicio para construir un escenario económico preocupante: ante un eventual retroceso del precio internacional de la soja, menos dólares ingresarán en la plaza cambiaria con su impacto en la cotización del verde, caerán los ingresos fiscales, se verificará la pérdida de los mercados externos de los productos desplazados por la soja y se mostrará la deficiencia estructural de abastecimiento doméstico de alimentos básicos, por ejemplo la leche. El cierre de tambos por la preferencia de la soja por parte de los hombres de campo es un caso interesante, pero no el único sobre el deterioro en la diversidad de la producción agropecuaria. La industria láctea ha retrocedido 12,4 por ciento en lo que va del año, lo que provoca cuellos de botella en la oferta derivando en importación de leche, con el consecuente impacto en precios.
Ante la bonanza que derrama la soja se muestra como una herejía la pretensión de alterar esa situación de privilegio. ¿Cómo se abre la puerta de ese festín a una intervención del Estado? Una posibilidad es influyendo en la ecuación económica del productor elevando las retenciones a la soja, disminuyendo al mismo tiempo la de otros granos (trigo, maíz, girasol). O apoyando a la producción que la soja desplaza. Para evitar que la soja, actual maná del cielo, no sea la soga de la esclavitud futura, no hay que quedar atrapado del culto a ese poroto.