Dom 15.02.2004
cash

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López



Deudas impagables

Una de las mayores tragedias de la humanidad fue la Primera Guerra Mundial –la Gran Guerra, como entonces se llamó–. Como toda guerra, se consumó a través de la destrucción de vidas humanas y de bienes físicos, necesarios tanto para la existencia individual como colectiva. Como toda guerra, un día concluye, y los generales derrotados deben sentarse a escuchar condiciones y castigos, y no les queda otra que aceptarlos, sea que los cumplan ellos o sus pueblos: “Murieron tantos civiles y soldados, se destruyeron tantas casas, tantos caminos, tantos puentes, y en total ello asciende a N dólares (o libras, o francos), que el pueblo vencido deberá pagar a lo largo de X años”. Es cierto que la destrucción fue ejecutada por ambos bandos, pero se supone que el perdedor, además de culpable de la guerra, fue el que incitó la parte de destrucción realizada por el victorioso, de modo que el primero debe cargar con todos los gastos. En 1919, en el Palacio de Versalles, cerca de París, las potencias victoriosas acordaron un monto de reparaciones de guerra que se cargaron a la cuenta de Alemania. El monto, sin embargo, se fijó en una cifra muy superior a lo que ese país, con su economía destruida, podía pagar. Sólo la persuasiva voz de John M. Keynes se alzó contra esa exigencia desmedida e incumplible. Keynes, alto funcionario inglés, se retiró de Versalles luego de intentar persuadir sin éxito a los líderes políticos –Wilson, Lloyd George, Clemenceau– y condensó su propia visión del problema en Las consecuencias económicas de la paz, publicado en 1920. Allí indicaba como suma posible los N calculados por los victoriosos, menos una quita sustancial. Los alemanes, pueblo trabajador, hábil y disciplinado, no sólo no podían pagar sino que ni tenían para comer ellos mismos. Estados Unidos doblegó su voluntad negándoles alimento durante el tiempo necesario. Firmaron el Tratado, y ello no tardó mucho en provocar una segunda tragedia, de peores consecuencias aun. En un momento, el cese de pagos determinó la ocupación de la cuenca del Ruhr por Francia. En otro, el esquema de pagos debió renegociarse. Finalmente, Alemania llegó a pagar la misma cifra que Keynes predijo. Hoy aquí, sin haber invadido otros países, tenemos en la deuda externa un tratado de Versalles, y las estrategias del Imperio para hacerlo cumplir son iguales: pagar sobre el hambre y la sed del pueblo argentino.

Como somos
Vivo a respetable distancia de mi trabajo, por lo que paso parte de mi existencia arriba de un auto. Como en la ruta es imposible atisbar en el interior de otros autos, mi relación es con autos, no con automovilistas. ¿Pueden deducirse del aspecto exterior de un vehículo, o de sus movimientos, rasgos de la personalidad de quienes los manejan? Por ejemplo, en ningún otro país pude ver tal cantidad y variedad de formas de ocultar la chapa-patente trasera del vehículo: pedacitos de tela adhesiva blanca o negra que hacen ver otra letra o número que los verdaderos, una cintita roja o un adminículo colgante que tapa una letra o número, un sector de la chapa oculto tras un parche de barro, y así hasta el infinito. Es claro el propósito: burlar cualquier fotografía del vehículo que pueda conducir a una multa fotográfica. Pero como la multa sólo puede nacer a causa de velocidad excesiva, o de violar semáforos, el verdadero propósito es tener las manos libres para infringir la norma, una suerte de agente 007. El punto ya sale de su casa vestido para matar, o cuanto menos para perpetrar actos en los que no tenga ninguna responsabilidad, o en los que pueda eludir todo control. ¿Qué contrato puede contraerse con una persona así? También noto que ciertas normas o recomendaciones de las autoridades se ignoran generalmente: en un cruce de autos, dar prioridad al que va por la derecha; en una fila de autos, mantener distancia suficiente para frenar; manejar con cinturón de seguridad puesto. En cambio, en un cruce de autos, la prioridad es del más potente o moderno: una suerte de sustitución de la norma por la fuerza. Seguramente la persona que así obra, si es un empresario, en el pago de impuestos incurrirá, sino en evasión, en elusión: en un cumplimiento aparente de la obligación fiscal. Si uno va a girar o a detenerse, y enciende la luz de giro que corresponde o las balizas, ello pone en alerta al auto que viene detrás. Hacerlo no perjudica en nada al conductor, y en cambio puede librarlo de una aproximación excesiva del auto de atrás. Sin embargo, es corriente no hacer esas señales. Tales conductores, sin duda, no son propensos a proporcionar información a otros acerca de sus procederes. Si estos rasgos, que todos pueden comprobar en las rutas, valen para el universo, nada extraña que vivamos en una economía en negro, sin información, con negras consecuencias fiscales y previsionales.

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