Domingo, 20 de junio de 2004 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Cómo
empezó
En la Autobiografía de Belgrano leemos que con la Revolución Francesa
(1789) nació en él un interés por estudiar Economía
Política. En el mismo escrito dice que, cuatro años después,
en 1793, por sus conocimientos económicos, tenía la estima de
esferas gubernativas, lo que le valió ser electo secretario del Consulado
de Buenos Aires. Semejante estima no era menor, en momentos en que “en
España las ideas de Economía Política cundían con
furor”, y la Península contaba con varios economistas de fuste.
¿Cómo adquirió solvencia en esta especialidad, entre los
diecinueve y los veintitrés años, entre no saber nada o poco de
ella y convertirse en famoso por sus conocimientos al respecto? Cada vez que
se intentó responder esta pregunta se mencionó una larga lista
de autores cuyas obras circulaban en la época, como Filangieri, Galiani,
y otros, como si el deseo de su lectura fuese suficiente para acceder a ellos.
Si además tenemos en cuenta que en dicho lapso Belgrano estaba estudiando
abogacía, carrera en la que no se enseñaba Economía Política,
y cuyo cursado le exigía cierta dedicación, la citada lista no
explica cómo Belgrano accedió al conocimiento. Hoy, sin embargo,
las muchas monografías del grupo capitaneado por Enrique Fuentes Quintana
y Ernest Lluch permiten otra explicación, más natural y simple.
El rey de España, Carlos III, había sido antes rey de Nápoles,
y allí autorizó la creación de una cátedra de Economía,
confiada a Antonio Genovesi, que publicó en 1765 unas Lecciones de Comercio.
Ya en España, el rey borbón promovió una acción
similar a través de las Sociedades Económicas de Amigos del País,
y en particular en la aragonesa. Allí se creó en 1784 una cátedra
de economía, confiada a Lorenzo Normante, ex alumno de Victorián
de Villava, profesor en Huesca. Entre tanto se pedía a Villava traducir
las Lecciones... de Genovesi, Normante redactaba unos apuntes basados sobre
dicho autor. Un año después se publicaba la traducción
de Villava. En Salamanca, donde estaba Belgrano al ocurrir la Revolución
Francesa, era profesor otro aragonés, Ramón de Salas y Cortés,
fundador de una Academia de Derecho Español y Práctica Forense,
que propuso impartir un curso de Economía Política según
las Lecciones... de Genovesi, iniciativa que aprobaron 21 de los 23 miembros
del Consejo de la Universidad. Este fue el marco de los primeros estudios económicos
de Belgrano.
Qué
pensaba
Identificar la doctrina económica a que adhiere un autor es tarea dificilísima,
y muy sujeta a error si se lo intenta a partir de información precaria.
Cuando el general Mitre publicó su Historia de Belgrano, un problema
que el país debía resolver para insertarse en el mundo era la
tenencia de la tierra, y en particular la situación del indio, el ocupante
originario. Acaso influido por tal preocupación, y por el hecho de haber
traducido Belgrano “dos opúsculos fisiócratas”, de
la citada obra se desprendía una inclinación belgraniana hacia
la Fisiocracia. Sin embargo, esta filiación doctrinaria del prócer
es insostenible. Ya en su primera Memoria, leída en 1795 ante los miembros
del Consulado de Buenos Aires, no se limita a elogiar a la agricultura, como
hubiera hecho un seguidor de Quesnay, sino que propone una serie de formas de
estímulo a la actividad industrial y comercial, y estas últimas
constituían la “clase estéril” en el esquema de Quesnay.
Si bien la segunda Memoria, leída en 1797, está dedicada exclusivamente
a determinadas producciones agrícolas (lino y cáñamo),
la leída en 1802 trata del establecimiento de curtiembres en el virreinato,
vale decir, un elogio de la clase estéril, algo inconcebible para un
fisiócrata. Creemos que el maestro de la historia del pensamiento económico,
que fue Ernest Lluch, se equivocó al titular uno de sus trabajos como
“Manuel Belgrano, fisiócrata...”. Más natural es considerar
las traducciones fisiocráticas de Belgrano como ejercicios realizados
en el curso de su aprendizaje de la ciencia económica. En la composición
de sus trabajos, Belgrano no desestimó ninguna idea o propuesta que pudiese
ser aplicable al Río de la Plata. Con frecuencia, una misma propuesta
–como la de implantar curtiembres– podía hallarse en varias
obras. Por ejemplo, en Disertación sobre el aprecio y estimación
que se debe hacer de las artes prácticas (1781), de Antonio Arteta de
Monteseguro, pueden hallarse varios de los proyectos planteados por Belgrano
en sus Memorias. El error de Mitre radica en haber desprendido la formación
doctrinaria de Belgrano del medio social en que tuvo lugar. Belgrano formó
su pensamiento en la España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII,
y por tanto en un medio de relativo subdesarrollo, necesitado de recurrir a
toda información que aportase ideas aptas para superar tal situación
de atraso.
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