Dom 04.07.2004
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EL BAúL DE MANUEL

El baúl de Manuel

Soluciones problemáticas

En Economía la solución de un problema no pocas veces pone al descubierto la existencia de otros, mucho más difíciles de resolver. La “sugerencia para simplificar la teoría monetaria” de Hicks (1934), complicó terriblemente la teoría monetaria. Para la ortodoxia económica, la defensa del liberalismo no ofrecía mayores dificultades antes de la “Teoría General” (1936) de Keynes. Defenderlo después exigió un notable esfuerzo, tanto teórico como econométrico: sus apólogos necesitaron crear la “tasa natural” de desocupación, el “ingreso permanente”, etc., para hacer tambalear las teorías del barón de Tilton. Un caso curioso fue la explicación del valor de las cosas ofrecida por Ferdinando Galiani, en su tratado Della Moneta, publicado en 1751, cuando apenas contaba veinte años. ¿Dónde reside la magnitud del valor de una cosa? ¿En la mente del usuario de la cosa, o en el trabajo desplegado por otros para hacer que la cosa adquiera sus cualidades útiles, a partir de ciertas materias primas? La explicación de Galiani combinaba lo subjetivo –utilidad– con lo objetivo –escasez–: “llamo utilidad (utilità) a la aptitud que tiene una cosa para procurar felicidad”, “llamo escasez (rarità) a la proporción que hay entre la cantidad de una cosa, y el uso que se le da”. Esa dualidad ya se halla en los escritos de Aristóteles en cuanto al valor: “El valor es una idea de proporción, en la mente de un hombre, entre la posesión de una cosa y la de otra”. Pero poco después afirmaba: “lo único que da valor a las cosas... es (el) trabajo (fatica)”. El valor era, pues, una razón: “ésta se compone de dos razones, que con estos nombres expreso: utilidad y escasez”. El trabajo como fuente del valor tendría como defensora a la escuela clásica; por otra parte, la utilidad como fuente del valor hallaría sus defensores en la escuela neoclásica, en su rama inglesa (Jevons, Edgeworth, Marshall), en la de Lausana (Walras, Pareto) y en la austríaca (Menger, Böhm-Bawerk, Wieser). Cada cual tomó de Galiani la parte que juzgaba acertada. Alfred Marshall concilió posiciones introduciendo el factor tiempo: en el momento del mercado, la producción no puede incrementarse, y lo que determina el precio de un bien es su utilidad. En el largo plazo, en cambio, la producción puede ajustarse perfectamente a los cambios de la demanda, y lo que determina el precio son las condiciones productivas.

Para leer a Bush

“Una imagen dice más que mil palabras”, según el dicho chino. Hoy la imagen es la televisión, la prensa gráfica. Cierto tipo de expresión gráfica, como es la historieta o cartoon revela, para algunos, más del espíritu de un pueblo que un tratado de folklore. Algunas historietas, mejor que ninguna historia, reflejan mejor el espíritu de los norteamericanos. Ariel Dorfman caló hondo en esa alma en Para leer el Pato Donald. Pero es sabido que no necesariamente no se puede decir del pueblo norteamericano lo que sí puede decirse de sus ocasionales gobernantes. No todo el pueblo participa en la elección de estos últimos, ni menos aun comulga en su totalidad con sus proyectos y acciones. ¿Cuál es la imagen –cuál es la historieta– que refleja el alma de los gobernantes? EE.UU. fue la primera república burguesa de la historia, y, como tal, su mundo se ha centrado en las riquezas materiales. Ellas le provocan felicidad y a la vez horror a perderlas. No es casualidad que infinidad de películas, programas de radio, novelas, etc., hayan sembrado el terror en el pueblo común con invasiones de otros mundos o galaxias. Ni es casualidad que se haya buscado histéricamente vida en Marte. Y un burgués dominado por el terror busca su salvador en un superhombre. Y ya dimos con la respuesta: la historieta de los gobernantes es aquella cuyo personaje central es un hombre común, incluso con incapacidades físicas, como lo era Franklin Roosevelt, capaz de convertirse súbitamente en un súper-hombre, capaz devolar, inmune a las balas, manejador de armas desconocidas capaces de destruir cualquier cosa que se le ponga por delante, como también lo fue Roosevelt a partir de su declaración de guerra al Eje en 1941. Sobran casos para elegir: Superman, Batman, el Capitán Maravilla, la Mujer Maravilla, el Terrible Hulk, el Hombre Araña. Son personajes esquizofrénicos, de doble personalidad: pacíficos y tímidos ciudadanos, de buenos modales, solteros y sin novia, que ante una amenaza a su ciudad, región o país, activan una metamorfosis que los convierte en seres capaces de la más aniquiladora capacidad de agresión e invasión. La Argentina copió sin descanso a EE.UU.: su educación (Sarmiento), su Constitución (Alberdi). ¿A quién enfrentaremos al decir “¡no!” a ideas como “inmunidad a los soldados”, “política de cielos abiertos” o el “ALCA”? ¿A Clark Kent o al Hombre de Acero?

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