EL BAúL DE MANUEL
Por M. Fernández López
País “muy normal”
La Economía se enseñaba en Escocia en el siglo 18 en el marco
de la Filosofía Moral, que abarcaba el Derecho y la Filosofía,
distinta de la Filosofía Natural, o Física. Puede hablarse de
una Geografía Natural, que versa sobre la ubicación y extensión
de los países, y una Geografía Moral, que trata de países
reales e imaginados, sus costumbres, creencias y valores. Los hay fruto de la
obra colectiva y de nacidos de la mente de personas; fértil en crear
países especiales, el irlandés Swift, ideó Lilliput, o
país de enanos, y Brobdingnag, o país de gigantes, nombres donde
la idea de “país normal” la fijaba el invasor extranjero
a esos países. Creó Laputa, isla aérea poblada por filósofos
enfrascados en experimentos absurdos. Y creó Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib
y Houyhnhnms. María Elena Walsh creó el Reino del Revés,
donde son jueces los delincuentes y policías los que debieran estar entre
rejas. Existe también, al parecer, el País-Contradicción,
donde se piensa todo, pero no se hace nada, cuyas creencias y valores, defendidos
en el pensamiento, se contraponen a lo que ocurre en la realidad. Allí
se piensa que las instituciones sociales y las relaciones con otros países
son sagradas, e impolutos los tres poderes del Gobierno. Pero no hay castigo
a quienes dinamitan embajadas extranjeras o mutualidades, aprobar leyes requiere
sobornar a legisladores, y el propio ejecutivo trafica armas. En la imaginación
–en la ley escrita– se condena esas prácticas, pero la falta
de responsables y de castigos equivale a su aprobación. Se condenan el
juego de azar, el narcotráfico y la prostitución: la ley prohíbe
instalar casas de juego en la capital del país, pero hay casas flotantes
en los bordes de tal ciudad, que se publicitan en televisión. No hay
droga tan adictiva ni letal como el cigarrillo. Un hospital advierte: “el
cigarrillo causa cáncer y enfermedades cardiovasculares”. Pero
el gobierno fomenta cultivar tabaco, su manufacturación y consumo. Incluso
autoriza (“lo que no es prohibido, se permite”) la propaganda para
fumar, ya en enormes carteles en la vía pública, en diarios y
revistas y en cine y televisión, donde sin restricción llega a
menores de edad. La prostitución, dicen, es sostenida y usada por fuerzas
del orden para mejorar sus presupuestos, y aun se publicita sin restricciones
en diarios de gran circulación. Lo que se dice, un país muy normal.
Don David
Si puede nombrarse un economista pretérito que, muerto y sepultado, ha
renacido en el último medio siglo, ése es David Ricardo, y el
rescate de su vida e ideas se debe en gran parte a Piero Sraffa, primero por
su magistral edición de las obras y correspondencia de don David (desde
1951), y luego por su propia obra “Producción de mercancías
por medio de mercancías” (1960). ¿Quién fue Ricardo?
Nacido en una familia sefardita, con talento para las finanzas, y el razonamiento
abstracto, hizo negocios con el Gobierno. En 1815, cuatro días antes
de la batalla de Waterloo, el Gobierno lanzó el mayor empréstito
de guerra. La Bolsa estaba en baja, por la incertidumbre de la guerra, pero
Ricardo apostó todo su patrimonio a la derrota de Napoleón, y
acertó. Aceptó las amistades que le ofrecieron James Mill y Thomas
R. Malthus, y tuvo ásperas discusiones con el segundo. Impulsado por
una movida tendiente a proteger el comercio de cereales en el Parlamento, a
principios de 1813, comenzó a investigar el impacto de la acumulación
de capital sobre las ganancias. En marzo de 1814 escribió unos artículos
sobre la ganancia del capital, que se perdieron. Pero en febrero de 1815 publicó
Ensayo sobre las ganancias, que determinó su interés por explicar
la distribución del ingreso en una economía en que crecen el capital
y la población. El tema le dio material para una obra fundamental, Principios
de Economía Política y Tributación (1817) que, en versión
simplificada por Mill, fueron el texto de la primera cátedra de economíaen
la UBA (1823) a cargo de Agrelo. En 1819 ingresó al Parlamento, comprando
el sitial de Portarlington. Su participación fue intensa y sugirió,
para cancelar toda la deuda gubernamental en pocos años, un impuesto
inmobiliario. El impuesto no reduciría la riqueza total ni castigaría
injustamente a la clase propietaria, porque el valor de capital de los impuestos
que la gravarían para atender las erogaciones en intereses y amortización
de la deuda oficial era igual a la suma total del impuesto inmobiliario propuesto.
Este proyecto se conoce como el “teorema ricardiano de equivalencia”.
Ricardo murió –dos meses antes de fundarse la cátedra de
economía en Buenos Aires, basada en la versión Mill de su libro–
en su casa de campo, Gatcomb Park, en Gloucestershire, el 11 de setiembre de
1823, de una infección en el oído que se extendió al interior
de su cabeza.
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