EL BAúL DE MANUEL
Por M. Fernández López
Piqueteros
de antes
Una estructura social cuyos miembros se agrupan en estratos superpuestos, y
en la que la pertenencia a cada estrato es fijada por títulos de nobleza,
es esencialmente desigualitaria. Así era el llamado antiguo régimen
en la Europa anterior a 1789. Detentar un título de nobleza dependía
de poseer tierras, y viceversa. El poseer tierra en propiedad exclusiva fue
una de las primeras formas de desigualdad social, hecho subrayado por Rousseau
en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (1754) que,
al parecer, le inspiró a Adam Smith la condición de “apropiación
privada de la tierra”, junto a las de “acumulación de capital”
y “extensión de la división del trabajo”, como distintivas
de un “estado civilizado” de la sociedad (mientras que en un “estado
primitivo”, no hay apropiación privada del suelo, ni acumulación
de capital ni significativa división del trabajo). En efecto, tanto la
tierra como el ganado y las semillas fueron las primeras formas de riqueza,
y su apropiación por ciertas personas con exclusión de las demás,
marcó un comienzo de desigualdad. Rousseau calificaba de necios a los
que aceptaron la pretensión de los primeros propietarios el suelo. Smith
se refirió a qué ocurre cuando la necedad pasa y es reemplazada
por la conciencia: el menos favorecido quiere tomar parte de lo que el favorecido
posee quizá en exceso: “la avaricia y la ambición en el
rico, y en el pobre el odio al trabajo y el amor a las comodidades y goces del
momento, son pasiones que impulsan a atropellar la propiedad. Allí donde
existen grandes propiedades, existe gran desigualdad. Por cada hombre riquísimo
habrá, por lo menos, quinientos pobres, y la abundancia de que gozan
algunos pocos supone la indigencia de muchos. La abundancia de los ricos despierta
la indignación de los pobres, que con frecuencia, se ven arrastrados
por la necesidad a atropellar las posesiones de aquéllos”. Se rebelan
quienes no tienen nada contra los que tienen algo. “La relación
entre desigualdad y rebelión es realmente estrecha”, dice Amartya
Sen. ¿Quién ayudará al rico? “Sólo bajo el
cobijo del magistrado civil –completó Smith– puede dormir
una sola noche tranquilo el propietario de esas propiedades valiosas. La autoridad
civil, en cuanto es una institución destinada a asegurar bienes y propiedades,
se instituye en realidad, para la defensa de los ricos contra los pobres”.
Distribución
del ingreso
Hace algunos años ya los economistas descubrieron algo realmente obvio:
que a mayor nivel de ingreso, mayor consumo. Pero también descubrieron
que, a mayor nivel de ingreso, menor el porcentaje del ingreso destinado a consumo.
Por ejemplo, si uno gana 100 pesos y de ellos gasta en bienes de consumo 80
pesos, si el ingreso se duplica (200) el consumo total pasa a ser mayor –por
ejemplo (140)–, pero en relación al ingreso es menor: el consumo
aumentó 60 pesos (de 80 a 140), pero la proporción consumida del
ingreso bajó del 80 por ciento (80/100) a 70 por ciento (140/200). En
cambio el ahorro, o diferencia entre el ingreso y el consumo, pasó de
20 por ciento (100-80/100) a 30 por ciento (200-140/200). En cualquier situación
de la actividad económica, son estímulos para la producción
mayores niveles de consumo, de inversión o de exportaciones. Cuando el
futuro se presenta promisorio, y se prevé una expansión de las
ventas, las empresas en general, buscan renovar o expandir sus equipos productivos
y demás bienes de capital. Esa expansión es lo que se llama “inversión”,
y para que tenga lugar requiere la ayuda de aquella parte del ingreso llamada
“ahorro”. Si, por el contrario, el futuro aparece incierto y no
estimula a adquirir bienes de producción durables, ninguna empresa querrá
echar mano de los ahorros que se formen, aun a tasas de interés sumamente
bajas, y los ahorros nunca se convertirán en inversión. En otras
palabras, la restricción del consumo por parte de los sectores más
pudientes no beneficia en nada a la actividad económica. Esto, sin embargo,
no es un resultado desaprovechable. Pues así como hay quienes ganan mucho
más de lo que consumen, también hay –sobre todo en la Argentina
de hoy– quienes ganan muchísimo menos de lo que necesitan. Cualquier
porción de ingreso no gastado que pudiese ser transferida a esos sectores
indigentes se convertiría de inmediato en consumo, con un efecto tan
estimulante sobre la producción y empleo como un incremento de la exportación
o de inversión. La reciente encuesta de hogares, que arrojó el
resultado de que la actual distribución del ingreso es la más
regresiva de los últimos cincuenta años, tiene su lado amable,
ya que nos está proponiendo realizar una reforma tributaria por la que
el ingreso del Estado deje de basarse en el IVA y pase a gravar ingresos que
superan toda suma necesaria para subsistencia, comodidad o lujo.
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