Dom 01.08.2004
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EL BAúL DE MANUEL

El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Estadísticas y estadistas
“Los números gobiernan el mundo”, decía Platón. Y se puede añadir: también ayudan a gobernar, si se los emplea sabiamente y sin trampas. Los números del estadista (las “estadísticas”) miden población, recursos naturales e industriales, comercio, producción y riqueza de la sociedad, y favorecen al estadista cuando señalan prosperidad, pero lo perjudican cuando delatan una sumisión a otros países, o un estado de crisis o retroceso, y no es casual que en esos casos se oculten o se impida su relevamiento. Cuando Belgrano leyó su primera memoria en el Consulado (1795), no pudo ocultar su disgusto por no poder referirse a la economía virreinal por carecer de datos, y pronto organizó un plan estadístico que en 1810 no había completado. Alejandro E. Bunge ingresó como funcionario en el Estado, encargándose del Departamento del Trabajo, pero pronto fue ascendido a director nacional de Estadística. Allí, usando el Censo de 1914 y las páginas de su Revista de Economía Argentina, realizó proezas, como medir el ingreso nacional y crear un coeficiente de corrección monetaria. En esas tareas, advirtió que la industria se había expandido durante la guerra, y cinco años después de concluida había en el país 61 mil establecimientos que ocupaban a 600 mil operarios, con una fuerza motriz instalada de un millón de HP, un volumen de ventas de 2886 millones de pesos y un capital de 2467 millones de pesos. Ese año, sin embargo, el crecimiento industrial se detuvo. La declinación de la industria en 1923 motivó que Bunge, como asesor del ministro de Hacienda, Rafael Herrera Vegas, le presentara un plan proteccionista de aforos y aranceles aduaneros dirigido a cimentar una política industrial, plan al que adhirió el presidente Alvear. Pero el Parlamento lo rechazó y Herrera Vegas renunció (no sin antes firmar tres becas a estudiantes para observar el impuesto a la renta en Europa, EE.UU. y Oceanía, esta última para el joven Prebisch). En octubre de 1923 le sustituyó Víctor M. Molina, que repudió el plan de Bunge: “Molina llevó a cabo en los patios del Ministerio de Hacienda un auto de fe, haciendo quemar los ejemplares impresos del Proyecto Bunge que iba a convertirse en ley” (J.L. Imaz), lo que llevó a Bunge a renunciar como director de Estadística de la Nación. Cuando comenzó a crecer la pobreza, en 1990, pronto se suprimió el “mapa de la pobreza”, que se construía en el Indec.

El modelo del rey Midas
La sociedad, para que lleguen los bienes producidos a sus demandantes, se basa sobre la división del trabajo, y el intercambio entre los agentes mediante actos de compraventa. El dinero es el que hace viables esas operaciones. Sin él, las mismas difícilmente se concretarían. Por ello suele tomarse el instrumento como la causa, y suele escucharse: con el dinero se come, se educa, se cura, etc. Sin embargo, no es dinero lo que comemos, lo que nos educa o nos cura. Comemos alimentos, nos educan maestros y nos curan médicos, todo lo cual nace de trabajar y producir. La confusión entre dinero y satisfacción de necesidades ya existía antes de Cristo, y Aristóteles, hace más de dos mil años, refirió en su obra La Política la leyenda del rey Midas, que pidió la facultad de convertir en oro todo lo que tocase, y murió de hambre, al convertir en oro hasta sus alimentos. Acaso por extraviarse las obras de Aristóteles, la confusión monetaria siguió, y en el siglo veinte, el mayor economista norteamericano, Irving Fisher, la denominó ilusión monetaria, significando la confusión entre valor nominal (o impreso) y poder adquisitivo (o valor) del dinero. El segundo varía al cambiar el precio de los bienes, aunque permanezca igual el primero. Con un peso (1m) compro una unidad de un bien (1x) cuyo precio es un peso (1p): 1m 1p = 1x . Si el precio aumenta a dos pesos (2p), el poder adquisitivo baja a la mitad: 1m 2p = ´x. Si generalizamos, para M unidades monetarias y cierto nivel de precios p, es M p = x. Dicho en otros términos, si el salario es una suma de dinero (M) por mes, es M = dinero tiempo; y el precio (p), una suma de dinero por unidad de bienes en general, es: p = dinero cantidad de bienes. Luego M p = cantidad de bienes tiempo: el valor del salario es la cantidad de bienes que el mismo permite comprar en un mes. En una economía con inflación una suma de dinero fija es una cantidad de bienes cada vez menor. El que entrega dinero gusta expresarse en valor nominal, pero quien lo recibe debe mirar cuánto compra con ese dinero. Es nuestro caso: se mantienen salarios en dinero constantes y se dice: “no aumentaremos el salario”. El asalariado lo traduce como: “el salario real seguirá bajando”. Este modelo ilusionista, funciona a base del incesante deterioro del salario real, de la transferencia de poder de compra del asalariado al pudiente, a base de creciente desigualdad y empobrecimiento.

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