EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Como es sabido, la última dictadura militar (1976-’83) incrementó varias veces el monto de la deuda pública externa. De una cifra baja y manejable a la fecha de ser derrocado el gobierno constitucional, al terminar la dictadura había subido a una cifra que su último ministro de Economía, Jorge Wehbe, se declaró incapaz de afrontar, en tanto en el ambiente político se la calificaba de impagable e incobrable. Por otra parte, es manifiesto que dicho gobierno era ilegítimo: se regía por un pretendido “estatuto”, al que subordinaba la Constitución Nacional. No era representativo, republicano, federal ni democrático; violó todos los derechos individuales y gremiales, reestableció la tortura, la condena sin juicio previo y la pena de muerte; montó una red de campos de detención, tortura y exterminio, desde los cuales los detenidos eran llevados a fosas comunes o a ser arrojados vivos al mar. Tamañas agresiones a los ciudadanos insumieron recursos, nunca declarados en los presupuestos, por lo que, junto con el gasto de armamento en la invasión a Malvinas, fueron el destino obvio de la enorme deuda externa contraída. Hoy los ciudadanos, en especial los más humildes, generan con sus privaciones el superávit fiscal con que se paga la deuda externa: pagando un IVA desmesurado, recibiendo educación del sistema público con docentes en estado de pobreza, con universidades que no ven aumentado su presupuesto al nivel de, por ejemplo, Brasil, atendiéndose en hospitales públicos que se ven desbordados por el número de pacientes, etc. ¿Por qué, al caer la dictadura, no se aplicó la doctrina de Sack? Recordemos que este profesor de París, en su libro de 1927 Transformations des Etats sur leurs Dettes Publiques, fijó la doctrina de la deuda odiosa (dettes odieuses): “si un poder despótico contrae una deuda que no es para las necesidades o el interés del Estado sino para fortalecer su régimen despótico, o para reprimir a la población que lucha contra él, etc., tal deuda es odiosa para la población de todo el Estado. Esta deuda no es una obligación para el pueblo; es una deuda de ese régimen, una deuda personal del régimen que la contrajo, y por tanto desaparece al concluir dicho poder”. ¿Por qué este ejército “sanmartiniano” no imitó al Gran Capitán, que en 1821 como Protector del Perú rechazó la deuda pública ilegítima, anticipando con ello la doctrina de la deuda odiosa?
“Las ideas de los economistas y los filósofos políticos son más poderosas de lo que comúnmente se cree”. Antes que Keynes pusiera esa frase en letras de molde, en este país se le halló aplicación: la Argentina desde tiempos coloniales soñó con extraer de la feracidad de la pampa, sin mucho esfuerzo, muy buenas ganancias. Y lo logró, claro está, cuando las condiciones internacionales le fueron propicias, a partir de mediados del siglo XIX. Uno de los arquitectos de la Argentina exportadora de bienes agropecuarios fue el ex presidente y autor de la Historia de Belgrano, el general Bartolomé Mitre, a quien siguió gran parte de los historiadores del siglo XX. Era aliado formidable para un proyecto primario-exportador una imagen de Belgrano partidario de la fisiocracia. Recordemos: la Fisiocracia favorecía a la agricultura, en tanto calificaba a la industria y el comercio como “clase estéril”. La escuela anterior, el Mercantilismo, consideraba productivos al comercio y la industria, y no a la agricultura. Por cierto, Belgrano tradujo las Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor (1794) del jefe de la fisiocracia, Quesnay. Y su primera memoria, leída un año después en Buenos Aires, la tituló de un modo asombrosamente parecido al texto de Quesnay. Y en la misma memoria exalta la agricultura como, por ejemplo, “el verdadero destino del hombre”. Pero a continuación dice: “no se crea que debemos abandonar aquellas artes y fábricas que se hallan ya establecidas... antes bien esforzoso dispensarles toda la protección posible y que igualmente se las auxilie en todo... para animarlas y ponerlas en estado más floreciente”. Y propone a ese fin crear una escuela de dibujo para enseñar diseño industrial, un camino seguido por la industria manufacturera francesa. Por último, trata del comercio: “estamos en estado de proteger al comercio”, dice, y propone crear una escuela de comercio y una escuela de náutica, similar a “las innumerables escuelas que de estos principios tiene la Europa”. En otras memorias propicia cultivar lino y cáñamo para su industrialización, desarrollar el curtido de pieles, etc. Si un fisiócrata, en tiempos de Quesnay, promoviese a la industria y el comercio como hizo Belgrano, sin vacilar hubiera sido expulsado del grupo. Belgrano proponía una economía integrada, mas ello requería antes la independencia política.
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