EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El 7 de diciembre se fue Paolo Sylos-Labini. Había nacido en Roma, en 1920, poco antes de subir Mussolini al poder. Estudió leyes en Roma, y economía con Alberto Petriella. Su gran maestro e inspirador fue Joseph Schumpeter, de quien tomó las innovaciones técnicas como impulsoras de la actividad empresaria. De Chamberlin, también de Harvard, tomó la idea de pocos competidores, u oligopolio, como forma de mercado de las economías industriales. El oligopolio era el tema del momento, como lo revela el libro de Fellner (1949). Su libro Oligopolio y progreso técnico apareció en 1956-57, y halló en Franco Modigliani, a quien había conocido en Harvard, un importante difusor de sus ideas. La idea del oligopolio de Sylos era análoga a la teoría de la supervivencia del más fuerte. La empresa más fuerte es capaz de introducir innovaciones que caen fuera del alcance de las menos fuertes, lo cual sirve a las más fuertes para impedir que crezcan las menores, expulsarlas del mercado e impedir que entren a él nuevos competidores. Así, el oligopolio, con avances tecnológicos y barreras al ingreso de otros, genera hacia sí mismo un blindaje autoprotector. Generalizado al ámbito internacional, Sylos halla que el oligopolio es general en la industria, en tanto la libre competencia lo es en la agricultura. Al tener el oligopolio más fuerza de mercado que la agricultura, en una división del trabajo como tuvo la Argentina, de intercambio de bienes agropecuarios por bienes manufacturados, los términos del intercambio tienden a deteriorarse en perjuicio de las exportaciones primarias. Sylos publicó, entre otros, los libros: Economía capitalista y economía planificada (1960), Problemas del desarrollo económico (1970), Sindicatos, Inflación y Productividad (1974), Las fuerzas del crecimiento económico y la declinación (1984), Nuevas tecnologías y desempleo (1989), Elementos de dinámica económica (1992), Crecimiento económico y ciclos económicos: los precios y el proceso de desarrollo cíclico (1993), Carlos Marx: tiempo de un balance (1994), La crisis italiana (1995), Subdesarrollo (2000), Un país de civilización limitada (2001), Berlusconi y los anticuerpos. Diario de un ciudadano indignado (2003), Volviendo a los clásicos. Productividad del trabajo, progreso técnico y desarrollo económico (2004).
Un ejercicio que encanta a los economistas es indagar qué revela tal o cual elección. Para ello usan una lógica muy simple: la elección es la asignación de un recurso escaso, capaz de usos alternativos, para la obtención de los fines más valorados, dentro de un orden de prioridades. El PEN acaba de hacer el anuncio, que tomó por sorpresa a toda la comunidad, por no haber sido objeto de ninguna discusión previa, de la cancelación de la deuda con el FMI mediante el uso de reservas del Banco Central. El caso cae dentro de la lógica económica: los recursos son divisibles, se diría infinitamente divisibles, de modo que pudieron haberse usado para obtener varios fines a la vez; y el fin que se buscó es de naturaleza netamente financiera. No quiere decir que no haya otros fines no satisfechos: en un país con enorme número de desocupados, con el 70 por ciento de sus jóvenes en estado de pobreza, y por tanto con futuros muy sombríos, y así podríamos seguir, no puede decirse que falten otros fines a obtener. La elección realizada revela que se prefiere saldar la deuda financiera antes que encarar la deuda social: hay 100 por ciento de preferencia por lo financiero y 0 por ciento de preferencia por lo social. Y como los recursos utilizados no se renovarán rápidamente, se anuncia un futuro inmediato de congelamiento de toda mejora social. No sé tú, pero yo hubiera preferido otra elección. Cuando el gobierno de Illia tomó una decisión parecida, lo que se dispuso fue negarse a prorrogar un stand-by –negarse a recibir recursos del FMI–, no entregar recursos al exterior. Por otra parte, esos recursos son del Banco Central, no de la Tesorería: ¿se tomará por asalto al BCRA?, ¿se reformará su Carta Orgánica para permitir tales adelantos?, ¿se reformará dicha ley mediante un decreto? Además, el PEN está inhibido por la Constitución a negociar la deuda externa, porque ya sea que se endeude o se desendeude, ambas acciones afectan mi patrimonio, y eso deben debatirlo sólo mis representantes en el Parlamento. Aquí se pasa por arriba del Parlamento, al tiempo que se proyecta dejar al Consejo de la Magistratura en manos de la clase política que hoy gobierna. Ya en el país hubo una vez quien detentó la “suma del poder público”, que hoy prohíbe la Constitución. No estaría de más que la clase política en el poder recordase cada tanto la frase del fundador de su movimiento: dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada.
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