Domingo, 7 de mayo de 2006 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL › EL BAUL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Tras la verborragia acerca de las “pasteras” por operar en Fray Bentos, esta semana dominó los medios un informe de la Defensoría del Pueblo sobre la contaminación del Riachuelo. La sociedad pareció descubrir, de pronto, ese viejo problema, cuya solución sólo compete al Gobierno. ¿Somos flojos de memoria o la inacción estatal termina por hacernos olvidar los problemas? Recordaré que en 1871 el profesor de Economía Política y rector de la UBA, que sería también ministro de Hacienda con Pellegrini y cofundador del Banco de la Nación Argentina, don Vicente Fidel López, correlacionó la epidemia de fiebre amarilla que sufría la ciudad de Buenos Aires con las miasmas de un Riachuelo ya altamente contaminado. En esos días tenía lugar una Exposición Industrial, promovida por D. F. Sarmiento en Córdoba. López le criticaba que en ella sólo se exponían materias primas, y sostenía que “nuestros únicos establecimientos de industria” eran los saladeros. Como hoy ocurre, la industria necesitaba evacuar sus efluentes, y ello determinaba que buscasen localizarse en la orilla de un canal receptor. Estaban los saladeros “concentrados en el Riachuelo”, decía. Y seguía “la opinión popular creyó encontrar la causa de esa epidemia en las inmundicias del Riachuelo; y el clamor que se levantó obligó a las autoridades a contemporizar con ella, desterrando a los saladeros del Paraíso que se les había señalado por las leyes anteriores, porque lo habían convertido, de bello que era, en un verdadero infierno de repugnancia”. Inesperadamente, López se puso del lado de los saladeros: “a lo grave de la cuestión higiénica vino a agregarse lo gravísimo de la cuestión económica; y la expulsión de los saladeros del lugar favorable, y quizás único, que ocupaban, se va a presentar dentro de poco muy seria y muy terrible para el país. Nuestros hacendados no van a tener precio para sus productos ni para sus gorduras; y el comercio interno queda amenazado de muerte al mismo tiempo que el criador, porque sin que los saladeros trabajen en el Riachuelo, es absurdo contar con la exportación de los frutos de la campaña que forman un 50 por ciento cuando menos, del valor total de toda nuestra producción. El país no se halla en condiciones de poder soportar la falta de ese valor”. Nada se hizo entonces, acaso por desinterés de las que el mismo López llamaba “las castas políticas que explotan el poder”.
Leemos en un famoso texto de Economía: “las condiciones que rodean a la pobreza extrema, especialmente en lugares densamente poblados, tienden a anular las facultades superiores. Aquellos a quienes se ha llamado las resacas de nuestras grandes ciudades tienen poca oportunidad para la amistad, nada saben de las buenas costumbres y de la tranquila y poco sobresaltada unidad de la vida familiar; y la religión suele no alcanzarlos. Sin duda su mala salud física, mental y moral se debe en parte a causas distintas de la pobreza: pero ella es la causa principal. Y además de estas resacas hay gran número de personas, en la ciudad y en el campo, que se crían con insuficiente alimento, ropa y vivienda; cuya educación se interrumpe a edad temprana para trabajar por un salario; que a partir de ahí son empleadas durante muchas horas en trabajos agotadores para sus cuerpos imperfectamente alimentados, y que por ello no tienen oportunidad de desarrollar sus facultades mentales superiores. Sus vidas no son necesariamente insalubres o infelices. Pero, por todo ello, la pobreza es un grande y puro mal para ellos. Incluso cuando se encuentran bien, su cansancio suele llegar a dolor, mientras que sus placeres son pocos; y cuando sobreviene la enfermedad, los sufrimientos que la pobreza causa son incrementados diez veces. Con exceso de trabajo y falta de educación, cansados y desesperanzados, sin paz ni ocio, no tienen la menor oportunidad de desarrollar lo más alto de sus facultades mentales; el estudio de las causas de la pobreza es el estudio de las causas de la degradación de una gran parte de la humanidad”. El pasaje está tomado de Principios de Economía, de Alfred Marshall, cuya primera edición data de 1890 y la última, de 1920. Podría aplicarse a la Argentina de hoy, aunque corresponde a la Inglaterra de antes de la Primera Guerra Mundial, cuando ese país era el más rico y poderoso del mundo entero, cosa que no podría decirse de la Argentina actual. Keynes (1920) recalcó que el sistema económico inglés prebélico se basaba en una extrema desigualdad. La desigualdad hacía posible que los favorecidos del sistema ahorrasen y acumulasen. El contraste de países y épocas permite pensar que la situación de pobreza, así como la gran desigualdad distributiva, están en el sistema económico mismo, más allá de si el país que se mira es más o menos rico, o está en el centro o en la periferia.
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