EL BAúL DE MANUEL
Singer no era un economista del que últimamente se hablase demasiado. En verdad, no suele hablarse mucho de quien ha superado los noventa años. El había comenzado su formación económica cuando Schumpeter enseñaba en Bonn. También lo fue de Spiethoff. Su formación continuó en la universidad de Cambridge bajo la dirección de Keynes. Allí redactó sus primeros panoramas acerca de la desocupación: Hombres sin trabajo (1937) y Desocupación y desocupados (1940). En 1947, luego de pasar por la New School of Social Research, de Nueva York, se incorporó a las Naciones Unidas. Allí le llegó su momento de gloria, al producir el artículo La distribución rebeneficiosa entre países inversores y países prestatarios, acerca de los términos del intercambio británico en el período 1873-1938 y su contrapartida en los términos del intercambio de países exportadores de bienes primarios, del que surgía que durante esos 65 años, en el intercambio entre productos manufacturados y productos primarios, o entre países industriales y países agroexportadores, o incluso todavía, entre países centrales y países periféricos, los términos del intercambio habían variado a favor de los primeros y en contra de los segundos. Por ejemplo, si al comenzar el período una tonelada de cereales se cambiaba por 200 kilos de manufacturas, y al finalizar el período lo hacía por 100 kilos de manufacturas, cada kilo de manufacturas pasó, de comprar 5 kilos de cereales, a comprar 10 kilos de cereales. El indicador de los términos del intercambio es el cociente M/P (M: manufacturas; P, bienes primarios) que se lee: “cuántas manufacturas compra una unidad de productos primarios”. Singer decía: “Es una cuestión de hecho que desde los años 1870 la tendencia de los precios se movió fuertemente en contra de los vendedores de alimentos y materias primas y a favor de los vendedores de artículos manufacturados” y “la especialización de los países subdesarrollados en exportar alimentos y materias primas, en gran medida como resultado de la inversión de los segundos, ha sido desafortunada para los subdesarrollados”. Para desgracia de Singer, poco antes el argentino Raúl Prebisch presentó igual resultado, con el nombre de “deterioro secular de los términos del intercambio”, en la reunión de la CEPAL en La Habana en 1949, coincidencia que la profesión sintetizó como “tesis de Prebisch-Singer”.
A nadie le gusta perder a quien le ha aportado algo de claridad dentro de la complejidad del mundo en que vivimos. Galbraith lo hizo, aunque no pensando tanto en los países que se esfuerzan por emerger, sino en su propio país de adopción, los Estados Unidos, lo que no es poco mérito. Había nacido en Canadá y pasó a estudiar economía agraria en la Universidad de California. En plena juventud le cayó encima la pesadísima mochila de la Gran Depresión, por lo que no sorprende que recibiese con entusiasmo el mensaje keynesiano de 1936. Fue una de las cabezas de puente para el desembarco de las ideas del brillante británico en las universidades norteamericanas, particularmente en Harvard. La guerra mundial lo encontró controlando los precios en la Oficina de Administración de Precios. Su colaboración con F. D. Roosevelt lo incorporó a las filas del Partido Demócrata, y por tanto su siguiente colaboración, durante la administración Kennedy, no fue sino una continuidad de sus inclinaciones políticas. En esta otra etapa, se desempeñó como embajador en la India. Los elementos de su pensamiento pueden cifrarse en tres: planeamiento, Estado y gran empresa. “Planeamiento” no es la actividad estatal que lleva ese nombre, sino la que realizan en su interior las empresas. “Estado” no es intervencionismo estatal ni estado de bienestar, sino la presencia de una autoridad supraindividual que procura que la economía privada funcione suavemente y sin fluctuaciones. “Gran empresa” se refiere al crecimiento de las empresas particulares, como algo que no corresponde perseguir ni castigar –como en las célebres leyes antimonopólicas norteamericanas de comienzos del siglo XX– sino apoyar, especialmente en su avance tecnológico. Podría decirse que Galbraith apoyó al capitalismo de su país desde la realidad, en tanto sus críticos lo apoyaron desde el modelo. Este autor fue desarrollando estas ideas en una serie de libros ampliamente leídos: Capitalismo americano (1952), La sociedad opulenta (1955), El crac del ’29 (1961), Desarrollo económico (1962), El nuevo estado industrial (1967), La época de la incertidumbre (1977), Anatomía de la pobreza (1983), Historia de la economía (1987), etc. Nos visitó y dio conferencias y dialogó con los miembros de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, hace poco tiempo, con su cuerpo muy cargado de años, pero su mente todavía lúcida.
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