EL BAúL DE MANUEL › EL BAUL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El “problema económico” fue definido por Lionel Robbins en una obra clásica de 1933 como una tensión entre fines y medios. Los medios nunca permiten alcanzar todos los fines posibles: éste es un modo de expresar el “principio de la escasez”. Si no existiera escasez, o limitación de medios, el problema económico no existiría. Los fines, por su parte, deben estar de alguna manera ordenados según la preferencia que se tiene de ellos, pues en caso contrario, no se podría establecer a qué fin satisfacer primero. Los fines se han asimilado a situaciones deseables, y la satisfacción de los mismos como una situación “mejor” que su no satisfacción. Buscar tal satisfacción crea una demanda, condicionada por la limitación de los medios. La demanda de la clase política por los cargos electivos claramente revela que debajo de la misma opera algún placer o halago que proporcionan dichos cargos. Esa búsqueda genera una búsqueda de medios, a través de los cuales obtener el favor y el voto de los ciudadanos. Pero los cargos, una vez alcanzados, parecen producir en sus beneficiarios un placer tan inmenso que pocos de ellos no caen en el deseo de mantenerse allí indefinidamente. Véanse cada una de las reformas constitucionales de nuestras provincias, y en todas se introduce la reelección, en algunos casos por tiempo indefinido. Y acá surge un problema que desnivela la cancha, como dicen los futboleros. Los cargos mismos proporcionan medios para mantenerse en ellos: suministran recursos, con los que no cuentan los demás aspirantes a los cargos, y crean entre ellos una desigualdad esencial. El general Perón, que estudió economía en Milán en 1940, cuando la obra de Robbins era aún fresca y prestigiosa, percibió claramente el problema de máximo condicionado que implica la carrera electoral. En oportunidad de plantearse la reforma de la Constitución nacional, en 1949, inicialmente se opuso a la reelección presidencial. “Al que ejerce tan alto cargo –decía– hay que exigirle que dé de sí cuanto pueda en seis años, y luego ceda su lugar a otro. El que aspire a seguir en el cargo siempre cuenta con los medios de hacerse reelegir.” Recórrase la historia de los totalitarismos del siglo XX (Stalin, Hitler, Mussolini, Franco, Oliveira Salazar, y varios más) y se advertirá que en los respectivos casos nadie podía objetar la continuidad en sus cargos de aquellos líderes políticos.
Hace 110 años, al inaugurar la cátedra de Finanzas Públicas en la Universidad de Buenos Aires, el doctor José A. Terry expresó: “Después de la ley fundamental de nuestro país, que es la Constitución, la más importante es la del Presupuesto; porque sus partidas nos revelan el estado de cultura moral e intelectual del pueblo, sus adelantos o retrocesos materiales y su situación económica y financiera”. Y el ilustre catedrático, ministro de tres presidentes de la República, avalaba sus conceptos con el pensamiento de Alberdi, autor de la Constitución nacional: “El presupuesto es el barómetro que señala el grado de buen sentido y de civilización de un país. La ley de gastos nos enseña a punto fijo si el país se halla en poder de explotadores o está regido por hombres de honor; si marcha a la barbarie o camina a su engrandecimiento; si sabe donde está y adonde va, o se encuentra a ciegas sobre su destino y posición. Toda la cultura de los Estados Unidos, toda la medida de su bienestar incomparable, toda la excelencia de su gobierno, aparecen de bulto en sus leyes de gastos anuales, donde se ve que los caminos, los canales, la instrucción y las reformas útiles forman el objeto de los tres tercios del gasto público. Por el contrario entre nosotros, países sin caminos, sin muelles, sin puentes, sin edificios públicos, sin población, las tres cuartas partes del gasto nacional se contraen al ministerio de laguerra. Se diría que somos pueblos que trabajamos y ganamos sólo para gastarlo todo en pelear”. El doctor Ferry demostraba así la necesidad del presupuesto: a) sirve de programa para la marcha del país. Es con el presupuesto que se establecen las mejoras y los adelantos por hacer en el año venidero, las necesidades a llenar y los progresos a realizar. Sin presupuesto el gobierno marcharía sin rumbos, sometido a lo imprevisto o arrastrado por las impresiones del momento. Gastaría hoy en necesidades ficticias lo que mañana necesitase para gastos indispensables. Es por medio del presupuesto que se formulan y se ejecutan planes de gobierno, no para uno sino para muchos años. b) Sirve de autorización y de compromiso entre mandante y mandatario. El mandante es el contribuyente, el pueblo, que por medio de sus representantes, determina al gobierno mandatario, lo que ha de gastar y lo que no debe gastar, y en qué necesidades debe aplicar los recursos que se le votan.
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