EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
No por antigua es menos vigente la famosa frase del Eclesiastés: “Para todas las cosas hay sazón y todo tiene su tiempo ... Tiempo de destruir, y tiempo de edificar”. Gran parte de, si no toda, la historia económica argentina podría ponerse bajo una u otra alternativa. En 1916, el diputado Lauro Lagos presentó en el Congreso un proyecto para crear una marina mercante. Gustavo Martínez Zuviría hizo suyas las palabras del segundo decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, Eleodoro Lobos, pronunciadas como delegado argentino ante el Congreso Financiero Americano: “No podemos aspirar a una marina mercante para el servicio internacional. Nos bastará fomentar empeñosamente el cabotaje”. El proyecto de marina mercante estatal murió, hasta que se hizo efectivo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero de nuevo fue herido de muerte por el Congreso nacional, a iniciativa de Carlos Menem. La historia del petróleo fue más trágica. En 1917 el gobierno, en vista de las intrigas de trusts petroleros, en especial de capitales norteamericanos, propició que el petróleo fuese declarado propiedad originaria del Estado y nacionalizado. No halló eco en el Congreso. Cinco años después se crea Yacimientos Petrolíferos Fiscales y asume su presidencia el ingeniero militar Enrique Mosconi, cargo desde el cual promueve la destilería inaugurada en 1930, la creación de buques tanque y la electrificación de Comodoro Rivadavia. También fue enviado por el gobierno a pronunciar conferencias en otros países latinoamericanos. En 1930 fue destituido por el general Uriburu. El gobierno de Perón, aunque construyó un oleoducto, no supo promover YPF como para seguir el paso de la progresiva industrialización, y al terminar su gobierno la importación de petróleo era el rubro más gravoso del balance de pagos. La gran promoción ocurrió bajo el gobierno de Frondizi, con su “batalla del petróleo”. En todos esos tiempos, la renta petrolera, a través de un impuesto cobrado sobre la venta de nafta, financió la explotación del gas natural y el ensanche de la red vial argentina. El Congreso nacional y la Presidencia de la Nación, al comenzar los noventa, destruyeron aquella titánica obra, al vender a la multinacional Repsol los yacimientos y destilería, enajenando la renta petrolera, con lo que dejó de avanzar la producción y transmisión de gas natural y la construcción de nuevas rutas.
Un teorema clásico de la economía dice que, cuando la oferta de un bien no es capaz de responder a los requerimientos del mercado, el precio es determinado por la demanda. En términos más técnicos: para bienes con elasticidad de oferta nula, su precio lo fija la demanda. El caso fue notado por David Ricardo para bienes únicos, imposibles de multiplicar a través de la producción, como el cuadro de la Gioconda, el Teddy Bear de Elvis Presley o la guitarra de John Lennon. Aunque dependan de la producción, si no hay tiempo suficiente para que ella actúe –el “corto plazo” de Marshall– el resultado es el mismo: la oferta de pescado en el corto plazo es aquel ya descargado en el muelle. Con la vivienda ocurre otro tanto: la producción de una vivienda, sobre todo si es parte de un edificio de varios pisos, lleva años. En un momento dado, lo que hay para alquilar es lo ya construido. Si por cualquier razón se incrementa la demanda de vivienda, su precio se dispara. Y vaya si hay razones para vivir en la ciudad de Buenos Aires. La década llamada “liberal” ya fue, pero no sin dejar un enorme tendal de pobreza y marginalidad, además de una distribución del ingreso desigual como nunca antes en la historia del país. Se construye sí, pero para vender a los miembros del estrato favorecido en la escala distributiva. Para los de abajo no hay ni crédito ni nada. Si a uno le dan a elegir entre un lugar atendido por toda clase de servicios, incluidos asfalto, agua corriente y cloacas, todo tipo y nivel de institutos educacionales, conferencias, exposiciones, salud pública, transporte de todo tipo, etcétera, y otro lugar donde el asfalto, el agua corriente y las cloacas jamás han existido, donde una gran proporción de habitantes son marginales, donde para tomar el colectivo debe caminar muchas cuadras de tierra, donde tiene que ir a su trabajo en trenes agobiantes, donde puede usar el teléfono para pedir algún auxilio, pero sin la seguridad de que nadie acuda, y lo único cierto son las boletas de impuestos, pregunto ¿qué lugar elige para vivir? Sin pensarlo gana la ciudad de Buenos Aires sobre la provincia de Buenos Aires. Pero va a tener que competir con muchos legisladores, muchos jueces, muchos ejecutivos, muchos profesionales, muchos comerciantes y pequeños empresarios, muchos vivos de toda clase y especie, que también son demanda, pero que, a la hora de cerrar el trato, cuentan con más recursos.
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