EL BAúL DE MANUEL
Usted vende cierto bien, digamos papas, y los compradores que viven en su misma vereda le pagan 400 pesos por cierta cantidad, y los vendedores de enfrente le pagan 600 pesos por la misma cantidad y con igual calidad. Sin duda, usted preferirá vender sus existencias del bien a los compradores de la vereda de enfrente, y si no lo hace, alguno de la vereda de enfrente cruzará la calle y comprará en la vereda de usted a 400 y revenderá enfrente a 600. Hará, como se dice, un arbitraje. Si es libre y no significa costo alguno cruzar a la vereda de enfrente, que paga 600, los vecinos de la vereda propia tendrán que resignarse a pagar también a 600. El mecanismo de arbitraje hará que a la larga los precios tengan que ser iguales. Este mecanismo constituye una ley de la economía, que rige cuando las transacciones son libres y no existen monopolios o restricciones. Fue enunciada por el economista inglés William Stanley Jevons en 1875, en el libro Dinero, el mecanismo del intercambio, en estos términos: “En un mismo mercado abierto, en todo momento, no puede haber dos precios para el mismo tipo de artículo”. Sin embargo, las autoridades económicas, empeñadas en creer que el voluntarismo vence a todas las leyes, se obstinan en fijar para determinados productos agropecuarios precios políticos, mucho más bajos que los que en el mismo momento se pagan en el mercado “negro” de cada bien. En el ejemplo dado, para que un vendedor considerase indiferente vender en la vereda propia o en la de enfrente, alguien debería cobrarle un “peaje” por llevar dicho bien de una vereda a la otra, de una cifra tal que le restase toda diferencia a favor. En este caso, sustraerle 1/3 o 33 por ciento del precio que puede obtener cruzando la vereda. Llevado el caso a la realidad, cruzar la vereda es exportar, el precio de la vereda de enfrente es el precio en el mercado internacional, y la deducción que se aplica a la suma obtenida en el exterior son las retenciones. Matemáticamente, el camino para que el precio del mercado interno no suba es muy claro. Sin embargo, una solución puramente aritmética no garantiza que los vendedores se sientan recompensados ni dispuestos a poner el bien en el mercado. Es un asunto en el que resolver unilateralmente no es el mejor camino para obtener, si no la mejor solución, la mejor posible. Como decía Antonio Machado: “en mi soledad he visto cosas muy claras, que no son verdad”.
Me atrevería a creer que muchos no recuerdan qué hacían o en qué pensaban cinco años atrás. Y creo que en ello opera un típico mecanismo de negación de recuerdos dolorosos. Precisamente en el mes en que la mayoría de la gente planifica con quién, dónde y cómo pasará las fiestas y las vacaciones, y por consiguiente, evalúa de cuánto dinero dispondrá y cómo lo ha de emplear, una medida odiosa vino a trastrocar los planes de todos, a motivarnos a extraer dinero de nuestras cuentas si nuestra intención era dejarlo para disponer de una suma global, o realizar gastos cuando nuestro propósito era formar un ahorro. Cuando se dispuso la imposibilidad de extraer dinero de las cuentas bancarias, un viernes a la tarde después del horario de bancos, lo que trasladó esa posibilidad al lunes siguiente, tomamos cuenta cabal de hasta qué punto el modelo económico vigente utilizaba los esfuerzos y la fe de las personas en beneficio del capital financiero que, para colmo, era en su mayor parte extranjero. Pudo valorarse el error tremendo que había sido otorgar a un miembro del Poder Ejecutivo nacional la facultad de disponer discrecionalmente de atribuciones que son indelegables del Poder Legislativo. En aquel momento, como había ya acaecido en oportunidades anteriores y volvería a acaecer, el Estado invirtió su función esencial, poniéndose del lado de los poderosos y librando a su suerte a los débiles. Los libros dicen que un sistema de convertibilidad a tasa fija se fortalece con la presencia de bancos extranjeros, por el eventual respaldo de sus casas matrices en el exterior. Cuando ese respaldo se hizo necesario, las casas matrices no existían o, si las había, miraron para otro lado. Bancos y otras entidades financieras, que habían construido fortunas colosales operando sin límites, dentro y fuera de la ley, durante una década, en lugar de responder con su patrimonio a las deudas en dólares con sus clientes, por un pase de magia se vieron facultados a devolver sus depósitos como se les dio la gana. El pueblo de esta parte de Sudamérica es manso, y en lugar de responder en igual forma que era tratado por los poderosos, se desahogó haciendo ruido con sus cacerolas, mientras a sus espaldas el capital financiero se frotaba las manos festejando el enorme negocio realizado en pocos días comprando por poca plata los ahorros de trabajadores y jubilados. Todo ¿para qué? Para seguir igual.
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