EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Los dos prototipos principales del análisis de mercados, el monopolio y la competencia perfecta, son creaciones acaecidas durante el siglo XIX. El análisis del monopolio lo debemos a Agustín Cournot, en su obra Principios matemáticos de la teoría de las riquezas (1838). El análisis del mercado de competencia perfecta lo debemos a Alfredo Marshall, en su libro Principios de economía (1890). En forma paralela al análisis, las economías de los países europeos y EE.UU. fueron saliendo de la competencia y convirtiéndose en monopolios, que se constituyeron en la forma de mercado dominante después de la gran crisis de 1873-75, según lo documentó Vladimir I. Lenin en El imperialismo, etapa superior del capitalismo (1916), adonde, dicho sea de paso, el fundador de la URSS se refería a la Argentina de entonces como una “virtual colonia inglesa”. El desarrollo analítico (de monopolio a competencia) en sentido contrario al histórico se interpreta como otro caso de la capacidad anticipatoria de Cournot, y como una construcción apologética por parte de Marshall. En el régimen de monopolio el consumidor no tiene sucedáneos del bien que ofrece el monopolista: tiene que aceptar el precio que él le fija o desistir de ese consumo. El monopolista, por su lado, restringe la disponibilidad de dicho bien y así mantiene alto su precio. Ello lo logra cuando vende cada unidad adicional del bien a un precio tal que el incremento de ingresos iguala al incremento de costos. Dicho técnicamente: cuando “el ingreso marginal (IM) es igual al costo marginal (CM)”. En el régimen de competencia, cada oferente toma el precio de venta como un dato que suministra el mercado. El criterio para maximizar la ganancia es igual que en el monopolio, sólo que en competencia el precio es a la vez el ingreso unitario (IU) y el IM del oferente. Su óptimo a corto plazo está allí donde su CM es igual al precio o IU o IM, posición en la que puede obtener una ganancia por encima de los costos. Pero a largo plazo las ganancias atraen nuevos oferentes. Por tanto el equilibrio de la empresa particular competitiva se sitúa donde el precio o IU o IM es igual al costo unitario mínimo, punto que también coincide con el CM. La entrada de empresas hace caer el precio. La competencia, pues, a largo plazo beneficia al consumidor. Pero sólo vivimos en el corto plazo. En el largo, ¡estamos todos muertos!, como alguna vez dijo Keynes.
El transporte ferroviario es un monopolio. Un cierto tendido de vías que opera cierta empresa no admite una segunda empresa que opere en un trazado similar. Y si hay monopolio, debe haber también una solución de Cournot para fijar tarifa, inversión de capital y número de usuarios a servir. Esto lo debe haber percibido el pícaro de Dionisio Lardner, cuando debió salir de Dublín por un asunto de polleras y buscar refugio en París, donde los economistas franceses eran la vanguardia en estudios sobre monopolio, utilidad y peajes. Pero el tema no tiene solución tan fácil si se concibe al transporte ferroviario como un servicio público, en cuyo caso el monopolio no regulado se convierte en un instrumento para la ganancia de empresarios particulares y un medio para esquilmar a los usuarios. La solución razonada para determinar el mejor régimen de explotación ferroviaria se halla en Teoría del trazado de ferrocarriles (1887) del profesor de la Escuela Politécnica de Hanover, Guillermo Launhardt, obra traducida y publicada en Buenos Aires en 1895 por el argentino Alberto Schneidewind, profesor de la materia en la Facultad de Ingeniería de la UBA. En esta obra se comparan dos regímenes, el de propiedad pública, donde un gobierno, al construir un ferrocarril, “sólo debe tener en vista los intereses generales”; y el de propiedad privada, donde “los capitalistas, además de los intereses del capital invertido, desean un volumen de ganancias máximo”. El resultado general es que “el capitalista, en lugar de emplear el capital que requiere una construcción muy perfecta, emplea un capital menor, que le permite una ganancia máxima pero con perjuicio del público, porque resultan en este caso los gastos de transporte mayores que los requeridos por la vía más perfecta. Sólo en caso de competencia la empresa se vería obligada a emplear el máximo de capital para obtener una vía perfeccionada, y por consiguiente una tarifa mínima y una ganancia menor”. Esta semana se vio: la reacción de los usuarios, perjudicados por una deficiente prestación; la explicación de la empresa, que culpó a defectos en las vías, manifestaciones del Gobierno que la acusó por no realizar inversiones; y cifras que indican la merma de 10 por ciento de usuarios. Es el caso de Schneidewind de explotación por empresas particulares, con tarifas más altas, menos usuarios y menor inversión de capital.
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