EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Ambos padres de la patria coincidieron al momento de fijar normas para el comercio exterior, que consolidasen la independencia política recién proclamada y evitasen fugas de metálico en compras innecesarias. Primero fue Belgrano, desde las páginas del Correo de Comercio, a poco más de tres meses del 25 de Mayo de 1810. Después fue San Martín, quien, luego de proclamar la independencia del Perú, el 28 de septiembre de 1821 dictó el Reglamento Provisional de Comercio, que declaraba libre el comercio interior y fijaba fuertes aranceles para las mercancías importadas, en especial aquellas cuya introducción compitiese con la industria peruana. Hoy celebramos el aniversario del nacimiento del primero, y nos limitamos a recordar la formación de su pensamiento económico. Nacido un 3 de junio de 1770, en el hogar de Domingo Belgrano Peri, italiano, el más poderoso comerciante del Río de la Plata, a los dieciséis años llegó a España para estudiar Derecho, lo que cumplió en la universidad de Salamanca. A dos años y medio estalló la Revolución Francesa y nació en él la vocación de estudiar Economía, materia que no se enseñaba ni en Salamanca ni en ninguna otra universidad española. El profesor Ramón de Salas fundó en Salamanca una universidad, en la que un grupo de estudiantes, bajo su dirección, se reunía una vez por semana para estudiar economía. Así recorrieron las Lecciones de Comercio, de Genovesi, traducidas por Salas y comentadas por él en un sentido crítico de la aristocracia y el clero españoles (una versión alternativa a la traducción de Villava, publicada en 1785 para la cátedra de Normante en Zaragoza). Belgrano se dedicó intensamente a estos estudios y no tardó en ser electo presidente de dicha Academia. En 1793, ya recibido, “las ideas de Economía Política cundían en España con furor”. Acaso por ello fue designado secretario perpetuo del recién creado Consulado de Buenos Aires. Hizo la única traducción completa de Máximas Generales de un Gobierno Agricultor, de Quesnay, dio a la prensa en Madrid en 1794. Instalado en Buenos Aires, el 15 de junio de 1795 leyó su primera memoria en el Consulado de dicha ciudad, cuyo contenido revela la diversidad de doctrinas económicas que tenía en cuenta. En modo alguno adhería sin restricciones al ideario fisiócrata y su pensamiento se matizaba con autores del iluminismo napolitano y de la ilustración española.
La literatura económica de Nápoles y España era la propia de países que emergen de un pasado colonial o decadente, y que procuran superar tal condición mediante un uso eficiente de sus recursos naturales y la educación de su acervo humano. Tal enfoque requiere una visión de conjunto de los sectores productivos, como proponía Filangieri, y no una restringida a la agricultura, como en las obras de Quesnay. Propone insertar al propio país en la economía mundial (deseaba “que formásemos una de las naciones del mundo”, escribe Belgrano), pero no como colonia –como proveedor de materia prima–, sino como nación soberana, que decide qué exportar y qué importar. Permitir la importación de mercancías que compiten con las producciones locales e impiden su crecimiento es un error político, que deja sin empleo las manos del país y sin oportunidad de inversión a los capitales nacionales. Y escribe: “la importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”. Abrir las puertas a las manufacturas extranjeras, como Belgrano mismo propuso en 1809 (“franquear el comercio a los ingleses en la costa del Río de la Plata”) había sido un ardid, para “dar el primer golpe a la autoridad española”. Pero en un régimen de soberanía política, el país debe procurar la transformación de su propia materia prima. Belgrano escribe: “El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas”. Recíprocamente, la importación de materia en bruto, y su industrialización en el país, rinde más que hacerlo como manufactura. Belgrano dice: “La importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero y proporciona la ventaja que produce a las manos que se emplean en darles una nueva forma”. Estas ideas no eran originales de Belgrano. Las hallamos en Arteta de Monteseguro y en Genovesi, quien a su vez las tomó de autores precedentes. Son “principios que los ingleses, el pueblo más sabio en el comercio, proponen en sus libros para juzgar de la utilidad o de la desventaja de las operaciones de comercio”, escribe Belgrano. Suponen el estudio de la Economía Política, y la selección de los capítulos más útiles al propio país.
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