EL BAúL DE MANUEL
Por cierto que las ideas viajan. Una idea generada en París, mañana aparece en Madrid y más tarde en Buenos Aires. Pero no pueden viajar por sí mismas. Necesitan ser transportadas por un vehículo. Y la distancia a que pueden llegar depende del poder del medio de transporte. El medio primitivo fue la persona misma, generadora de la idea. Las obras de Sócrates no podían ir más allá de lo que alcanzaba la palabra del maestro a sus discípulos. Recién cuando pudo escribirse sobre algo material y transportable, la palabra –la idea– pudo alcanzar a pueblos muy distantes y almacenarse para beneficio de generaciones futuras. Cuando el Medioevo buscaba la palabra de Aristóteles, ciertamente no se proponía encontrar al maestro ya fallecido sino al vehículo en que la Antigüedad estampó su pensamiento. La imprenta, al multiplicar la capacidad de producir copias de un texto, expandió sin límites la capacidad de viajar del pensamiento económico. Un subproducto de la imprenta fueron los periódicos. Con sólo transportarlos, se comunicaba la novedad o la fuerza de una idea económica. Los fisiócratas fueron conscientes de ello, y en su breve pero deslumbrante periplo fundaron dos periódicos, desde los cuales procuraron persuadir a sus compatriotas de la bondad de sus ideas. Eran ellos Ephémérides du citoyen y Journal de l’Agriculture, du commerce et des finances, donde el abate Baudeau, Le Trosne y Dupont de Nemours exponían las ideas de Quesnay y combatían al mercantilismo. En Ephémérides se publicaron trabajos tan importantes como las “Reflexiones” de Turgot sobre distribución de la riqueza (1769), y las “Máximas” de Quesnay sobre el gobierno económico de un reino agricultor (1774). También el “Resumen de los principios de la Economía Política” (1772) del Margrave de Baden, y el “Resumen de los principios de la ciencia económica” (1775) del Conde de C***. Estos periódicos llegaron al conocimiento de Belgrano, cuando el futuro creador de la Bandera argentina residía en España y ya había decidido su vocación por los estudios económicos. Belgrano tradujo tres de esos trabajos: en 1794 publicó en Madrid las “Máximas”, y en 1796 en Buenos Aires los artículos del Conde de C*** y del Margrave de Baden, que reunió en el librito Principios de la Ciencia Económico-Política, que es, ni más ni menos, el primer libro de teoría económica impreso en este lado del Río de la Plata.
Debemos entrar al siglo XIX para hallar los primeros periódicos rioplatenses. El primero: Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiógrafo del Río de la Plata (1801-1802); el segundo, Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807); y el tercero, Correo de Comercio (1810-1811). Fueron sus directores, respectivamente, Francisco Antonio Cabello y Mesa, Juan Hipólito Vieytes y Manuel Belgrano (junto a Vieytes, según Julio Caillet-Bois). Como es notorio, los tres proclamaban como áreas de cobertura distintas actividades económicas. En el caso del Telégrafo, además de la actividad comercial y agropecuaria, la política económica. En el del Semanario, las tres ramas de actividad smithianas, y en el orden en que se desarrollan sucesivamente. En el Correo se menciona “comercio” como sinónimo de Economía, a la usanza de Genovesi. La vida del primero coincidió con la controversia entre Montevideo y Buenos Aires, sobre la construcción de un puerto de aguas profundas en la costa occidental del río, y por ello albergó los escarceos de Pedro A. Cerviño (el “Observador”), que derivarían en la obra Nuevo aspecto del Comercio en el Río de la Plata (1801), una de las primeras obras de economía escritas en estas tierras, que entre otras cosas anticipaba la economía espacial de Von Thünen. El Semanario cobijó escritos de Cerviño (bajo el seudónimo “Cipriano Orden Betoño”) y de Lavardén (“Fray Juan Anselmo de Velarde”), además de los de Vieytes, quien hizo una amplia publicidad de las ideas de Adam Smith. El Correo contiene trabajos de Belgrano y de Vieytes. En particular, una serie ininterrumpida de artículos, iniciada el 1º de septiembre de 1810 bajo el simple título de “Comercio”, sugiere que se trata de un tratado de respetable extensión, publicado en entregas semanales, que sería un libro, escrito por Manuel Belgrano, donde el prócer desarrollaba tópicos de la Economía, usuales en su época. Como acaece en nuestro tiempo, el periodismo de aquella época sufrió los vaivenes del momento: el Telégrafo, cuyo director intentaba fundar una Sociedad Patriótico-Literaria y Económica, despertó el celo de la Metrópoli, que por Real Orden de abril de 1802 precipitó el cierre del periódico. El Semanario se cerró en febrero de 1807, en vísperas de la invasión inglesa. El Correo fenece en abril de 1811, al ser apresado Vieytes, su director.
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