Dom 12.08.2007
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EL BAúL DE MANUEL

› Por M. Fernández López

Un eslabón débil

El dicho popular “el hilo se corta por lo más delgado” tiene una confirmación dramática en el desarrollo de la infancia en distintos países y en distintas clases sociales. El niño es el eslabón más débil en la cadena de supervivencia de la especie humana. Librados a las fuerzas naturales, y desprovistos de la protección de sus mayores, pocos recién nacidos lograrían sobrevivir. Como la protección que pueden proporcionar los indigentes es menor, necesariamente entre ellos la mortalidad infantil es más alta. La ciencia económica tiene el mérito de haber puesto de relieve la correlación inversa entre pobreza y tasa de natalidad-mortalidad. El primero tal vez fue Adam Smith: “Aunque sin duda la pobreza retrae del matrimonio, no siempre impide contraerlo. Parece incluso que favorece la procreación. Es frecuente que mujeres medio hambrientas de las tierras altas [en Escocia] den a luz más de veinte hijos, mientras que ciertas damas elegantes y mimadas son con frecuencia incapaces de procrear ninguno, y por lo general quedan agotadas después de dos o tres. La esterilidad, tan frecuente entre las mujeres elegantes, es muy rara entre las de condición inferior. Pero aunque la pobreza no impide la procreación, es sumamente desfavorable para la crianza de los hijos. La tierna planta nace, pero en un suelo tan frío y en un clima tan crudo que no tarda en agostarse y morir. Me han informado que no es cosa fuera de lo corriente en las tierras altas de Escocia que a una madre que ha dado a luz veinte hijos no le queden sino dos con vida” (Riqueza de la Naciones, Libro I, capítulo 8, Madrid, Aguilar). La economía ricardiana –Malthus mediante– confirmó la observación de Smith. Uno de sus seguidores, autor del texto usado en la UBA cuando en 1824 comenzó a enseñarse economía, progenitor de una ponchada de niños, escribió: “La mortalidad entre los hijos de los indigentes es inevitable por la falta de los medios necesarios para la conservación de la salud. Entre los de las gentes que tienen comodidades, que conocen y practican las reglas para la conservación de la salud, la mortalidad es corta; y no cabe duda en que con un manejo más hábil en orden al alimento, vestimenta, temperatura, ejercicio y educación de los niños, aun la mortalidad se disminuiría considerablemente” (James Mill, Elementos de Economía Política, Buenos Aires, Imprenta de la Independencia, 1823, p. 27).

Juancito

Ciertamente, muchos adultos se comportan como chicos y creen en los Reyes Magos. Muchos adultos-economistas no escapan a esa condición de “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”. Por ejemplo, aquellos que creen y defienden a capa y espada la cualidad del mercado para lograr espontáneamente una justa distribución de las riquezas. La situación inversa –niños que tempranamente adquieren pensamientos maduros o adultos– también se ha verificado entre los economistas, aunque con mucha menor frecuencia. ¿Cuáles han sido los Mozart de la ciencia económica? El caso más famoso es el de John Stuart Mill –en alguna medida paralelo al de Mozart, tanto por la extraordinaria capacidad de aprender del niño como por el rigor del padre–. Ambos padres, Leopold Mozart y James Mill, contribuyeron a la misma área del arte o el conocimiento que sus hijos, pero fueron superados por éstos. John Stuart Mill comenzó a aprender griego a los tres años y a la edad en que el niño inicia la escuela elemental, John ya había leído sin dificultad a autores griegos que recién se ven en la escuela secundaria o la universidad. A los siete años aprendió aritmética e historia; a los ocho comenzó a estudiar latín; a los diez leía con facilidad a Platón y Demóstenes, y comenzaba a estudiar matemática superior; a los once comenzó a estudiar física y química; a los doce comenzó un estudio completo de la lógica escolástica, leyendo al mismo tiempo los tratados sobre lógica de Aristóteles en su lengua original. Al año siguiente, en 1818, su padre culminó la educación de Johnny con un curso completo de Economía política. Recién se habían publicado los Principios, de Ricardo, amigo de Mill, y el estudio de dicha obra se sumó al de la Riqueza de las Naciones, de Smith. El método consistía en enseñarle a Johnny cada día un fragmento de la materia, mientras caminaban hacia el trabajo del padre, y luego el alumno redactaba en el hogar un resumen de lo aprendido, que luego debía mejorar hasta que quedase escrito de modo satisfactorio. James Mill, tras publicar Historia de la India Británica (1818), ideó un texto que divulgase la doctrina ricardiana y lo hizo con aquellos resúmenes. Sus Elements of Political Economy (1821) los tomó Rivadavia, y los hizo traducir al castellano en 1823. Don Bernardino conoció a Mill al visitar Londres en 1815 y trataba de implantar la enseñanza de economía política desde 1812.

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