Dom 23.09.2007
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EL BAúL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Inflación y revolución

Hacia el año 1500, Europa se hallaba en una encrucijada. La renacida vida urbana reclamaba más intercambio, más comercio. Pero el intercambio no monetario no se puede expandir mucho: es difícil que dos poseedores de bienes se complementen exactamente con los bienes que el otro posee y desea cambiar. Por ejemplo, en el siglo 20, Europa demandaba los bienes exportables de la Argentina, pero esta última demandaba los bienes exportables de los EE.UU. Sin un buen intermediario de los cambios, aceptado por todos en lugar de mercancías, el intercambio se vuelve muy muy difícil. Ese bien intermediario fue, a lo largo de la historia, el oro, complementado con la plata. Pero ambos son metales escasos, cuya cantidad en una economía no puede aumentarse a voluntad. De ahí el fracaso de la alquimia. España fue una fiesta cuando, después de hallar grandes reservas de oro manufacturado en América del Norte y grandes yacimientos de plata en América del Sur, la península se atiborró de metal precioso. El hallazgo permitía redimirse de la condena bíblica: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El rubio metal hacía que el sudor brotase de las frentes al otro lado de los Pirineos, y que los bienes aparecieran sin trabajo, a pedido de los afortunados españoles. Se eligió, claro, vivir sin trabajar. Quienes aportaban las delicadas manufacturas francesas no eran lentos ni perdonaban, y pidieron más precio por sus bienes. Y luego más, y más. Es decir, que cada vez mayores cantidades de oro pasaban de España a Francia, con lo que a esta última se le iba resolviendo el problema de monetizar su economía. El célebre Jean Bodin (1568) satirizaba a los españoles: “El español, que obtiene su subsistencia sólo de Francia, y está obligado a venir aquí por trigo, telas, drogas, tintes, papel, e incluso muebles y todos los productos de la manufactura, viaja hasta el confín de la tierra buscando oro y plata para dárnoslo a nosotros en pago”. La gigantesca alza de precios se llamó “revolución de los precios”. Significó para los españoles abandonar la actividad productiva y vivir de lo importado, con lo que empezó una era de decadencia. El atraso económico de España tuvo su contracara en la expansión económica francesa. Caso análogo fue la ley argentina de Convertibilidad, que permitió usar un medio de pago internacional a bajo precio y sustituir a la producción argentina por importaciones.

Inflación: monetaria y no monetaria

¿Qué es inflación? Es la suba de precios. No es el incremento de los medios de pago. Decir “los precios” no aclara todo, pues para hablar de varios precios debe establecerse primero qué bienes se toman en cuenta (minoristas, mayoristas, agropecuarios, industriales, etc.) y qué ponderación se otorga a cada precio. Por otra parte, la identificación de la suba general de precios con la expansión de los medios de pago claramente viene del tiempo de la “revolución de los precios”, que en efecto dio origen a una teoría de la inflación, propuesta por Bodin: la “inflación de demanda”, que vincula mecánicamente la expansión monetaria (M) con la suba de los precios (P), algo así como P=kM; dada k, si duplico M, debe duplicarse P. Pero esa es sólo una posibilidad: una suba del costo de los bienes importados, por ejemplo, dada la curva de demanda, lleva a un nuevo equilibrio con precios más altos y menor actividad. En el primer tipo de inflación, en cambio, la suba de los precios va acompañada de mayor actividad. Acaso no esté desencaminado decir que Francia –adonde fue a parar parte del oro, que expandió el poder adquisitivo de los distintos productores– sufrió una “inflación de demanda”; y España, cuyas importaciones se fueron encareciendo, sufrió una “inflación de costos”. En el caso francés, el alza ocurrió con más actividad, y en el español con menor actividad, como si la producción se hubiera desplazado de España a Francia. Pero hay una tercera posibilidad: cuando la inflación ocurre sin antecedentes de expansión monetaria. En la Argentina esa inflación nunca se fue. Pero ¿desde cuándo está? En 1949 no hubo expansión monetaria significativa, pero sí inflación. Esa inflación, atribuida a razones estructurales, tiene su origen en inflexibilidades e imperfecciones del sector real de la economía, tales como la rigidez de oferta en la producción de algunos bienes (hidrocarburos, carne, por ejemplo), la concentración en ciertos mercados (casi todos los mercados de bienes manufactureros), la inflexibilidad a la baja de los salarios (tanto mayor cuanto más alto el grado de sindicalización), la inflexibilidad a la baja en los precios de determinadas manufacturas (todos los bienes industriales). Este tipo de inflación, “no monetaria”, fue estudiada por economistas latinoamericanos, destacándose en los últimos 50 años los trabajos del argentino Julio H. G. Olivera.

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