EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
El rechazo de las invasiones británicas al Río de la Plata significó asimismo el fin de la política de invadir y ocupar territorios para extraer de ellos sus recursos: no se puede extraer una Cuota Hilton de la pampa sin la anuencia de los dueños de las vacas; ni se puede extraer el trigo o la soja sin que meses antes de exportarlos los agricultores hagan todos los trabajos necesarios para que esos granos nazcan. El comercio internacional puede conseguir todo eso y además evitar costosos ejércitos y la penuria de labrar la tierra y atender al ganado. Lord Castlereagh produjo ese viraje en la política exterior británica. Y casi de inmediato se descubrió también que, mediante los empréstitos, un país prestamista de capital financiero puede controlar un país prestatario e inducirlo a asumir conductas convenientes a sus fines, casi como si lo hubiera ocupado físicamente. El caso emblemático fue el empréstito Baring, suscripto el 1º de julio de 1824 entre la provincia de Buenos Aires y la Casa Baring Brothers de Londres, por un monto de un millón de libras esterlinas, destinado a construir el puerto de Buenos Aires y otras obras de infraestructura, dándose como garantía de pago todos los efectos, bienes, rentas y tierras del Estado de Buenos Aires, además de lo cual Baring retuvo una parte sustancial del empréstito en concepto de gastos, comisiones e intereses. De las 570 mil libras que entraron, buena parte la consumió la guerra con Brasil, acontecida poco después. Superado este episodio, Baring se presentó a reclamarle a Rosas las cuotas impagas de intereses y amortización. Cuenta Guillermo Leguizamón en la revista de Alejandro E. Bunge que Rosas ofreció como pago la entrega de las islas Malvinas, propuesta que la firma inglesa rechazó y los pagos entraron en mora. En la siguiente guerra, esta vez con el Paraguay, el imperio británico necesitaba la participación argentina, y la logró con la ayuda de la Casa Baring para financiar la intervención argentina en el conflicto. Durante la crisis del noventa la Argentina suspendió los pagos de su deuda externa, lo que puso a Baring al borde de la quiebra. En mayo de 1904, el presidente Julio A. Roca informaba al Congreso argentino: “El año último quedó extinguido el primer empréstito de 1824, de un millón de libras esterlinas”. Después de ocho décadas, se habían abonado ocho veces el valor original del empréstito.
El mayor toque de alerta de los países capitalistas occidentales fue el crac de Wall Street, o Bolsa de Valores de Nueva York, en octubre de 1929. A partir de ahí la caída económica de los Estados Unidos arrastró sin excepción a los países de Europa, América y Oceanía, llegándose a fines de 1932 a los valores más bajos de actividad y ocupación. Esas circunstancias, más que ninguna otra, son el antecedente inmediato del cambio de signo político en Estados Unidos y Alemania. Ambos países fueron saliendo de la depresión con sendos planes de expansión extraordinaria de la obra pública. En el país americano las obras consistieron sobre todo en infraestructura vial y energética, realizada con el decidido apoyo estatal y el apoyo voluntario del sector privado. Para muchos la nueva política económica lanzada por el presidente demócrata Franklin D. Roosevelt había descubierto la clave del pleno empleo permanente. Sin embargo, antes que terminase su primer período presidencial, algo falló en aquella máquina de la prosperidad: volvió la recesión, aunque con menos intensidad, como quien contrae sarampión después de haberse vacunado. Muy poco después estalló la guerra en Europa, hecho que la convirtió en un ávido mercado del armamento producido en los EE.UU. La entrada de este país en la contienda añadió, a la demanda de armamento, la necesidad de hombres. Un gráfico que todo estudiante de economía ha visto muestra las tasas de crecimiento de la economía estadounidense desde 1900, donde la tasa nula es una línea horizontal. Los períodos en que el país creció a tasas positivas son, salvo algunas excepciones, los tiempos de guerra: Primera Guerra Mundial (tres años) a más del 10 por ciento; Segunda Guerra Mundial (cinco años) a más del 40 por ciento; Guerra de Corea (cuatro años), 20 por ciento. Las guerras posteriores, difíciles de enumerar exhaustivamente, pero entre las que sobresalen las de Vietnam y de Irak, cumplieron similar papel de solucionar el problema económico básico de mantener altos niveles de ocupación y de actividad. Lo dicho no tiene nada de ideológico y es confirmado diariamente por los cientos de miles de universitarios estadounidenses que hacen sus primeras lecturas de economía con el texto de Samuelson, Economics. Y esto descorre el velo de la presencia de la IV Flota en el Atlántico Sur, mientras se insiste en síntomas de recesión en Estados Unidos.
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