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Domingo, 7 de junio de 2009

EL BAúL DE MANUEL

 Por Manuel Fernández López

En el Reino del Revés

Los economistas saben muy bien que la disciplina que ellos practican tiene por objeto la realidad, y que esta última se conoce a través de la medición estadística. También saben que todo plan económico global debe partir, indispensablemente, de un conocimiento lo más exacto de la realidad, y por ello dedican grandes esfuerzos a obtener técnicas estadísticas que reflejen bien la realidad. Sin embargo, hay fenómenos económicos difíciles de mantener en caja, prontos a salirse de control, cuya medición estadística refleja realidades que desalientan a la población, la cual se desanima y no colabora. Ellos son: el desempleo, la inflación y la distribución del ingreso. Cuando sus medidas respectivas son números altos, la gente se inclina por pensar que algo malo sucede y que no hay una política económica que lo contenga, y tiende a descreer en las autoridades. Tal lo acontecido en el país RR, llamado así como abreviatura de Reino del Revés, y porque en el reino del revés, nada aparece como es. En ese país, desde tiempo inmemorial no se llevaba la cuenta de la distribución del ingreso, o al menos, no se la publicaba. Cierta vez la gente, indignada por el desgobierno y la intromisión del Estado en las cuentas bancarias de particulares, se sublevó contra las autoridades y provocó su caída antes de tiempo, reclamando la salida de todos los políticos. Ninguno de ellos quería tomar la brasa ardiente. Uno, apodado “He-man”, visitó a Mandrake, quien le aconsejó mentir un poco a fin de mostrar resultados: “Un desocupado –le dijo– percibe sueldo cero. Si le regalás unas monedas, sale de esa condición. Vos anotás a quiénes les das monedas y los considerás no-desocupados. Y un no-desocupado, por lógica aristotélica, es un sí-ocupado”. El método dio resultado, con alguna extrañeza entre los muy-pensantes. Lo principal es que restableció la confianza de la gente en la clase política. Pero respecto de la inflación, no había un solo antecedente de éxito en detenerla, salvo por lapsos breves y con gran costo social. También aquí hubo éxito: con un ligero retoque al índice, la inflación desaparecía. Otro tanto aconteció con la pobreza, definida por el mismo índice, como el costo de una cesta de artículos de primera necesidad. Y así siguiendo, la crisis energética, la crisis ganadera, la crisis sanitaria y otros ítem, lograron resolverse, y He-man exclamó: “Ya tengo el poder”

Y... ¿adónde está el modelo?

Todo epistemólogo sabe que de la palabra “modelo” existen múltiples significados, muchos más que los que favorecen a un saludable intercambio entre estudiosos de especialidades diferentes. De tal modo, lo que se pide a quien use el término ‘modelo’ es que aclare a qué se refiere, y si puede hacerlo, que exhiba aquello a lo que llama “modelo”. Llegaríamos, tal vez, a concluir que los ‘modelos’ económicos no son mucho más que una trivialidad: unos pocos puntos de partida y una serie de caminos posibles. A los puntos de partida los llamamos ‘supuestos’ y constituyen afirmaciones que se consideran válidas. Los caminos posibles son los que permiten las técnicas de deducción admitidas, por lo general la matemática y la lógica. La arquitectura de lo que el economista llama ‘modelo’ no difiere, pues, gran cosa de los silogismos de la lógica aristotélica. Sólo así se explica que, en la economía positiva, y según Milton Friedman, un modelo pueda considerarse como válido, aunque esté construido sobre supuestos escandalosamente falsos. La posición opuesta fue sostenida por John Maynard Keynes, al comparar su propia visión de la economía con la clásica: “Los postulados de la economía clásica –decía Keynes– sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales” (Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, cap. 1). ¿Cómo acaecen las cosas por estas latitudes? Es de dominio público, y no parece cometerse una acusación infundada, que respetables instituciones privadas acusan a las estimaciones oficiales sobre precios, ocupación y nivel de ingreso nacional, de estar “retocadas” con el fin de causar una mejor impresión acerca de la coyuntura. En tal caso, de cada fenómeno hay dos medidas: la real y la oficial. ¿Cuál es el caso supuesto por el modelo oficial? Sería esquizofrénico si el gobierno no usase sus propias mediciones, por lo que debemos inferir que el llamado modelo está basado sobre las estimaciones que se apartan de los hechos reales. Si esto es así, sus consecuencias ya fueron anunciadas por Keynes en la cita anterior

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