EL BAúL DE MANUEL
Baúl I y II
› Por Manuel Fernández López
IMPERFECCIONES
Hace unos 70 años comenzaba una revolución teórica en la ciencia económica. Hasta entonces había dominado en el horizonte el enfoque de Alfred Marshall, quien, muy influido por las corrientes científicas de su tiempo, y en particular por el evolucionismo de sus connacionales Charles Darwin y Herbert Spencer, veía a la sociedad como un agregado de hombres-átomos que luchaban entre sí por la supervivencia económica. Vale decir, sus modelos se basaban en el supuesto de competencia perfecta. En tales condiciones, los productores se suponían carentes de entidad para influir en el precio de mercado (eso ocurre todavía hoy, como por ejemplo las transacciones en mercados agropecuarios o en valores). Para cada precio de un determinado bien, un productor podía colocar en el mercado la cantidad que desease. Ni su decisión de vender más deprimía el precio, ni retraer sus ventas provocaba un alza de precio. Si el precio era p y el número de unidades era n, su ingreso bruto (sin deducir el costo de producción) era p(n, y el promedio de ingreso por unidad vendida era p(n dividido n, es decir, p. Cada unidad adicional también podía venderse al precio p, de modo que p era también la medida del incremento de ingreso o ingreso marginal. Esta cualidad, exclusiva de la “competencia” se expresa diciendo que el ingreso medio es igual al ingreso marginal. Poco después de fallecer Marshall, Piero Sraffa (en 1926) notó que la realidad no coincidía con los rasgos de la economía competitiva, pero tampoco con los del monopolio puro, con un único vendedor. Más bien estaba en una posición intermedia, acerca de la cual no se tenía teoría alguna. Puestos a elegir entre los extremos, Sraffa proponía ubicarse en los antípodas de Marshall: analizar a los mercados como si fueran monopolios. La propuesta fue tomada por Harrod y Joan Robinson: si un productor podía influir sobre el precio, podía inducir una mayor demanda de su producto mediante una reducción de precio. Entonces la demanda sería, no constante, sino decreciente con el precio. Y cada nueva venta tendría lugar a un precio menor: el ingreso marginal (el producido por un incremento de ventas) sería decreciente y menor que el ingreso medio. Fue instrumental para este enfoque la creación por Harrod de la curva de ingreso marginal. A partir de 1932-33, sería el camino normal de analizar tanto el monopolio como la competencia imperfecta.
NEW DEAL
También en 1933 tuvo lugar un cambio en la política económica cuyos ecos aún resuenan. Todo lo que hace o deja de hacer Estados Unidos repercute en el mundo y provoca reacciones. Hasta 1932 gobernó ese país el partido republicano, caracterizado por su creencia en el mercado como mecanismo eficaz para resolver del modo socialmente más deseable los innúmeros conflictos que a cada momento se plantean entre sus participantes. En octubre de 1929 se había iniciado la Gran Depresión, con el crac de la Bolsa de Valores de Wall Street, y el desempleo creció aceleradamente. Y el desempleo es un arma de doble filo: si no es demasiado, sirve para acallar las demandas por salarios insuficientes y condiciones laborales abusivas. Si excede de cierto límite, divide a la clase obrera en dos: por un lado, los que tienen empleo, aterrorizados por el riesgo de perderlo; por el otro, los que carecen de empleo –y son muchos– sin nada que perder y dispuestos a arriesgarlo todo. Se altera la paz social y con ello la estabilidad del sistema. El presidente republicano, acaso influido por las predicciones de Irving Fisher, confiaba en que la recuperación volvería pronto. Pero otro economista, Joseph Schumpeter, demostraría que en ese lapso 1929-1930 coincidieron las fases bajas de los tres ciclos clásicos: el ciclo normal o de Juglar, el ciclo corto de Kitchin y lasondas largas de Kondratieff: ¡todo en contra! La recuperación no aparecía nunca. Electo en 1928, el presidente se presentó a su reelección en 1932, y fue arrasado por el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt. Al asumir el cargo en 1933 propuso un cambio de enfoque, o “nuevo trato” (de ahí la expresión New Deal), mediante la construcción de gigantescas obras públicas, como el aprovechamiento hidroeléctrico del valle del Tennessee. El presidente acudió a los sentimientos patrióticos de los estadounidenses para financiar tanta obra pública, pero tales sentimientos tenían un límite, y el empleo así creado no duró para siempre. En 1937 ocurrió otra recesión. Sólo la guerra, que convirtió a los EE.UU. en una gran fábrica de armamento de todo tipo, produjo un sobreempleo, es decir, carencia de mano de obra, que se cubrió con el empleo femenino. Mientras la guerra duró hubo empleo para todos. Pero el capital físico y humano invertido en producir para la guerra nunca fue fácil convertir en capital físico y humano para la paz.