Dom 19.01.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

¿Industria?
Si algo tuvieron en común el hombre público argentino Domingo Faustino Sarmiento y el economista inglés Alfred Marshall fue su admiración por Herbert Spencer, el divulgador de las teorías darwinianas de la evolución, la selección natural y la lucha por la existencia. Para el primero, eran especies destinadas a desaparecer el gaucho y el indio. Para el segundo –que veía a la Economía más análoga a la Biología que a la Física–, “la necesidad de una organización industrial no basta para producir su oferta”, por lo que una especie destinada a no perpetuarse a través de su descendencia era el capitán de industria. Así lo escribió: “A primera vista parece probable que los hombres de negocios debieran formar una suerte de casta; pudiendo ubicar a sus hijos en los altos puestos de mando, y fundando dinastías hereditarias, dominarían ciertas ramas de actividad durante muchas generaciones sucesivas. Pero la realidad es muy distinta. En efecto, si un hombre ha constituido una gran empresa, sus descendientes suelen, no obstante sus grandes recursos, no desarrollar las altas capacidades y la especial disposición y temperamento requeridos para conducirla con igual éxito. Aquél probablemente se crió con padres de carácter fuerte y severo; y se educó bajo la influencia personal de ellos, en lucha con dificultades desde la vida temprana. Pero sus hijos, sobre todo si nacieron después que aquél se hizo rico, y en todo caso sus nietos, seguramente fueron dejados en gran medida a cargo de servidores domésticos, carentes de igual fibra fuerte que la de sus padres bajo cuya influencia se educó. Y en tanto la máxima ambición de él era probablemente éxito en los negocios, los otros tendrán igual ansiedad por la distinción social o académica”. Ejemplo de esta descripción fue Guido Di Tella, heredero de Siam Di Tella, y hace poco fallecido, quien agradecía la falta de política industrial. Pueden añadirse Terrabusi, Loma Negra, y muchas otras grandes empresas, iniciadas por pioneros esforzados y derivadas en mecenazgos, estancias y alta sociedad. La sociedad misma acompañó esa decadencia, prefiriendo en todo momento y sin excepción la manufactura extranjera, ya viniese cara, barata o de contrabando. Así, silenciosamente, sin que nadie saliera a defenderla, la manufactura local desapareció en gran parte, y la que queda en un 70 por ciento fue vendida a capitales extranjeros.

¿Desubicado?
Uno no aplaudiría un gol de River si está en la tribuna de Boca. Pero el gran defensor del liberalismo económico, el austríaco (aunque nacido en Lemberg, hoy Lvov, en Ucrania) Ludwig von Mises (1881-1973) era capaz de eso y mucho más. Estaba reunida en 1953 la Sociedad Mont Pelerin (creada en 1947 por su discípulo Hayek), y Milton Friedman presidía una sesión sobre distribución del ingreso, en presencia de Von Mises, cuando éste se levantó e increpó a los presentes –todos liberales– diciéndoles: “Todos ustedes son una manga de socialistas”, y dio un portazo y se marchó. Otra vez, después de la Revolución Libertadora (que adhirió al principio de la “libre empresa”) vino a la Facultad de Económicas, que desde su creación (1913) tenía a Alfredo Palacios como profesor de Legislación Industrial, y dijo: “Nada de sindicatos, nada de contratos colectivos. Hay que elevar el nivel de vida por medio del ahorro y la capitalización”. Nuestro docente le contestó el 29 de septiembre de 1959, en la Academia de Ciencias Económicas: “Von Mises ha agraviado a la Universidad –dijo–. Cuando en todas las universidades se han fundado cátedras de derecho del trabajo, y los juristas estudian la posibilidad de redactar el Código, se levanta la voz de un profesor austríaco contratado por los grandes empresarios, quien desconcierta a los estudiantes, al fulminar desde el aula magna en nombre del capitalismo toda interferencia gubernamental para promover un elevado nivel de vida. Con palabras ardorosas vitupera a los sindicatos –gran fuerza revolucionaria– que luchan en todo el mundo por reformar la economía expoliadora, para instaurar una sociedad de productores libres e iguales ... Olvidaba –o no sabía– Von Mises, que su auditorio en la Facultad de Ciencias Económicas era en su mayor parte de estudiantes, que han contribuido a la transformación de las Casas de Estudios, después de una larga lucha por la Reforma Universitaria, uno de cuyos postulados fue el de poner en ella un contenido social, acercándose al pueblo y fraternizando con los trabajadores, en defensa de ideales comunes ... este profesor que aparece como un espectro después de dos siglos, arrasando con todo, arremete contra las convenciones colectivas y añora el contrato individual, del fuerte y el débil, para la mayor gloria del capitalismo”. Hoy, pese a todo, las propuestas de Von Mises son la única realidad del país.

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