EL BAúL DE MANUEL
El Baúl I y II
› Por Manuel Fernández López
Datos estadísticos
Desde los tiempos de Cromwell se ha debatido sobre si el conocimiento económico debía fundarse en enunciados generales, de validez universal, que expresaban vínculos entre entes abstractos, o sobre relaciones cuantitativas entre magnitudes bien especificadas. Elegir, si se quiere, entre un enfoque cualitativo y uno cuantitativo. Sir William Petty sugirió el segundo camino: “En lugar de valerme sólo de palabras comparativas y superlativas, o argumentos intelectuales... expresarme en términos de número, peso o medida” (1676). Reflejo de esa antinomia, en el período clásico, fue el antagonismo entre la economía ricardiana y la escuela histórica alemana, en las primeras décadas del siglo XIX. Los alemanes consideraban abstracta y deductiva a la economía ricardiana, mientras los ingleses consideraban al historicismo como una mera acumulación de datos. Después, el neoclasicismo adoptó como modo de exposición la economía pura, donde las magnitudes concretas son sustituidas por magnitudes abstractas del tipo matemático. A él se opuso el institucionalismo, basado sobre una visión cuantitativa de los hechos económicos. Lange y otros demostraron que no hay tal antinomia: el economista, en su gabinete, necesita razonar con categorías abstractas y obtener leyes generales; luego, al llevar sus resultados a la realidad, debe identificar qué hechos o magnitudes específicas corresponden a los de sus razonamientos. Un problema práctico es quién suministra los datos para dar contenido real a los enunciados generales. Ese problema lo enfrentó Belgrano en 1795, al intentar proponer medios para fomentar la economía virreinal: tenía los principios generales, pero le faltaban los datos reales. Belgrano debía describir cada año, en sus memorias, una de las provincias del virreinato: estado de la agricultura, modo en que se encuentran las artes, cuál comercio hacen, relaciones de unas con las otras, etc. Carente de datos, “hoy me contentaré con exponer las ideas generales que he adquirido sobre tan útiles materias”. Por eso impulsó el levantamiento de un cuadro estadístico del virreinato, diseñando él mismo las planillas de las encuestas y las estrategias para obtener la máxima respuesta de la población, encomendando a los curas de los pueblos, que gozaban de la mayor confianza entre los habitantes, el recabar los datos a los feligreses.
Mitchell y Prebisch
A comienzos del siglo XX dos tendencias del pensamiento se acusaban mutuamente de ser vías muertas para el progreso de la ciencia económica. De algún modo, reflejaban la “lucha por el método”, librada algo más de dos décadas atrás entre C. Menger y G. Schmoller. Los partidarios de la economía pura acusaban a los historicistas de limitarse a acumular datos caóticamente, mientras los historicistas acusaban a los otros de plantear sistemas de relaciones abstractas, vacías y estériles. Las posiciones no eran tan irreconciliables, pues economistas como Marshall, aunque descollaron por sus aportes a la economía pura, también lo hicieron por sus estudios sobre las instituciones económicas de su tiempo, como su obra Industry and Trade; o el propio Walras, que al lado de la “economía pura” consideraba una “economía aplicada” y una “economía social”; o Irving Fisher, que junto a contribuciones a la economía pura intercaló prolijas estimaciones estadísticas y, de hecho, fue fundador, con Frisch y Roos, de la Sociedad Econométrica. En EE.UU. la crítica al neoclasicismo provino del institucionalismo, fundado por Veblen. Una característica de esta escuela fue su énfasis en cuantificar los fenómenos económicos. Al concluir la Primera Guerra Mundial, Malcom Rorty reunió a un grupo de estudiosos que con el tiempo formó el National Bureau of Economic Research, a cuyo frente estuvo (en 1920-45) el prestigioso profesor de Columbia Wesley Clair Mitchell, admirador de Veblen, hábil en el tratamiento de series cronológicas y autor del enorme libro Business Cycles (1913). La misma necesidad que motivó crear el NBER –no tener estadísticas adecuadas– motivó en la Argentina de 1928 crear en el Banco de la Nación una “Oficina de Economía, Fomento y Estadística”, que por sugerencia de Raúl Prebisch (quien la dirigiría) se llamó Oficina de Investigaciones Económicas, una exacta traducción de NBER, salvo lo de nacional, que quedaba implícito al abarcar el banco “todo el panorama de nuestra economía”. La oficina debía proveer “el conocimiento preciso de la realidad económica argentina”, presentando datos “en cuadros estadísticos y gráficos”. Publicaría una revista, con datos de “las variaciones de la situación económica argentina” y “las alteraciones más significativas de las economías extranjeras, con las que mantenemos relaciones de intercambio”.