Dom 01.06.2003
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EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

› Por Manuel Fernández López

Adecuar
La política económica que una nación puede darse a sí misma está condicionada por la relación de fuerzas doméstica e internacional. En ese marco, la política económica se apoya en teorías económicas. Estas últimas pueden producirse a la medida de los propios problemas, o tomarse de entre las existentes. En este aspecto, las teorías económicas son como los trajes: un hombre rico puede encargar un traje a su medida, uno menos rico compra una traje de confección y lo reforma a su talle, y uno pobre viste lo que le regalen. Los EE.UU., país que concentra hoy el mayor número de economistas –como un siglo atrás lo hacía el Reino Unido–, producen y renuevan constantemente, a su medida, las teorías económicas. Nosotros, menos adelantados en la materia, solemos tomar teorías existentes y adecuarlas a nuestras circunstancias. Cuando estalló la crisis de 1929, la Argentina tenía una fuerte inserción internacional, como exportadora de materia prima agropecuaria y campo de inversión de capitales. Sufrió sus efectos no menos que cualquier otro país del sistema mundial. Tras probar políticas ortodoxas (1930-32), que agravaron la crisis, en noviembre de 1933 se ensayó el enfoque keynesiano, orientado hacia la expansión económica. Pero una expansión doméstica, en una economía abierta como la nuestra, desviaría al exterior gran cantidad de recursos en forma de importaciones. Fue preciso añadir el control de cambios: reservar el uso de divisas para importaciones imprescindibles. “Keynes no había visto ese problema –escribió Prebisch–. Pero nosotros nos pusimos de acuerdo en que había que seguir una política selectiva de importaciones, que evitara las consecuencias exteriores y que la demanda se volcara internamente.” Hoy, el Presidente se declara neokeynesiano, a 57 años de la muerte de Keynes. Eso confunde, porque es un término inusual. En todo caso, están los post-keynesianos, término que denota a quienes añadieron, en su modelo analítico, factores no contemplados por Keynes: crecimiento (Harrod), distribución (Kaldor), moneda (Patinkin), etcétera. Sin duda las circunstancias son las del mundo keynesiano: desempleo, falta de inversión, falta de crecimiento, distribución muy desigual. Pero el marco de la política es el peor: capital humano deteriorado, banca extranjerizada, industria en extinción, proliferación de monedas, elevada deuda externa.

No exclusión
El reciente proceso electoral nos abrumó con slogans, como “un país para todos” o “un país sin excluidos”. La mayoría de electores votó por ello, acaso sin saber el alcance de tal opción. Porque los únicos sistemas económicos que incluyen a todos son las teocracias o el socialismo. La opción triunfante se proclamó partidaria de un “capitalismo nacional”, como si el adjetivo pudiera exceder o modificar el sustantivo. En el capitalismo –nacional, salvaje o de otra variedad– los bienes se producen por la ganancia o “diferencia”: los factores productivos no son contratados con fines benefactores, buscando que los trabajadores ganen algo y se sientan bien; ellos son costos de producción y sus servicios se compran por dinero; y la venta de sus productos debe hacerse pues en dinero, para que los empresarios obtengan nuevos recursos, sigan dando empleo a los factores productivos y además obtengan una ganancia. Quien no posee dinero, no puede comprar ni, por tanto, satisfacer sus necesidades –aun las más elementales– a través del mercado. Todos tenemos necesidades, pero en el capitalismo no se produce para satisfacer a quien tiene necesidades sino al que tiene plata en la mano. Muy sabio fue Adam Smith al distinguir entre necesidades (demanda absoluta) y capacidad de comprar (demanda efectiva). Parafraseando a Smith, en un pasaje muy famoso: de un niño hijo de padres muy pobres puede decirse, en cierto sentido, que tiene una demanda absoluta de un vaso de leche; pero sudemanda no es una demanda efectiva porque, al no poder pagarlo, jamás los productores pondrán ese vaso en el mercado con el objeto de satisfacerla. En esas condiciones, quien no puede pagar está condenado a la exclusión. Hoy, más de la mitad de la población argentina sufre esa emergencia. En el capitalismo, pues, no hay modo de incluir a todos si no se proporciona empleo a todos, o al menos dinero o sucedáneos del dinero, que permitan obtener los bienes de subsistencia indispensables. Podrán ser tickets canasta, cartillas de racionamiento, o algún otro instrumento que la sociedad ha ideado en el terrible siglo que acaba de quedar atrás. Son, sin duda, soluciones de emergencia, no sostenibles a largo plazo, pero que probaron su eficiencia y bien pueden cubrir el tránsito hacia un sistema más normal, en el que quienes más ganan aporten para subsidiar a quienes carecen de empleo y de medios de compra.

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