EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Adecuar
La política
económica que una nación puede darse a sí misma está
condicionada por la relación de fuerzas doméstica e internacional.
En ese marco, la política económica se apoya en teorías
económicas. Estas últimas pueden producirse a la medida de los
propios problemas, o tomarse de entre las existentes. En este aspecto, las teorías
económicas son como los trajes: un hombre rico puede encargar un traje
a su medida, uno menos rico compra una traje de confección y lo reforma
a su talle, y uno pobre viste lo que le regalen. Los EE.UU., país que
concentra hoy el mayor número de economistas –como un siglo atrás
lo hacía el Reino Unido–, producen y renuevan constantemente, a
su medida, las teorías económicas. Nosotros, menos adelantados
en la materia, solemos tomar teorías existentes y adecuarlas a nuestras
circunstancias. Cuando estalló la crisis de 1929, la Argentina tenía
una fuerte inserción internacional, como exportadora de materia prima
agropecuaria y campo de inversión de capitales. Sufrió sus efectos
no menos que cualquier otro país del sistema mundial. Tras probar políticas
ortodoxas (1930-32), que agravaron la crisis, en noviembre de 1933 se ensayó
el enfoque keynesiano, orientado hacia la expansión económica.
Pero una expansión doméstica, en una economía abierta como
la nuestra, desviaría al exterior gran cantidad de recursos en forma
de importaciones. Fue preciso añadir el control de cambios: reservar
el uso de divisas para importaciones imprescindibles. “Keynes no había
visto ese problema –escribió Prebisch–. Pero nosotros nos
pusimos de acuerdo en que había que seguir una política selectiva
de importaciones, que evitara las consecuencias exteriores y que la demanda
se volcara internamente.” Hoy, el Presidente se declara neokeynesiano,
a 57 años de la muerte de Keynes. Eso confunde, porque es un término
inusual. En todo caso, están los post-keynesianos, término que
denota a quienes añadieron, en su modelo analítico, factores no
contemplados por Keynes: crecimiento (Harrod), distribución (Kaldor),
moneda (Patinkin), etcétera. Sin duda las circunstancias son las del
mundo keynesiano: desempleo, falta de inversión, falta de crecimiento,
distribución muy desigual. Pero el marco de la política es el
peor: capital humano deteriorado, banca extranjerizada, industria en extinción,
proliferación de monedas, elevada deuda externa.
No exclusión
El reciente proceso electoral nos abrumó con slogans, como “un
país para todos” o “un país sin excluidos”.
La mayoría de electores votó por ello, acaso sin saber el alcance
de tal opción. Porque los únicos sistemas económicos que
incluyen a todos son las teocracias o el socialismo. La opción triunfante
se proclamó partidaria de un “capitalismo nacional”, como
si el adjetivo pudiera exceder o modificar el sustantivo. En el capitalismo
–nacional, salvaje o de otra variedad– los bienes se producen por
la ganancia o “diferencia”: los factores productivos no son contratados
con fines benefactores, buscando que los trabajadores ganen algo y se sientan
bien; ellos son costos de producción y sus servicios se compran por dinero;
y la venta de sus productos debe hacerse pues en dinero, para que los empresarios
obtengan nuevos recursos, sigan dando empleo a los factores productivos y además
obtengan una ganancia. Quien no posee dinero, no puede comprar ni, por tanto,
satisfacer sus necesidades –aun las más elementales– a través
del mercado. Todos tenemos necesidades, pero en el capitalismo no se produce
para satisfacer a quien tiene necesidades sino al que tiene plata en la mano.
Muy sabio fue Adam Smith al distinguir entre necesidades (demanda absoluta)
y capacidad de comprar (demanda efectiva). Parafraseando a Smith, en un pasaje
muy famoso: de un niño hijo de padres muy pobres puede decirse, en cierto
sentido, que tiene una demanda absoluta de un vaso de leche; pero sudemanda
no es una demanda efectiva porque, al no poder pagarlo, jamás los productores
pondrán ese vaso en el mercado con el objeto de satisfacerla. En esas
condiciones, quien no puede pagar está condenado a la exclusión.
Hoy, más de la mitad de la población argentina sufre esa emergencia.
En el capitalismo, pues, no hay modo de incluir a todos si no se proporciona
empleo a todos, o al menos dinero o sucedáneos del dinero, que permitan
obtener los bienes de subsistencia indispensables. Podrán ser tickets
canasta, cartillas de racionamiento, o algún otro instrumento que la
sociedad ha ideado en el terrible siglo que acaba de quedar atrás. Son,
sin duda, soluciones de emergencia, no sostenibles a largo plazo, pero que probaron
su eficiencia y bien pueden cubrir el tránsito hacia un sistema más
normal, en el que quienes más ganan aporten para subsidiar a quienes
carecen de empleo y de medios de compra.
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