EL BAúL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
La isla de los pingüinos
Caracterízanse por su porte serio y plácido, una dignidad cómica,
movimientos a la vez torpes y solemnes... son pacíficos, les encantan
los discursos, les atraen los espectáculos, les interesan los negocios
públicos y les preocupa la jerarquía”. Así describía
el Nobel de Literatura Anatole France a los protagonistas de su novela de 1908
–remedo de la historia de Francia– cuyo título encabeza esta
nota. Aunque los rasgos de los sujetos se aplicarían más al gobierno
caído en diciembre de 2001, su hábitat refleja más al actual.
Vivir en una isla, “aislado”, es estar cercado de agua por todas
partes, o retirado del trato y la comunicación con la gente. No digo
que el Presidente se aísle de su pueblo. Antes bien, sus ímpetus
son tan arrolladores que la gente debe cuidarse de sus efusiones. Pero estar
con la gente no es lo mismo que cambiarles la vida. ¿Cuántos,
entre quienes estrecharon la mano al Presidente, vieron subir el poder de compra
de su salario o más dignidad en su trabajo? Hablo por mí: soy
profesor universitario, o sea empleado público, y desde 1991 tengo mi
salario nominal congelado. Aplíquense a él todos los aumentos
de precios en cada cosa o servicio imaginable y se verá una constante
declinación en el poder adquisitivo de mi ingreso; no sé si reír
o llorar cuando, estos días, se anuncia una mejora pecuniaria a las universidades,
junto al congelamiento de los sueldos públicos y una alza de tarifas
en los servicios imprescindibles. No tengo nada contra Santa Cruz ni los santacruceños;
al contrario, amo a toda la Patagonia. Pero parece darse razón al cantito:
“para entrar al gabinete hay que venir del sur”. La Constitución
señala que la condición de admisión en los empleos es la
idoneidad, no la lealtad o el parentesco. Porque el gobierno nacional es para
todos, no para el titular del Ejecutivo. En cambio, lo que vemos es una hiperkinesis
dirigida a crear poder, es decir, fortalecerse a sí mismos –una
actividad, pues, autista–. La pobreza, por ejemplo, se palía con
“planes” de Jefas y Jefes de Hogar, que en no pocos casos son otorgados
por punteros políticos a cambio de un acompañamiento electoral.
Con semejante práctica, el político beneficiario no tiene el menor
incentivo para erradicar la pobreza. También vemos que la carga del esfuerzo
se pone en las finanzas y no en la creación de empleo y en la recuperación
de la dignidad laboral.
Solidaridad o desintegración
Otro título famoso, esta vez del Nobel de Economía Gunnar Myrdal,
nos señala asignaturas pendientes en la sociedad argentina. La solidaridad
supone tener en cuenta al otro, en especial al más débil, y procurar
que quien tiene recursos de sobra le transfiera algo de ellos a quien le falta.
Acaso la falta más grave y estratégica es el desempleo. El caso
más sonado de desempleo masivo, el de EE.UU. durante la Gran Depresión
de los 1930, enseñó que el New Deal de Roosevelt fue una solución
pasajera, porque los dadores de empleo, las empresas privadas, no se mueven
por lo lindos y habilidosos que son los obreros, sino por la expectativa de
ganancias. La solución les llegó por vía de la muerte:
con la entrada en la guerra mundial en noviembre de 1941 (hecho en el que el
ataque de Pearl Harbor parece haberse hecho a la medida de la necesidad expansiva
norteamericana) y más tarde en el desarrollo de una gigantesca industria
bélica y el uso de su producción. Pero si de lo que se trata es
de ir a la guerra, pues vayamos a ella, aunque sin medios de destrucción
de la vida. El presidente Frondizi, para designar la estrategia de concentrar
todo el esfuerzo y recursos disponibles en un determinado objetivo, acuñó
expresiones –valga el contrasentido– bélicas con fines pacíficos:
la “batalla del petróleo”, la “batalla del riel”,
etc. Quedan aún muchísimas batallas por librar y ganar en la Argentina
de hoy, y para ello puede declararse, como alguna vez, no muy en serio, hizo
Alfonsín, una “economíade guerra”, y designarse “tropas”
con “inmunidades especiales” con la misión de resolver por
vías no convencionales determinados problemas gravísimos: batallas
contra el hambre y la desnutrición infantil; contra la explotación
laboral; para recuperar la capacidad industrial cedida al extranjero; por la
elevación y generalización de la educación pública
y contra el analfabetismo funcional adulto; contra la insuficiencia de viviendas
dignas; contra la corrupción en las burocracias –nacional, provinciales,
municipales y en las respectivas policías, Parlamento y legislaturas–;
contra las inundaciones de la región pampeana y la desertización;
por el poblamiento de la Patagonia y su adecuación productiva; contra
el abandono al anciano y por una jubilación justa; por recuperar la integración
espacial de la Argentina con sistemas de transportes baratos a larga distancia.
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