FINANZAS › OTRA SUBA DE LA TASA DE INTERéS EN BRASIL. AJUSTE MONETARIO ORTODOXO
Desde que asumió Dilma Rousseff, el Banco Central aplicó dos subas en la tasa de interés, al ubicarla en el 10,75 por ciento anual, con el objetivo de frenar presiones inflacionarias. Esa tasa alienta el ingreso de capitales especulativos.
› Por Cristian Carrillo
La fortaleza que muestra la moneda brasileña genera problemas para su industria. El dilema que enfrenta el gobierno de Dilma Rousseff es contener la inflación sin incentivar el ingreso de capitales. Esta semana anunció un nuevo aumento de tasas de interés para mantener a raya la inflación, que superó el 6 por ciento en 2010. Pero esa suba de tasas atrae capitales golondrina, dinámica en la que ha quedado atrapada la economía brasileña pese a los elogios interesados del establishment financiero que disfruta de ese frenesí especulativo.
El nivel de crecimiento a lo largo de la última década, con un promedio de 4,4 por ciento, fue levemente superior a la media mundial, que rondó el 3,8 por ciento. Ese proceso le permitió exhibir significativas mejoras en los indicadores sociales. El desempleo cayó a la mitad y aproximadamente 20 millones de personas abandonaron la situación de pobreza por ingresos desde 2003. El contexto favorable de alto crecimiento global –previo a la crisis de las subprime– y el aumento en los precios de los commodities apuntalaron esta fase de expansión.
La mezcla de políticas ortodoxas y heterodoxas responde a los varios ensayos que registró la economía brasileña para abordar el problema de la inflación. Desde 1950 hasta 1982 exhibió tasas de inflación de dos dígitos, y hasta 1996 sufrió hiperinflación –en 1993 llegó a un 2708,6 por ciento– para luego estabilizarse desde ese año en niveles de un dígito. En esos años las distintas administraciones aplicaron distintas soluciones. En los ’80 se eliminaron los mecanismos de indexación y hubo congelamiento de salarios y precios. También buscaron reducir la liquidez, vía un aumento de las tasas de interés, y colocaron un ancla cambiaria, ligando la posibilidad de expansión monetaria a la entrada de divisas con el objetivo de lograr disciplina fiscal. Desde el nacimiento del real (1º de julio de 1994) las políticas de aumentos de tasas generaron reducción de la inversión hacia el sector real en proporción a la destinada a la especulación financiera.
El ministro de Hacienda brasileño, Guido Mantega, alertó sobre ese riesgo y solicitó a las autoridades del Banco Central de Brasil que aplicase otro tipo de medidas, diferentes a un aumento de tasas. Sin embargo, a un mes de la asunción de Rousseff, el BC elevó en dos oportunidades la tasas de interés para enfriar la economía, al ubicarla en el 10,75 por ciento, la más alta de la región y de los países del G-20. La efectividad de esta medida se torna algo dudosa.
Las escuelas más ligadas a la ortodoxia consideran como causa de la alta inflación la indisciplina presupuestaria y monetaria. En este caso, un recorte fiscal y una contracción de la base monetaria deberían bastar para lograr el objetivo buscado, ya que para esta corriente de pensamiento el exceso de monedas conlleva un incremento en la demanda de bienes y servicios, y consecuentemente en los precios. Para los denominados endogenistas, en tanto, la inflación es consecuencia de determinadas rigideces estructurales de la economía. Entonces, el ajuste en la tasa de interés no servirá para contener el aumento de precios y, en cambio, generará distorsiones en el tipo de cambio.
El atractivo de Brasil para los mercados financieros derivó en una fuerte entrada de capitales. Esto se vio reflejado a partir de 2006 en superávits inéditos en la cuenta capital del balance de pagos brasileño, que compensaron los crecientes déficit de su cuenta corriente. La suba de la tasas de interés amenaza con retroalimentar esa tendencia, con consecuentes daños para la industria. Además, la mayor participación de las importaciones trasladará el movimiento de los precios internacionales de los commodities –principalmente de alimentos– a los de la economía doméstica brasileña, neutralizando así los efectos de corto plazo del aumento de la tasa
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