Dom 21.12.2003
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INTERNACIONALES › DETRAS DE LOS CONTRATOS Y LA DEUDA EXTERNA DE IRAK

Que vengan los yankis

En una semana que fue una competencia entre cínicos de primer nivel quedó claro cómo vendrán los negocios en el Estado 51.

› Por Claudio Uriarte

Una primera lección de los últimos días para “países emergentes” endeudados puede ser que lo que más les conviene es una invasión norteamericana con perspectivas de ocupación de largo plazo; otra, que si quieren evitar o diferir la posibilidad de una invasión lo mejor que pudieron haber hecho antes es diversificar astutamente su cartera de acreedores entre Estados de intereses rivales y aun contradictorios, de modo que al menos una parte de ellos tenga luego un interés creado en evitar el derrocamiento del hombre que firmó los pagarés en primer lugar. Esto, al menos, es lo que se deduce de la semana en que el habilidoso James Baker, ex secretario de Estado del padre de George W. Bush, pasó en Europa y Rusia tratando de lograr la condonación de al menos parte de la vertiginosa deuda iraquí de 170.000 millones de dólares.
Fue la semana del cinismo más desatado, dentro de un mes de cinismo ya inusual. Como Estados Unidos es la potencia ocupante de Irak, y la economía iraquí está quebrada y sin posibilidades de remontar por varios años, no tomó demasiado tiempo a los contadores de la administración determinar que, en tanto gobernantes de facto del país, la deuda era ahora toda de ellos para pagar. Las denuncias antiimperialistas previas a la guerra, según las cuales Estados Unidos entraba en Irak por su petróleo, se probaron infundadas: la economía iraquí es una ruina, su capacidad petrolera está al mínimo y habrá que poner mucho dinero en ella antes de empezar a recuperarlo. En otras palabras, el Estado Nº 51 es el equivalente económico de un hijo bobo. Por eso Bush mandaba a Baker a Europa y Rusia para lograr una condonación de parte de la deuda por vía del Club de París. La semana anterior, los estadistas de la “Vieja Europa” –la opuesta al conflicto con Irak– pusieron el grito en el cielo por un memorándum del subsecretario de Defensa que recomendaba excluirlos de las licitaciones de reconstrucción que Estados Unidos estaba lanzando con 18.600 millones de dólares de dinero norteamericano. Parecía que los halcones del Pentágono nuevamente habían actuado como elefantes en un bazar, derrumbando con su agresividad un exquisito equilibrio diplomático necesario para obtener resultados.
Pero después del fin de semana, los ánimos en París y Berlín cambiaron. El motivo, por supuesto, no fue un aflojamiento de la línea dura, sino un triunfo norteamericano: la captura de Saddam Hussein. A partir de entonces se volvió claro que Francia y Alemania jamás tendrían la mínima ocasión de recuperar sus préstamos en nada parecido a sus dimensiones originales y, por el lado inverso –quién sabe–, una nueva disposición a reconsiderar las cosas podía ayudarlos a echar un buen mordiscón en la tarta prohibida de la reconstrucción iraquí. Solamente Rusia –que engordó con préstamos internacionales que luego dejó de pagar con su default de 1998– resiste por el momento; pero sólo es cuestión de ver qué porción puede tocarle del otro lado del oleoducto.

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