Dom 18.01.2004
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INTERNACIONALES › EL ESTADO DE LA UNION, UNA MASCARA PARA LA ECONOMIA

El ilusionismo de George W.

El presidente de EE.UU. trama un choque político con el Congreso para ser reelegido en medio de un empleo que se niega a crecer.

› Por Claudio Uriarte

Con los indicadores económicos norteamericanos nuevamente oscilando, y las perspectivas de reelección presidencial en noviembre comprometidas por lo que sigue siendo una recuperación sin empleos, George W. Bush ya ha hecho claro lo que se propone decir en su discurso del Estado de la Unión este martes, y que permite adivinar una de sus líneas de fuga para la confrontación que se viene: reclamar que buena parte de los recortes de impuestos practicados bajo su mandato se hagan permanentes, mientras que se permita a los jóvenes invertir en la Bolsa sus fondos de retiro. Los enemigos del presidente dirán que éste insiste en echar combustible al fuego del déficit presupuestario, mientras sus partidarios elogiarán el arrojo con que lucha por mantener el curso de una política que, según lo que dijo el secretario del Tesoro John Snow, en su visita a la Bolsa de Nueva York el viernes, está “en el buen camino para su relanzamiento”. Pero la intención es otra: lanzar una nueva propuesta de confrontación con un Congreso mucho más renuente que antes al “keynesianismo hacia arriba” de Bush, para luego, cuando el Congreso se resista, culparlo –y principalmente a sus integrantes demócratas– si la situación del empleo no mejora.
Puede servir: estratagemas similares fueron usadas con éxito por el verdadero mentor ideológico de Bush, que no es su padre George H.B. sino el predecesor de éste último, Ronald Reagan. Pero conviene preguntarse por cuánto tiempo surtirá efecto el nuevo melodrama que está siendo preparado en la cocina de efectos especiales de la campaña de reelección del presidente. Pese al surgimiento del 8,2 del PBI en el tercer trimestre, y pese a que aún no se conocen los resultados del cuarto trimestre, ya se sabe que el empleo no ha aumentado. Esto corre el riesgo de volverse estructural, no sólo por el lastre de los déficits gemelos del presupuesto y la balanza comercial –de 500.000 millones de dólares cada uno– sino por el hecho, más duro y difícil de disolver, de que gran parte de la desocupación consiste en empleos que se han fugado del país hacia mercados laborales más amables con las corporaciones norteamericanas –como China-y, en consecuencia, lo que existió de estímulo en términos impositivos se consagró menos a la recuperación del empleo interno que a la adquisición de bienes de capital y mejoras tecnológicas que permitieron mejoras en la productividad directamente perjudiciales al empleo interno. Y, como dijo una vez Bill Clinton, el predecesor de Bush, “esos empleos que se fueron no van a volver”. Como otros países afectados de altos costos laborales, aunque con políticas económicas distintas –Alemania, por ejemplo–, este fenómeno deja una creciente mano de obra permanentemente marginada del mercado de trabajo. Eso es lo que tratará de ocultar el ilusionismo político-parlamentario de Bush.

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