Dom 14.03.2004
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INTERNACIONALES › GANADORES Y PERDEDORES DEL 11S Y DEL 11M

Economía de los atentados

Detrás de los atentados terroristas masivos no hay sólo dolor y terroristas, sino jugosas oportunidades de negocios para muchos.

› Por Claudio Uriarte

Se supone que atentados monstruosos como los del jueves en Madrid (casi 200 muertos, 1500 heridos), o los de su referente inevitable, el 11 de septiembre en las Torres Gemelas y el Pentágono (unos 5000 muertos, aunque el gobierno estuvo después espuriamente bajándoles el precio, por medio de descontar de las cifras de bajas a los indocumentados, o los que estaban documentados pero no tenían familiares ni amigos que reclamaran por ellos), son malos, muy malos para las economías donde ocurren. Pruebas al canto: la bolsa de Wall Street se derrumbó después de las Torres, como la de Madrid después de los Trenes, y ambas lideraron, cada una en su escala, un período de declive generalizado en las plazas bursátiles mundiales; las aerolíneas norteamericanas, vectores de las explosiones del 11S, entraron en crisis y quiebras generalizadas después de los ataques, y los trenes suburbanos que sirvieron a la vez de carga y blanco para los del 11M al día siguiente viajaron vacíos, y el riesgo país es necesariamente más alto en un país de blanco potencial (Italia y Gran Bretaña encabezan actualmente la lista) que Suiza o Lichtenstein, que los terroristas ya saben que es mejor dejar tranquilos porque son los lugares donde guardan sus fondos. Pero esto último mismo indica que la nube tiene su borde de plata: los atentados favorecen a los sistemas financieros grises, a las finanzas de los terroristas, a los proveedores militares e industriales de armas y recursos antiterroristas y a las organizaciones de prensa.
En el inmediato desenlace del 11S, se supo que una enorme cantidad de acciones relacionada a los sectores económicos más afectados (aerolíneas, bancos, sistema financiero, etc.) había sido vendida previamente a los ataques, con lo que puede inferirse que los fondos terroristas hicieron una jugosa diferencia vendiendo esas acciones en su valor de pico. De ser terroristas de primera (y nada hace pensar que no lo fueran), lo mejor que hubieran podido hacer es usar el dinero devengado para comprar inmediatamente acciones en Raytheon, General Dynamics y otros gigantes de la no tan privada industria militar estadounidense, aunque parece que en ese momento Osama bin Laden estaba demasiado asustado del seguimiento de sus transferencias bancarias como para volver a entrar en el sistema, y una versión de la época dijo que el líder de Al-Qaida había preferido en lugar de eso invertir en oro, diamantes y otros metales y piedras preciosas, fácilmente negociables por efectivo en el mercado negro. De haber sido realmente oraculares, habrían comprado acciones en Halliburton, la compañía del Sr. Petróleo (suyo, el vicepresidente Dick Cheney) que tanto se benefició de una guerra que, como la de Irak, no estaba en las cartas en el desenlace inmediato del 11S (sólo lo estaba la de Afganistán, y en ella no hubo petróleo ni empleo de nuevas compras militares). Y el tercer sector en beneficiarse son las organizaciones de noticias. ¿Quién deja de comprar un diario, prender la tele o escuchar la radio ante tanta sangre derramada? La circulación o el encendido aumentan, y con eso las tarifas de la publicidad, necesaria –¡más que nunca!– para reanimar la confianza, y la economía. De este modo, la rueda del capitalismo, luego de caer de las alturas, aprende de sus errores y apunta de nuevo hacia arriba, en otra demostración de su instintiva sabiduría natural.

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