INTERNACIONALES › QUE TRAEN LOS “NOES” FRANCES Y HOLANDES A LA CONSTITUCION
Francia y Holanda votaron contra la globalización, ¿no? Puede ser, pero la globalización les llegará de cualquier forma, y posiblemente en forma violenta.
› Por Claudio Uriarte
Antiglobalizadores de izquierda y derecha de toda Europa están calificando los “noes” en los referendos de Francia y Holanda a la Constitución Europea de “intifada democrática”. Tienen razón porque, como el levantamiento lanzado por el fallecido líder palestino Yasser Arafat en 2000, esta eurofobia que se registra en dos de los miembros fundadores de la Unión Europea tiene todas las posibilidades de arrastrar a sus integrantes a un desastre económico.
De París a La Haya, el resultado de las urnas ha arrojado una mezcla de temor al desempleo (y/o a la pérdida de los subsidios de desempleo) con xenofobia (antipolaca o antiturca, respectivamente). Es un voto paradójicamente conservador –ya que quiere conservar las fortalezas Francia y Holanda tal cual están– y que, también paradójicamente, precipitará el resultado opuesto a la intención de los votantes: si la Constitución proponía unas módicas medidas de flexibilización laboral intraeuropeas –básicamente, la libre circulación y contratación de trabajadores de la eurozona– para que la eurozona en su conjunto pudiera proyectarse y competir mejor con sus rivales de Estados Unidos y Asia, es probable que este rechazo imponga aquella flexibilización de golpe. Después de todo, Tony Blair en Gran Bretaña empezó al revés –reformando el mercado de trabajo– y hoy el desempleo británico es menos de la mitad del de Alemania y Francia.
De momento, la conmoción no parece haber sido absorbida del todo. Pronósticos de una corrida contra el euro no se han materializado (aunque es cierto que la moneda única se depreció varios centavos contra el dólar desde el domingo). Pero la amenaza sigue allí. El factor de riesgo más grave parece ser Italia. El viernes, Roberto Maroni, ministro de Desarrollo Social y dirigente de la euroescéptica y autonomista Liga del Norte, causó un breve escalofrío al proponer el abandono del euro y el retorno a la vieja lira, como forma de que el gobierno retome el control de la política monetaria. El gobierno de Silvio Berlusconi se apresuró a desligarse de esta opinión, pero lo de Maroni puede ser sintomático de lo que vendrá. Italia registra un nivel muy alto de endeudamiento público y está en recesión, por lo cual su situación es de extrema delicadeza. De entrar en un problema de insolvencia de pagos, es inseguro si los inversionistas confiarán en el respaldo de Alemania y Francia a Roma, dado el espectáculo de insolidaridad paneuropea que se está desplegando en estos días. A esto se suma la indisciplina fiscal de los principales países. Antes de la introducción del euro, Alemania y Francia (que juntas representan el 60 por ciento del Producto Bruto de la eurozona) habían insistido en un estricto corset presupuestario para los aspirantes a integrar el club. Bajo el llamado Pacto de Estabilidad, se impedía a los países que adoptaran el euro que su déficit excediera un 3 por ciento de su producto; en caso contrario, quedaban sujetos a multas. Pero Alemania y Francia, cuyas economías sufren un desempleo de más del 10 por ciento cada una desde hace cuatro años, fueron las primeras en romper el Pacto de Estabilidad –y luego convencer al Consejo de Europa de que cambiara las reglas–. E Italia no tardó en seguir el mismo camino.
En realidad, lo que impidió la corrida contra el euro fue la conducta del Banco Central Europeo, una institución políticamente independiente que se ha negado consistentemente a bajar la tasa de interés de la eurozona, una medida reclamada por Alemania y Francia, y que volvió a hacerlo apenas se conoció la noticia del terremoto francés. De hecho, una caída del euro sería beneficiosa para los exportadores europeos –a los alemanes les está yendo especialmente bien en este terreno–. Pero la desconfianza en la idea europea que está generando el nacionalismo francoholandés puede tener efectos a largo plazo que convoquen con más rapidez lo mismo que se proponía evitar: la deslocalización de puestos de trabajo –pero no hacia Polonia o Turquía sino a Asia, donde los costos de la mano de obra son aún más baratos–, y el aumento del desempleo. Por esa vía, la odiada globalización golpeará en la cara a quienes pensaron que era posible pararla por decreto.
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