INTERNACIONALES › EFECTOS PERVERSOS DE LA VIEJA LOCOMOTORA FRANCO-ALEMANA
La cumbre de la Unión Europea fue un fracaso para todos salvo para uno: el premier británico Tony Blair, cuyo país asume la presidencia rotativa de lo que queda de la Unión el 1º de julio.
› Por Claudio Uriarte
Del derrumbe estrepitoso de la cumbre de la Unión Europea esta semana surge una paradoja poco observada: que, por medio de su obstinación en mantener los beneficios de la Política Agraria Común (PAC) y en reducir o eliminar el monto del llamado “cheque británico”, Jacques Chirac, de Francia, y Gerhard Schroeder, de Alemania, le han entregado virtualmente el poder y la iniciativa a su detestado “capitalista anglosajón” Tony Blair, quien ahora, a partir de que Gran Bretaña asuma la presidencia rotativa de seis meses de la UE el 1º de julio, queda posicionado para convertirse en el líder de la “nueva Europa” (Gran Bretaña, los países nórdicos y los nuevos entrantes del Este) contra la “vieja Europa” del oxidado eje franco-alemán. Veamos por qué.
La cumbre fracasó en dos planos: en aportar una hoja de ruta viable para la Constitución Europea después de los paralizantes “noes” de Francia y Holanda en sendos referendos (paralizantes porque la UE requiere de la unanimidad de sus 25 miembros para avanzar en una medida) y en acordar el nuevo presupuesto 2006-2013, en discusiones minadas por las bombas de tiempo de la PAC y el cheque británico. Por un lado, la UE confirmó sin decirlo que el Tratado Constitucional estaba efectivamente muerto; durante los dos tormentosos días de la cumbre, Dinamarca, Portugal, Suecia, Finlandia, Irlanda y la República Checa fueron bajándose en dominó del compromiso de mantener consultas democráticas internas sobre un texto ya desprestigiado por el voto negativo de dos de los Estados fundadores del Mercado Común Europeo, y por el que nadie da dos centavos. Por otro lado, la cumbre escenificó un duelo entre una economía británica competitiva y próspera y un estancado dúo franco-alemán que, por retener sus ventajas conseguidas en otra época y con muchos menos Estados miembros, puede estar arrojando a toda la Europa comunitaria al mismo infierno de capitalismo salvaje que se había propuesto conjurar. Fue como el rechazo francoholandés a la Constitución Europea: por rebelarse contra la liberalización de facto que suponía el libre movimiento de personas, empleos y capitales, Europa es aún menos competitiva que antes en relación con Asia y Estados Unidos; los capitales –no sólo los extranjeros– actuarán en consecuencia.
Dos meses atrás, con el empobrecido caudal de ventaja que obtuvo en las elecciones, Tony Blair había anunciado que éste sería su último mandato; ahora, después del fiasco del referéndum francés, sólo uno de cada cuatro ciudadanos franceses respalda a Chirac, y es muy posible que Schroeder deba ceder el poder en septiembre a su retadora democristiana Angela Merkel, quien en un importante debate esta semana tuvo la heterodoxia de censurar el énfasis del canciller alemán en la reducción del cheque británico, proponiendo en su lugar una reforma competitiva del mercado laboral de su país que la coloca mucho más en línea con Blair que con el saber convencional europeo. Los “plomeros polacos” seguirán llegando, y eso si no lo hacen los asiáticos primero.
En estas condiciones, la Unión Europea se parece más a una desunión, a una familia disfuncional. Chirac y Schroeder hicieron lo que pudieron para convertir a Blair en el intransigente villano de la película: una contribución británica al conjunto, dijeron, hubiera sido posible. Pero ninguno de los dos se bajó de su propia intransigencia en defensa de los desproporcionados beneficios que reciben por la PAC, que es lo que se encuentra en el origen del famoso “cheque británico” en primer lugar. Tres hurras para Blair en casa: el líder famosamente deteriorado por su apoyo a Bush en la guerra de Irak volvió a Londres ayer con el destello thatcheriano de haber mantenido el cheque negociado hace dos décadas por la entonces primera ministra.
Pero también en Europa Blair tiene terreno que ganar. Con la Unión desunida y quebrada, el premier británico encontrará más fácil impulsar una Europa de dos o más velocidades: la de los frenos francoalemanes y la de su propio acelerador. Después de todo, los electores franceses patearon el tablero, no él.
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