INTERNACIONALES › QUE SE DISCUTIRA Y QUE NO EN GLENEAGLES, ESCOCIA
La cumbre del G 8 se abre esta semana con una agenda inusual, pero que rehúye los temas más ardientes.
› Por Claudio Uriarte
Algo raro pasó camino a la cumbre del G 8 (los siete países más industrializados más Rusia) que este miércoles se reúne en la localidad escocesa de Gleneagles: que, en contraste con otras reuniones internacionales de los ricos y famosos en años recientes, el encuentro no estará asediado por violentos y furiosos manifestantes indignados por la pobreza en el mundo, pero esto no porque los manifestantes se hayan convencido de las razones de los líderes reunidos sino porque los líderes reunidos parecen haberse convencido de las razones de los manifestantes. Considérense los hechos. De los temas que habitualmente tratan estas oportunidades de foto, dos fueron destacados a la fuerza por iniciativa del premier británico Tony Blair, en cuya cabeza recae la titularidad del G 8 este año: cambio climático, y eliminación de la pobreza en Africa. ¿Cambio climático? ¿Eliminación de la pobreza en Africa? Paul Wolfowitz junta fuerzas con Bob Geldof (si-guiendo al inolvidable Paul O’Neill, con su gira africana junto al cantante Bono) y hasta George W. Bush, aunque renuente a asumir que siquiera exista un problema de cambio de clima, parece dispuesto a una solución de compromiso basada en su política de invertir mucho dinero en nuevas tecnologías no contaminantes.
¿Qué ha pasado? ¿El G 8 se ha vuelto progre? No exactamente, aunque por cierto hay un cambio de clima, ideológico esta vez, que va de la calle a la cumbre. Pero es posible que se sobreestime, tanto desde el lado de la calle como de la cumbre, lo que es el G 8 y lo que realmente puede hacer. De las dos agendas planteadas, la reducción de la pobreza en Africa, con donaciones y cancelaciones de deuda incluidas, es la que mayores posibilidades tiene de pasar intacta, pese a los problemas presupuestarios de países miembro como Alemania e Italia. Lo mejor que puede esperarse de la cuestión del cambio de clima es, en cambio, un saludo a la bandera (aunque significativamente esta vez China e India, con sus rápidas tasas de industrialización y contaminación resultantes, han sido invitadas a este tramo de las discusiones). Sin embargo, esta misma agenda de Gleneagles transmite cierta irrealidad, que hace juego con los recitales de rock que van a estar esperándola afuera y con la fase de personalidad, entre mesiánica y políticamente correcta, del anfitrión británico. El cambio climático y la pobreza en Africa son ciertamente problemas, pero nadie dirá que su solución es urgente o se encuentra a la vuelta de la esquina. Frente a las economías industrializadas se plantean más bien las preguntas de cómo el mundo puede tratar con las tensiones creadas por los altos precios del petróleo y la dependencia respecto al consumo norteamericano y a la industrialización china para mantener en marcha la locomotora del crecimiento. Hay grandes desequilibrios financieros que amenazan con detener el presente ciclo de crecimiento. Los grandes países continentales de Europa prácticamente han dejado de crecer, mientras Estados Unidos debe tomar prestado, sobre todo de Japón y China, para financiarse y liderar el crecimiento mundial. Esto no puede durar para siempre, y la pregunta es si el ajuste, que deberá venir en un plazo de uno o dos años, será benigno o destructivo.
Pero si la cumbre del G 8 se desliza en el planeta de las buenas conciencias, es porque el G 8 mismo –o mejor dicho, los gobiernos que lo integran– ha perdido relevancia. Primero eran los 7 grandes, después se admitió a Rusia y ahora prácticamente cualquiera golpea la puerta para acudir a tal o cual tramo del encuentro. Un motivo central es que el mercado ha ganado un mayor espacio de decisión respecto de los gobiernos, aunque no debe olvidarse que fue también el mercado –el del petróleo, esa vez–, el que planteó la necesidad de estas cumbres, en los años ‘70, en primer lugar.
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