Dom 04.09.2005
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INTERNACIONALES › ORIGENES Y CONSECUENCIAS DEL MAYOR DESASTRE EN EE.UU.

Lo que Katrina se llevó

Después del huracán Katrina quedan ciudades arrasadas, vidas destruidas y un Estado incapaz de afrontar los costos.

› Por Claudio Zlotnik

De todas las ironías arrancadas a la tragedia en el caso del huracán Katrina, ninguna fue tan perversamente deliciosa como la que brindaron a dúo el venezolano Hugo Chávez, al ofrecer a Estados Unidos ayuda económica, alimentaria y militar, y el cubano Fidel Castro, al poner a disposición de Washington 1100 médicos y toneladas de medicinas en forma gratuita. Es un poco como si Corea del Norte e Irán le hubieran ofrecido ayuda nuclear, y Osama bin Laden técnicos en demoliciones. Pero, detrás de la aparente boutade de la versión latinoamericana del “eje del mal” (que no se sabe si será aceptada, aunque más no sea porque Estados Unidos, por haber sido tradicionalmente un país donante y no receptor de ayuda, carece de la infraestructura para recibirla), la situación expone un altísimo nivel de vulnerabilidad en Estados Unidos, una superpotencia única a la que dos Estados comparativamente insignificantes como Venezuela y Cuba se sienten en posición de ofrecer ayuda en materias en que el coloso del Norte debería ser teóricamente fuerte, y en que España y Alemania, dos países cuyos gobiernos están fuertemente enfrentados con el norteamericano por la invasión a Irak, se convirtieron en los dos primeros países europeos en ofrecer parte de sus reservas estratégicas de petróleo para compensar la pérdida del 10 por ciento de la capacidad de refinación estadounidense.

Septiembre parece ser el mes más cruel para George W. Bush, que hace cuatro años también debió interrumpir una de sus famosas y larguísimas vacaciones texanas por los atentados del 11/9 en Nueva York y Washington, y que ahora confronta con la difícil tarea de deshacer el daño político que ya se hizo a sí mismo al permanecer largamente indiferente durante los primeros cinco días de la tragedia. Pero hay consecuencias económicas también. Así como el 11 de septiembre golpeó duramente a las aerolíneas, a la Bolsa y a la industria del turismo, lo ocurrido en el sur norteamericano parece montar la escena para un subrayamiento brutal de la creciente dependencia energética y económica de Estados Unidos, en una verdadera exposición en blanco sobre negro de los límites del poder norteamericano. Ya antes del huracán los precios del petróleo parecían destinados a tocar los 80 dólares (el peligroso nivel que tuvieron en el segundo shock petrolero de 1979, cuando desencadenaron una recesión mundial) y una mayor especulación al alza parece inevitable ahora. La decisión de Bush del viernes, al liberar 30.000 millones de barriles de petróleo de la reserva estratégica nacional de energía, es un paliativo y un sedante de corto plazo para el nerviosismo de los mercados, pero Bush no puede seguir liberando reservas indefinidamente porque: 1) de esa manera, se quedaría tarde o temprano sin reservas, o sea sin respaldo, y 2) también de esa manera, los mercados interpretarían que la Casa Blanca está desesperada, y eso también empujaría los precios hacia arriba.

Pero otro factor de riesgo son los costos de la reconstrucción en un panorama de crisis, que hasta ahora no se había notado, de las finanzas federales y estaduales. Por obra de una forma perversa de keynesianismo al revés, el gobierno federal ha abandonado hace años montañas de programas de ayuda a los estados, por medio de lo cual los impuestos pagados escrupulosamente por los ciudadanos de esos estados desaparecían en el aire, o más bien servían para que Bush rellenara huecos presupuestarios creados por sus multimillonarias reducciones de impuestos para los más ricos o por los costos crecientes de la ocupación de Irak. Eso determinó no sólo que enfermeras debieran conducir ambulancias o que maestros debieran llevar y traer desde la escuela y hacia su casa a sus alumnos (y por pura vocación de servicio, nada de “conservadurismo compasivo” aquí) sino un profundo deterioro de la infraestructura que ayudó, por ejemplo, a la seguidilla de apagones durante la notoria crisis eléctrica de California a principios de la década. Reconquistar y refundar Nueva Orleans y las otras ciudades afectadas no va a ser más fácil (pero también es cierto que Bush prometió reconstruir Nueva York después del 11/9 y finalmente no hizo nada).

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