Dom 18.09.2005
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INTERNACIONALES › DETRáS DE LAS ELECCIONES DE HOY EN ALEMANIA

De Renania al mercado

Los alemanes enfrentan hoy elecciones cruciales en medio de una crisis general de su “capitalismo renano”.

› Por Claudio Uriarte

Gane quien gane las elecciones alemanas de hoy, dos cosas parecen evidentes: 1) el país seguirá girando económicamente a la derecha, aunque 2) la resistencia a un cambio drástico puede seguir muy presente en todos los sectores. Prueba del apartado 1: funcionarios socialdemócratas disidentes del Ministerio de Finanzas dejaron trascender un plan secreto que el canciller Gerhard Schroeder impondría de ser elegido, y que implica un paquete de ajuste de 30.000 millones de euros que podría llegar a 120.000 millones en 2009. Prueba del apartado 2: la afirmación por Schroeder que, de ganar Angela Merkel, impondría un regresivo “impuesto plano” del 25 por ciento ideado por el economista neoliberal Paul Kirchhof, causó escozor en las filas centroderechistas –algunos de cuyos miembros salieron a desmarcarse de la idea– y produjo una momentánea declinación en sus encuestas. Vale decir: la necesidad de un ajuste en las finanzas del Estado es algo que está en la cabeza de los dos principales candidatos, pero ninguno se anima a estampar su firma debajo de lo que va a hacer. Esa timidez puede trascender las elecciones, por la paradójica razón de que Alemania es un país profundamente conservador, acostumbrado a sus viejos privilegios.

Durante años (los años ‘90, principalmente), se habló con ponderación del llamado “capitalismo renano” de alta tributación impositiva y fuerte relación entre empresas, sistema bancario y sindicatos. Es una ironía, entonces, que los socialdemócratas, mentores políticos de dicho capitalismo, empezaran su cuesta abajo este año con su derrota electoral en, precisamente, Renania del Norte-Westfalia, un estado emblemático de la era industrial donde habían ejercido el poder por 34 años ininterrumpidos. El capitalismo renano fue como antes el japonés o los chaebols surcoreanos, que daban soluciones a todos hasta que dejaron de darlas. El sistema empezó a hacer agua. De hecho, el propio Schroeder, que inició su primer mandato hace siete años prometiendo bajar la cantidad de cuatro millones de desocupados, tiene hoy casi medio millón más y precedió silenciosamente en consecuencia. Una reforma fiscal que entró en vigor a partir de 2000 redujo la tasa máxima de impuestos del 53 al 42 por ciento y la mínima del 25,9 al 15 por ciento. El impuesto empresario cayó del 30 o 40 por ciento al 25. El primer gobierno de Schroeder (1998-2002) reformó el sistema de jubilaciones añadiendo al sistema estatal un segundo pilar de financiación privada. La salud también se sometió a reforma para equilibrar su presupuesto. El fin de la cobertura de algunas dolencias y el establecimiento de una cuota de 10 euros por consulta y trimestre lograron un superávit de 4000 millones de euros. Por último, una reforma laboral trató de agilizar la tramitación por parte de las oficinas de empleo, obligó a los desempleados a aceptar puestos de trabajo que hasta entonces podían desdeñar, fomentó el autoempleo, limitó y unió la ayuda al desempleo y la ayuda social, obligando a aceptar trabajos a muchos que hasta entonces vivían del Estado y ni buscaban pese a estar en condiciones de trabajar, y flexibilizó el despido.

Bajo estas medidas –conocidas como Agenda 2010–, aumentó el empleo, aunque de modo insuficiente y a menudo en posiciones precarias, lo que significa que no aportan al sistema de jubilaciones. Este sistema, por el ritmo de envejecimiento de la población, está en condiciones alarmantes: si hoy 100 trabajadores pagan con su contribución –del 19,5 por ciento del sueldo bruto– las pensiones de 26 jubilados, en 2030 cargarán con las de 43. Desde luego, este rosario de males puede anotarse en la cuenta de la globalización, pero lo cierto es que los puestos de trabajo e inversiones están volviendo a Alemania. El problema es que se fueron expulsados por una competencia que no podían resistir, por el alto costo laboral alemán. Pero la “vieja Alemania” promete resistir, desde las urnas o desde la burocracia.

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