INTERNACIONALES › LAS CONSECUENCIAS ECONOMICAS DE LA GUERRA
Los ejércitos de la noche
Estados Unidos puede estar yendo a la guerra con Irak sin medir su verdadero costo económico de modo realista, y cuando él mismo ya está firmemente en el rojo.
› Por Claudio Uriarte
La mayoría de los expertos militares estadounidenses prefiere que la guerra a Irak empiece en luna nueva, que en el caso más próximo cae el 3 de marzo. Eso es para maximizar las ventajas del uso de la oscuridad por parte de las fuerzas norteamericanas, descollantes en su tecnología de guerra nocturna, y minimizar la capacidad de respuesta de las fuerzas de Saddam Hussein, tan atrasadas como deterioradas. Pero en más de un sentido ésta puede ser la Guerra de la Noche. Porque el pronóstico económico estadounidense ya era malo antes de la guerra, y no hay razones para pensar que la guerra lo mejorará. En rigor, nadie en la administración Bush parece haber considerado seriamente las posibles consecuencias económicas de la guerra. Puede tratarse de una empresa temeraria.
Si todo sale bien para EE.UU., la guerra le costará unos 50.000 millones de dólares. lo que surge de promediar las estimaciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso y de asesores de la oposición demócrata. Si va mal, puede costar 140.000 millones de dólares, equivalentes al 1,5 por ciento del Producto Bruto Interno de EE.UU. William Nordhaus, de la Universidad de Yale, observa que esto no sería superior a lo gastado en la primera Guerra del Golfo, y por supuesto muy inferior a las guerras de Corea y Vietnam, que costaron respectivamente el 12 y el 15 por ciento del PBI. Pero, advierte Nordhaus, esto sería solamente el precio de admisión: después de la guerra se necesitarán al menos 75.000 millones de dólares para mantener la paz y apuntalar al gobierno “amigo”, y la cifra puede escalar a los 500.000 millones en una década en los intentos de EE.UU. de construir un Irak más o menos a su imagen y semejanza. Y Bush se ha abstenido de incluir estos posibles costos en su presupuesto 2004, que aún así ya adelanta un déficit sin precedentes de 307.000 millones de dólares.
Pero el optimismo ciego parece marcar el patrón de conducta del gobierno. Alan Reynolds, del conservador Instituto Cato en Washington, pone el dedo en la llaga. “Si Irak es una amenaza militar y tiene armas de destrucción masiva, ¿cómo es posible estar tan seguros de que la guerra será breve?”. Para Reynolds, el cálculo por el gobierno de 200.000 millones de dólares como costo máximo posible del conflicto es irreal: “Podría llegar a costar dos o tres veces esa cifra”, advierte. El caso se complica si hay ataques a instalaciones petroleras. El economista George Perry predice que el nivel de crudo en el mercado puede reducirse en 7 millones de barriles diarios si eso se verifica, lo que supondría una contracción del 0,6 por ciento del PBI estadounidense.
Y el dividendo de guerra, la posesión de la segunda reserva petrolera del mundo, parece insuficiente para contrapesar estas desventajas. El hecho es que EE.UU. ya controla las principales variables del mercado: sus petroleras ya lo dominan, la abrumadora capacidad de producción saudita mantiene bajo el precio –salvo anomalías innaturales, como esta guerra a Irak– y su hegemonía estratégica es inapelable. Por el contrario, asumir la oxidada industria petrolera iraquí –que genera menos de 15.000 millones de dólares por año– implicará invertir unos 50.000 millones de dólares en los próximos 18 meses. Más que ser luz económica al final del túnel –como prometen los guiños de ojo de la administración–, la guerra puede ser sólo la entrada en un nuevo túnel.