Dom 06.07.2003
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INTERNACIONALES › PREOCUPACIONES AFRICANAS EN MEDIO DE LA RECESION

Nuevamente, la gran Bush

El presidente trata de desviar la atención de la economía por cualquier medio; la pregunta es hasta cuándo logrará sostenerlo cuando faltan 17 meses para las elecciones.

Por Claudio Uriarte

Algo es claro: (Charles) Taylor (presidente de Liberia) tiene que irse”, dijo esta semana el presidente George W. Bush. Otra cosa era clara: poco antes de pronunciar la frase, Bush no tenía la menor idea de quién era Charles Taylor. Con el último rodeo en torno de una situación económica que empeora, el presidente confirma que está dispuesto a la excursión más pintoresca antes de dar un golpe de timón en el barco que se dirige al naufragio en línea recta. Una semana después de que Alan Greenspan dejara la tasa de interés en el nivel más bajo desde 1958, el aumento del desempleo en tres décimas de punto porcentual, a 6,4 por ciento, “cayó como un mazazo sobre las expectativas de los inversores”, dijeron los diarios. Pero, ¿qué clase de inversores eran éstos? Y ¿qué clase de economistas consultan? El nivel de debate económico que refleja la prensa norteamericana es deprimente, con unos economistas cuya timidez y temor a ser vistos como pesimistas que sabotean el proceso económico prediciendo un futuro negro con tendencia a autocumplirse sólo puede compararse a la cobardía del Partido Demócrata en examinar con algún rigor los argumentos del presidente antes de la invasión a Irak. En otras palabras, Bush tiene a Estados Unidos en un puño, pero ese puño lleva al país a la bancarrota. En estas condiciones, el ejercicio de gobernar se convierte en una sucesión de actos espectaculares destinados a probar que hay movimiento cuando la economía apenas muestra signos vitales, o peor.
Es típico de este presidente que responda a un problema con una decisión que no tiene nada que ver con él. En este sentido, es característico que haya alzado la voz sobre un país del que nadie sabía nada y una guerra civil que ya ha durado 14 años la misma semana en que cobrara estado público que 36 estados norteamericanos enfrentan los peores déficit desde la Segunda Guerra Mundial, por lo que están cortando las prestaciones más elementales: los maestros de escuela se doblan como cocineros o choferes de escolares, para no hablar de la salud pública y prestaciones como las bibliotecas. En ese sentido, y después del shock de energía que representó el rápido triunfo de la invasión a Irak, la presión sobre Liberia pudo representar un anticlímax, pero ayudó al presidente a tomar de nuevo el centro de las escena de cara a la gira que iniciará mañana (triunfalmente, se descuenta) por varios países africanos. Pero las elecciones norteamericanas, que son hoy el afán excluyente del presidente y de la Casa Blanca, están aún a 17 meses de distancia, y con Bush enteramente en campaña, es difícil saber cuánto requerirá el equipo de reelección para mantener a la ciudadanía distraída y a los opositores fuera de equilibrio. Después de la entrada en Liberia podría ser Sierra Leona –¿por qué no?– e incluso un paseo por el Congo, donde una fuerza de paz integrada mayoritariamente por tropas francesas está fracasando miserablemente en restituir algo de calma a una carnicería desatada.
En todo esto hay algo de dejá-vu. El padre de Bush, se interpreta, no fue reelecto porque traicionó su promesa de no aumentar impuestos. El hijo, entonces, baja los impuestos a niveles de ruina pública, para beneplácito de los círculos empresariales amigos del padre. Pero Bush padre en realidad no fue reelecto porque no sacó a la economía de la recesión, con o sin nuevos impuestos. Liberia también trae dejá-vu: el fiasco de Somalia fue el último acto de política exterior de George Sr.

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