Dom 28.09.2003
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INTERNACIONALES › OTRA MIRADA SOBRE EL FRACASO DE LA CUMBRE DE CANCUN

¡Es la recesión, estúpido!

Después del fracaso de la cumbre de la OMC en México, un análisis económico permite ir más allá de las recriminaciones mutuas.

Por Claudio Uriarte

Ganamos!”, proclamaba una pancarta antiglobalizadora en las afueras del fracaso de la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Cancún hace dos semanas. Desde luego, ese entusiasmo sólo puede basarse en la ignorancia –nadie gana de un fracaso en intensificar los flujos comerciales–, pero, en un punto que seguramente pasó inadvertido para sus sostenedores, el diagnóstico era escalofriantemente exacto: la globalización fue un producto de la expansión de las economías centrales, la exportación de capitales y la intensificación de los flujos comerciales; sin expansión no hay globalización y la crisis de la globalización –es decir, el estancamiento de las economías de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón– se mide en tres indicadores clave: la exportación de capitales cae; el comercio se contrae y las barreras protecccionistas crecen. Eso, esencialmente, fue lo que estuvo en el fondo del fracaso de Cancún, más allá de las recriminaciones mutuas entre Estados Unidos, el Grupo de los 22 y otros actores surtidos.
Estas conexiones de causalidad se reflejan en cifras. De acuerdo con un estudio de Morgan Stanley, la formidable expansión del Producto Bruto Interno norteamericano entre 1995 y 2002 fue responsable de un 96 por ciento del crecimiento global en ese mismo período. Según la OMC, las exportaciones mundiales crecieron a un ritmo anual promedio del 7 por ciento durante los años ‘90, para contraerse en un 4 por ciento en 2001 y resurgir un 4 por ciento en 2002. En los años ‘90, los flujos de inversión externa directa subieron de 200.000 millones de dólares a comienzos de la década a 1,2 billones en 2000. Pero en 2001, el valor de esos flujos de inversión colapsó en un 50 por ciento, y en 2002 cayó un 25 por ciento más. Como se advertirá, estas fechas coinciden con el fin de la expansión de onda larga de la economía estadounidense, el desinfle de las acciones tecnológicas, el comienzo del estancamiento, la caída en la recesión y –como datos agravantes, aunque no decisivos por sí mismos– los atentados del 11 de septiembre de 2001, la crisis de la industria aeronáutica y la ola de escándalos financieros y contables que arrancaron con el derrumbe de la casa Enron, a fines de 2001.
Estas tendencias, a falta de un liderazgo firme al frente de las principales economías, tienen todas las chances de profundizarse. Estados Unidos entra en año de elecciones y la administración Bush difícilmente torcerá el rumbo ofertista que ya precipitó a la primera economía mundial en el pasivo más grande de su historia. Lo contrario de la globalización se afirma: las barreras proteccionistas suben, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, y en Japón ya siempre fueron absurdamente altas. La globalización entra en receso y las incertidumbres políticas impiden un manejo resuelto de los mecanismos de política económica. ¿Alguien tiene algo que festejar?

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