AGRO › ELEVADOS PRECIOS DE LOS ARRENDAMIENTOS
El capital vs. la tierra
› Por Susana Díaz
Los arrendamientos, o aparcerías, no son una realidad nueva en el campo argentino. Sí lo es su auge y los elevados precios que están recibiendo los propietarios de los campos. El fenómeno resulta de la concurrencia de dos situaciones. Por un lado, los altísimos precios internacionales en el marco de una verdadera revolución tecnológica, que va desde las semillas a las labores culturales y de siembra. Por otro, el vuelco al boom agrario de algunos excedentes de capital que antes se valorizaban en el sector financiero. En otras palabras, las mayores necesidad de capital y de escala demandadas por los cambios tecnológicos en la producción primaria coincidieron con la existencia de baja rentabilidad en la city porteña, retroalimentando así el negocio de los fondos de gestión agraria.
En la superficie, el resultado se observa en los precios que alcanzaron los arrendamientos. A modo de ejemplo basta citar la realidad de una zona de productividad media, como la Cuenca del Salado, donde los rindes sojeros pueden alcanzar 26 quintales por hectárea. Allí, los precios de los alquileres llegan a una suma fija de 12 quintales por hectárea, lo que representa el 46 por ciento del total potencial obtenido por la cosecha. Dado que es el arrendatario quien asume los riesgos y costos de producción, la cifra es altísima, pero resume también los elevados márgenes de beneficio que el sector disfruta actualmente.
En lo hasta aquí descripto se trata de un fenómeno meramente económico que hasta puede considerarse beneficioso en términos de “utilidad social”. Bien podría afirmarse que los arriendos les permiten a los propietarios más pequeños escapar de la concentración de la propiedad de la tierra demandada por las nuevas tecnologías. Sin embargo, también podría ocurrir que el buen negocio de corto plazo sea el último escalón antes de la caída del sistema. A diferencia de lo que ocurría en los albores de la expansión de la frontera agrícola pampeana, cuando grandes terratenientes empleaban a pequeños arrendatarios para poner en producción los nuevos campos, en la actualidad la relación de fuerzas se encuentra invertida. Debido al cambio tecnológico, el poder de la propiedad de la tierra es menor al del capital empleado en la producción. A ello se suma que suelen ser los más apretados pequeños productores quienes se muestran más dispuestos a optar por la rentabilidad máxima de corto plazo. En consecuencia, la forma dominante de los arrendamientos es a través del pago de una cantidad fija del cultivo de máxima rentabilidad, una situación que induce, precisamente, al monocultivo y sus conocidos riesgos, tanto sanitarios como de sobreexplotación de los suelos.
Una de las alternativas para que los pequeños propietarios puedan continuar siendo productores “eficientes” está en el asociacionismo, del cual los arrendamientos son una de sus formas pasivas. Sin embargo, ello exigirá profundos cambios en las formas que asumen los arrendamientos, por ejemplo cambiando el pago de suma fija por un porcentaje sobre la cosecha, de modo tal de posibilitar la rotación de los cultivos e incluso el barbecho. El Estado y las organizaciones de productores podría realizar su aporte en esta dirección a través de incentivos e información.